¿Merece la pena?

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Caí exhausto sobre uno de los sofás de la casa de Cordelia, suspirando y pasándome las manos por la cara

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Caí exhausto sobre uno de los sofás de la casa de Cordelia, suspirando y pasándome las manos por la cara. Había sido una noche de mierda. Absolutamente de mierda.

Los golpes se escuchaban resonar por toda la casa, poniéndome los pelos de punta. La figura de Cordelia, vestida ya con unos pantalones holgados y una sudadera vieja con el logo de la universidad, apareció en la sala. Me tendió un vaso de ginebra y una camisa nueva de rayas. Ella tomó su vaso y se sentó a mi lado.

—¿Crees que la puerta aguantará hasta que Xavier se calme?— preguntó en un susurro. Me pareció notar como un escalofrío le subía por la espalda cuando los gritos ahogados de su novio, maldiciéndonos a todos, llegaron hasta nosotros.

—Esperemos que al menos dure más que la última.—mascullé yo en respuesta.

Me puse en pie y dejé caer los pedazos de lo que quedaba de mi camisa al suelo. Me puse la nueva y fue a recoger los resto de la que estaba a mis pies cuando Cordelia me dijo que no importaba. Toda la casa había quedado hecha un desastre después de la fiesta, así que mañana vendría un equipo de limpieza. Me volví a sentar junto a ella, mientras ambos bebíamos en un silencio interrumpidos por los quejidos y gritos del sótano.

—¿Gabe se ha marchado ya?—pregunté, siendo consciente de repente de que no estaba allí.

Cordelia asintió.

—Aprovechó mientras tú te peleabas contra Xavier para bajar al sótano y recoger los pedazos de los cuerpos. Ha ido a deshacerse de ellos.

El recuerdo de lo que me había encontrado en ése sótano me invadió. El tipejo del que se había encargado Cordelia estaba muerto, magullado, herido y desangrado. Nada que no hubiese visto antes en ella, o en Gabe. Una tortura, sí. Pero no la monstruosidad de Xavier. Le encontré sumido en la oscuridad, con los ojos rojos, sin camisa y semitransformado en demonio. La piel recubierta de escamas negras, las alas extendidas y los dientes afilados al descubierto y chorreantes de sangre. Había despedazado al joven después de torturarlo durante horas. Había separado la piel de los huesos y luego había despedazado las tripas por toda la sala de tortura.

Sin pensar mucho en mis gestos, alargué la mano hasta tomar la de Cordelia. Estaba más fría de la habitual, más pálida y temblorosa de lo que dejaba trasmitir.

—¿Estarás bien hoy?— pregunté, buscando sus ojos.—No tienes que quedarte aquí, ya lo sabes. Puedes venir a mi casa, o con cualquiera de nosotros. O si lo prefieres puedo quedarme yo. Lo que necesites.

Ella suspiró, cerrando los ojos y negando con la cabeza.

—Tranquilo, estaré bien.

La miré sorprendido. Apreté los dientes al sentir como ella se encogía ante los nuevos golpes, que venían con más fuerza que antes.

—Sé lo que estás pensando.— dijo de repente, mirándome con los ojos cansados.— No comprendes por qué sigo aquí, después de todo este tiempo. Sigues sin comprender por qué abandoné el Cielo, siendo yo quien era.

The Falling Grace © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora