Capítulo 7

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Joan se encontraba muy serio, su rostro reflejaba algo de tristeza.

-Hey ¿Qué tienes? -me senté por un lado de él.

-No nada -miraba por la ventana

-Dime ¿Qué pasa? -rodeé sus hombros con mi brazo y me acerqué más a él. - ¿Es por lo que te pregunté ahorita? De lo que platiqué con Eduardo.

-Si -sus ojos comenzaban a ponerse rojos, seguía viendo por la ventana, no volteaba a verme

-Pero ¿Por qué te pones así?

-No te quiero perder -salió una lágrima que corrió por su mejilla

En ese instante supe que era el indicado, y que yo tampoco lo quería perder. Nunca había visto llorar a un hombre y menos por mí, quizá sonará insensible, pero, fue lo más hermoso que mis ojos hayan visto.

-Joan -tomé su rostro entre mis manos de modo que volteara a verme a los ojos - No me vas a perder -dibujé una sonrisa en mi rostro y mis ojos empezaron a ponerse rojos.

- ¿De verdad? -sus ojos brillaron

-Sí, no te prometo nada, pero si lo voy a intentar. Si eso es parte de tu vida, entonces lo intentaré, porque yo quiero ser parte de ella

-Te quiero demasiado -Me abrazó fuerte

-Yo de cierto modo lo sabía, pero yo quería que tu fueras el que me invitara a ir

-Gracias -me dijo al oído

- ¿Por qué "gracias"?

-Por querer intentarlo. -se separó de mí y me veía a los ojos- De verdad no lo esperaba, tenía mucho miedo de perderte, no sabía cuál sería tu reacción al respecto. Por eso es que no podía decirte nada, no sabía cómo hacerlo, no quería perderte.

-Y no lo harás -sonreí

-Eres la mejor -besó mi mejilla

-Y tú lo mejor que me ha pasado -sonreí y tomé su mano.

Desde ese momento fue que todo cambió, se habían acabado los misterios, las confusiones y las suposiciones. Todo estaba bien entre nosotros y he de decir que mejor que nunca.

Fue un viernes del mes de julio que fui a una de las reuniones, fui con su mamá para no sentirme sola, él está en el grupo de alabanza y no podía estar todo el tiempo por un lado de mí.

Todos fueron muy amables conmigo, todos me saludaban y me hacían sentir que era parte de ellos y no sólo alguien que iba de visita. Por primera vez en mi vida, me sentí realmente aceptada. Podía sentirse la paz y amor en ese lugar. Yo no lograba entender todo lo que me hacía sentir el entonar esos cantos a Dios; era como algo que recorría todo mi cuerpo, sentía algo parecido a lo que sentí la primera vez que besé a Joan, ¿Será que la presencia de Dios siempre estuvo con nosotros? Fue algo hermoso.

Los meses pasaron y yo seguí asistiendo a las reuniones, incluso después, empecé a ir los domingos también, me levantaba temprano para alistarme e irme con él y su mamá.

Todo iba bastante bien, hasta que los problemas comenzaron, y muchos cristianos que no vienen de una familia cristiana podrán entender cuán difícil es ser el único en tu casa. De por sí, la vida de un hijo de Dios se vuelve una vida llena de pruebas que te hacen crecer más espiritualmente y sobre todo poner a prueba tu fe. Solía tener diferencias con mi madre al respecto, el típico "pasas mucho tiempo en el templo" o también "¿Tienes que ir todos los fines de semana?", eso solían ser las frases más usuales con las que tuve que tratar. Y solo puedo decir que lo mejor es no rendirte, y ponerlo en las manos de Dios, porque el en su tiempo hará la obra.

Mi vida con ÉlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora