03

149 12 1
                                    

La incomodidad de la postura en la que me encuentro me hace abrir los ojos despacio, notando como se tensan los músculos de mi espalda.

Al principio no reconozco dónde estoy, hasta que recuerdo que me he quedado dormida mientras hablaba con Louis. Me froto los ojos despacio y me desperezo como puedo, alargando los brazos, gesto que puedo hacer dado el espacio tan amplio que brinda este coche.

Recojo las llaves y el móvil para luego cerrar suavemente y así evitar despertar a nadie con un portazo. 

Al asegurarme de que la puerta está realmente cerrada, me giro, paralizándome un segundo al ver a un chico de unos veinte y pocos años en el coche que queda justo aparcado a unos metros de dónde está el mío en la acera contraria.

Se encuentra sentado en el asiento del copiloto y tiene un ordenador portátil en su regazo. Algo me dice que ese coche no es suyo y que lo que está tramando no es nada bueno.

Está tecleando frenéticamente y su ceño se encuentra tan fruncido que casi parece juntarse en una misma línea. Creo que lo está hackeando, pues papá me ha hablado de algo de eso y sé más o menos el procedimiento. De repente y sin hacer ningún movimiento, el coche se enciende, soltando un rugido. Y entonces levanta el puño en señal de victoria dejando escapar un grito de jubilo que se silencia en cuanto me ve parada a unos pocos metros de él. Su cara se transforma y su expresión es una mezcla entre enfado y confusión que sé que no va a traerme nada nuevo.

Calculo que tengo cuatro segundos entre que deja el portátil a un lado y sale corriendo a atraparme, pero sé que aún y estar activada gracias a la adrenalina del momento, voy a tardar un poco más que eso en llegar a la puerta de casa y abrir la con la llave.

Dejo la negatividad de lado y en una fracción de segundo, mis pies emprenden la marcha hasta zona segura. Llego a la puerta en poco menos de lo que tenía planeado y en cuanto estoy metiendo las llaves en la cerradura, unos brazos se envuelven a mi alrededor y tiran de mi cuerpo, alejándome de casa.

Forcejeo y me dispongo a gritar cuando su mano se encuentra posada encima de mi boca, silenciándome, casi como si hubiera leído mi pensamiento.

No paro de moverme frenéticamente y eso parece enfurecerlo, por lo que de repente siento un golpe en la sien y mi vista se nubla, haciéndome sucumbir en la vulnerabilidad de la inconsciencia.





Siento un dolor punzante viajando en ondas a través de mi cabeza y tengo unas terribles náuseas instaladas en mi estómago. Los recuerdos vuelven a mí con demasiada fuerza, haciendo que las náuseas se agraven con ellos. No abro los ojos porque no me veo capaz aún y porque no sé qué es lo que voy a encontrarme cuando lo haga. Pero nada cambia cuando los abro porque todo está a oscuras y mis ojos tardan más de lo habitual en acostumbrarse a la penumbra, que ahora me parece de lo más apetecible.

Cuando soy capaz, logro visualizar que me encuentro en una habitación bastante sobria. Una cama, un armario y poco más. Me altero debido a la complejidad de lo que está ocurriendo. Yo no debería estar aquí, las paredes que me rodean deberían ser las de mi habitación, pero está bastante lejos de serlo.

De repente, unas voces tras la puerta me activan y miro a ambos lados, tratando de ver hacia dónde ir.

Trato de forzar la única ventana que hay en la habitación pero me decepciono al instante al ver que se encuentra trabada y que la única salida de la que disponía esta bloqueada.

Me giro al instante cuando la puerta se abre y dos chicos entran por ella. Tengo miedo, mucho. No sé por qué estoy aquí y quiero irme en cuanto antes, y espero de corazón que así sea.

Uno de ellos es de piel morena y lleva el pelo trenzado. Su belleza es extremadamente exótica y su expresión es una mezcla entre seriedad y dulzura que embriaga. El chico a su lado tiene pinta de ser el típico que pega a todo el mundo en el colegio para robar el dinero del desayuno.

Ambos parecen tener un cartel en la frente que advierte peligro por lo que no logro calmarme y mucho menos cuando avanzan hacia a mí. Conforme lo hacen, yo retrocedo, pero no pasa mucho tiempo hasta que mi espalda está contra la pared, y mis nervios están centrifugando mi estómago.

–Vas a tener que venir abajo con nosotros. –Dice el chico con el pelo medianamente largo y pinta de matón.-

Su voz es contundente y sus facciones se endurecen en cuanto suelta esas palabras. Niego con la cabeza repetidas veces y soy consciente de que estoy temblando como la mierda. De ninguna manera voy a bajar con ellos, de ninguna manera voy a ir a ningún sitio con ellos.

–No vamos a hacerte daño. –Dice el chico de las trenzas.-

–Siempre que colabores.- Dice el otro.-

Su compañero le codea y él alza las manos como si fuera inocente. "Capullo..." pienso.

–Soy Ayden y este imbécil de aquí es Jack. –Dice el chico que parece caerme mejor.-

Asiento más no digo nada. Aiden me tiende la mano y lo ignoro, pasando por su lado, siendo seguida por ellos dos. Un pasillo se extiende frente a mí y veo unas escaleras al fondo a la derecha. Bajo por ellas y llego a una especie de recibidor igual de sobrio que la habitación en la que estaba. Visualizo a mi izquierda la puerta principal y el pensamiento de huir surca mi mente en un momento tan efímero que se esfuma en segundos al ver a Jack frente a mí, haciendo un ademán con la mano para que me dirija en dirección contraria a la que se encuentra la salida.

Entro en el salón con Aiden junto a mí y en cuanto lo hago, el barullo de gente discutiendo es silenciado. Hay cinco chicos sentados en diferentes sofás de colores ocre y es, en ese momento, cuando me doy cuenta de que estoy en serios problemas.

Fast Cars | Justin B.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora