La única solución

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Después de mi encuentro con Sam en la calle, la tarde se me hizo increíblemente lenta y pesada

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Después de mi encuentro con Sam en la calle, la tarde se me hizo increíblemente lenta y pesada. No conseguía sacármela de la cabeza. Su rostro enojado e incrédulo se dibujaba en mi mente, como también lo hacía el resto de su cuerpo. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente hermosa? Eso hacía que fuese mil veces más difícil no pensar en ella. En nuestro encuentro, no pude evitar fijarme en cómo los vaqueros se ajustaban a sus largas piernas, o cómo el color oscuro de su blusa resaltaban sus ojos azules y sus rosados labios.

Pero sobre todo, no podía olvidar sus palabras. La forma en la que me había dicho que en realidad nunca quiso que me alejara, todas aquellas veces que se había hecho la dura conmigo. O cómo la muy listilla había sabido que lo hacía para protegerla, porque verdaderamente lo que pasó el domingo me asustó. No por mí, no por la situación... sino por ella. Yo soy inmortal, puedo sobrevivir a un par de balas en el pecho, pero ella no.

Y la sola imagen de ella, tendida sobre el frío asfalto mientras su vida humana se iba apagando a medida que la incontenible sangre emanaban de ella... No, no podía permitirlo. No podía poner su vida en peligro de ese modo, de nuevo. Sin embargo, la muy testaruda, no comprendía la magnitud de lo que pasaba a su alrededor. ¿Si la próxima vez no eran sólo unos chulos de barrio? ¿o traficantes? Teníamos clientes mucho más poderosos y peligrosos que aquellos alumnos universitarios con los que nos divertíamos.

Roma era uno de los núcleos de mafia más importantes de toda Europa. Y nosotros, junto a otros demonios más, estábamos metidos en ella hasta el fondo, gracias a los trabajitos que nos encargaba el mismo Lucifer. ¿Qué pasaría si alguno de esos hijos de puta sin escrúpulos ni más ambición que el dinero y el poder, supiesen de ella? Lo comprendiese o no, Samantha se había convertido en mi debilidad. Por ahora nadie lo sabía, pero si seguía estando junto a ella, se acabaría corriendo la voz. Y ella se convertiría en el objetivos de todos aquellos que querían joderme la vida. De todos aquellos que me la tenían jurada.

Paseé por el apartamento, sin saber muy bien qué hacer durante aquellas horas muertas. Mi única salida era llamar a Gabe y acompañarlo en su ejercicio de búsqueda y captura de Carduccio, pero sabía de sobra que mi frustración le ponía de los nervios y no conseguiríamos nada. Resoplé dejándome caer en uno de los sillones. Miré el paquete de cigarrillos sobre la mesa, junto a la botella de coñac y un par de vasos. Generalmente, y como una manía, recurría a ambas cosas para distraerme y aplacar mi nerviosismo durante las pocas veces que perdía la paciencia, pero no me habían servido de mucho en estos últimos días.

Muy a mi pesar, saqué mi portátil de la mochila y me puse a terminar uno de los trabajos de la universidad. No es que fuera la mejor distracción del mundo, pero me permitía no pensar ni en Samantha, ni en Carduccio, ni en los problemas que me daba Xavier...

Llevaba más de cuarenta minutos releyendo apuntes e ideas sueltas de aquí y de allí, mientras intentaba resolver uno de los casos prácticos cuando una llamada bastante insistente al telefonillo me hizo levantarme del sillón para abrir. Puse los ojos en blanco cuando le di al botón y a los pocos minutos apareció Eileen en mi puerta, con una sonrisa radiante. Se subió las gafas de sol sobre la cabeza y levantó las cinco o seis bolsas que llevaba en las manos, entregándomelas y esquivándome después para pasar al interior del departamento.

The Falling Grace © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora