Prejuicios

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Mis pies frenaron en seco al oír sus palabras y todo mi cuerpo se tensó, alerta por lo que pudiese saber Blake sobre mí

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Mis pies frenaron en seco al oír sus palabras y todo mi cuerpo se tensó, alerta por lo que pudiese saber Blake sobre mí. ¿Era posible que pudiese saberlo? Puede que investigando un poco, haciendo preguntas pero... La muerte de mis padres era todo cuanto iba a encontrar y eso no lo consideraba mi secreto. En cambio...

Los segundos se alargaron de un modo casi imposible y cuando volvió a hablar, alzando la voz más de lo necesario y con tono jocoso, sentí cómo todo el aire que había estado conteniendo se escapaba en un suspiro interminable.

—¡Te has quedado dormida porque pasaste la noche pensando en mí! ¡Admítelo, yo tenía razón! No puedes sacarme de tu cabeza.

No pude evitar reírme. Fue una risa entre nerviosa y divertida a la vez, que hizo que toda yo me relajase instantáneamente. Sacudí la cabeza sin girarme y retomé mi camino, alzando una mano para despedirme y diciendo:

—Más quisieras, Blake.

Todavía me reía cuando salí del edificio.

Esta última hora con Blake había sido... reveladora. Entre otras cosas. Durante unos minutos había conseguido acallar esa vocecita de mi cabeza —curiosamente muy parecida a la voz de Rebecca— que me repetía, una y otra vez, que mantuviese las distancias. Había conseguido relajarme con Blake, incluso disfrutar de su compañía. Aunque en ningún momento había bajado la guardia, y me había mantenido firme con mis comentarios airados, ya que me había dado cuenta que lo descolocaban y eso, me gustaba. Me gustaba saber que un chico como él veía frustrados sus intentos por acercarse a mí.

No era que de pronto me sintiera el centro del universo y la diana de sus miradas, pero era obvio que ese chico buscaba algo de mí. ¿El qué? No lo sabía y tampoco estaba segura de querer averiguarlo después de lo que me había contado. Porque sí, había conseguido disipar un poco mis reservas durante unos minutos, pero mucho de lo que había dicho no conseguía quitármelo de la cabeza. ¿Cómo pretendía que lo dejase entrar en mi vida después de confesarme que no era una buena persona? Quiero decir, ¿no se supone que cuando conoces a alguien intentas mostrar lo mejor de ti? ¿Causar buena impresión? Y luego estaba ese trabajo que tenía con sus amigos. Si es que podía llamársele trabajo. No podía evitar verlos como a la mismísima mafia, sobre todo después de sus referencias al padrino y y todo ese dinero y que, bueno... ¡Estábamos en Italia! ¿Sería ese negocio tan escabroso sobre lo que me advertía mi sexto sentido?

No pude reprimir un escalofrío al recordar el tono de su voz y su expresión al decirme que deseaba convertirse en el mandamás. Me había dicho que era un mediador, que se encargaba de solucionar los problemas con la palabra. Eso podía soportarlo, podía incluso aceptarlo. Pero... Liderar toda esa comitiva, era otro cantar.

Puse los ojos en blanco mentalmente y resoplé. Prejuicios... ¿Cómo narices se las apañaba para meterse tanto en mi cabeza?

—¡BU!

The Falling Grace © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora