Cuando el doctor se fue, Patrick y Dylan O'Brien se miraban con expresión vacilante.
Había buenas y malas noticias. Los resultados de las pruebas habían sido mejores de lo esperado. Patrick no necesitaba procedimientos invasivos y no tenía que quedarse en el hospital. Pero había indicios de problemas cardiacos y existía la posibilidad de que la sensación de fatiga y la hinchazón de piernas aumentaran. El médico había sugerido algunos cambios de estilo de vida. También había aconsejado a Patrick que se planteara la posibilidad de trasladarse a una comunidad de jubilados en Cairns.
-Es un buen lugar, y cuenta con una clínica -dijo Dylan con toda la delicadeza que pudo.
-Si creen que voy a meterme en uno de esos malditos lugares, están muy equivocados. No podía soportar estar encerrado con un montón de viejos a punto de perder la cabeza.
-Si hubiera una emergencia te atenderían enseguida. Piensa en cuánto tardaría un médico en llegar a O'Brien.
-Me da igual. No me importa morir allí -dijo Patrick enfáticamente-. He vivido allí todo mi vida y no pienso irme ahora.
Llevaban tanto tiempo viviendo juntos y solos que a Dylan no le sorprendió oír a su padre hablando de aquel modo. Lo único que había conocido su padre en la vida había sido el polvo rojo, los cielos abiertos y el aislamiento que conlleva la vida en aquella zona prácticamente despoblada de Australia. Lo cierto era que no podía imaginar a su padre acudiendo a unas clases de pintura o yendo de paseo con un montón de abuelos parlanchines.
La vida de su padre había sido dura y solitaria, conduciendo ganado, enfrentándose a tormentas, fuegos e inundaciones. Su único intento de matrimonio fue un fracaso y, tras su divorcio, prácticamente dio la espalda a la sociedad.
Pensando en ello, Dylan se encontró recordando otra época, cuando tenía cinco años y su padre lo llevó a aquel mismo hospital de Cairns a visitar a su madre y a conocer a su hermanita recién nacida. Aún se le encogió el corazón al recordar a su madre en la cama, pálida y encantadora con su bata rosa.
-Tu hermanita se llama Julia -le dijo a Dylan cuando esté miro tímidamente hacia la cuna.
Dylan aún recordaba el temor que sintió al ser consciente, una vez más, de la antipatía que había entre sus padres.
-Podré jugar con Julia cuando se despierte? -pregunto.
Su madre río al escucharlo, y luego rompió a llorar. Lloró durante largo rato.
Finalmente, Dylan nunca llego a jugar con su hermanita, a menos que contarán sus escasos intentos de jugar al fútbol en el patio durante sus infrecuentes visitas al hospital. Su madre nunca llevó al bebe a O'Brien. Se quedo en Cairns.
Más adelante supo que su madre había sufrido una depresión posparto, pero ni siquiera cuando la superó regreso a casa. Se trasladó a Sidney con Julia y a el lo dejo con su padre.
De manera que, al margen de los años que había pasado en el internado, Dylan había compartido la solitaria vida de su padre, y entendía cómo podía llegar un hombre a aceptar el aislamiento y la soledad como su destino.
Pero aceptar aquello no sirve para resolver su actual dilema. Si tenía que ocuparse de O'Brien, incluyendo la temporada de marcaje de aquel año, no iba a poder ocuparse también de su padre. Iba a necesitar ayuda, e iba a tener que encontrarla pronto.
***
Thomas se sorprendió al salir del trabajo y encontrar a Dylan esperándolo.
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El Milagro De La Vida (Dylmas)
De TodoHasta que salvo en una tormenta al embarazado Thomas Brodie-Sangster y lo ayudo a tener a su bebe, Dylan O'Brien nunca había tenido un bebe en sus brazos. Thomas nunca olvido a su salvador y, en cuanto su bebe tuvo unos meses, aprovecho la oportuni...