TRES

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No podía dejar de pensar en Jorge. Es estúpido y cliché, lo sé. Pero no podía parar. El viernes por la mañana bajé a desayunar medio dormida todavía, pensando en el sueño que había tenido esa noche – estaba yo sola en medio de un bosque tropical, otro cliché, ahora todo me recordaba a él. Estaba tan distraída mientras me sentaba a la mesa que al estirar el brazo para coger mi taza de cola cao fallé y me la tiré encima.

– Por Dios, Candela. Últimamente no das una, ¿qué te he dicho sobre lo de estar leyendo hasta las tantas en tu habitación? Te creerás que no me doy cuenta, pero no estoy ciega, puedo ver que estás con la luz encendida hasta las tres de la mañana, y tú necesitas dormir cariño – dijo mi madre mientras mis hermanas pequeñas se reían en voz baja. – Y ahora que vas de voluntaria los martes... veremos cómo sacas las notas. Si no duermes es imposible que apruebes todo y necesitas estar centrada en clase.

–Es que no tenía sueño mamá, y para estar dando vueltas... –ella dejó el tema, pero mi respuesta no la convenció.

Supongo que no os he contado demasiado sobre mi familia. Mi madre era abogada, una abogada muy buena y no lo digo por alardear, lo digo porque es verdad. Ella y mi padre se habían conocido en un juzgado cuando mi padre había acudido como testigo a un juicio, hacía años; gracias al testimonio de mi padre, el cliente de mi madre perdió la demanda por lo que ella le estuvo ignorando durante todo el tiempo que duró el juicio, pese a los intentos de mi padre por llamar su atención, aunque finalmente se dio por vencida. Estuvieron saliendo durante unos años y después se casaron. Al poco tiempo nací yo, y hacía seis años mi madre había descubierto que estaba embarazada de nuevo y yo dejé de ser hija única a los quince. Ahora tengo dos hermanas pequeñas, mellizas, muy iguales y muy diferentes a la vez. Eran como una fotocopia la una de la otra, tenían los rasgos muy similares (cara redonda, ojos grandes, labios carnosos), pero Victoria era blanca como la leche, de pelo rubio casi blanco y de ojos azules casi transparentes, mientras que Raquel tenía la piel muy morena, los ojos casi negros y el pelo más oscuro que os podáis imaginar. No sé muy bien de dónde había sacado los genes Victoria, porque todos los demás somos morenos, aunque mi abuela dice que es idéntica a mi padre cuando él era un bebé.

Aunque mis padres se conocieron en un juicio, mi padre no tiene nada que ver con ese mundo. Él es investigador en un hospital. Ahora mismo está dirigiendo un grupo que intenta desarrollar piel sintética. Suena asqueroso, lo sé, pero han conseguido salvar las vidas de varios heridos en incendios que se otra forma habrían quedado desfigurados.

De pequeña mis padres solían llevarme con ellos al trabajo cuando yo estaba de vacaciones en el colegio y ellos no podían tomarse unos días libres. Y aunque admiro muchísimo a mi padre, odio el olor de los hospitales (a desinfectante y antiséptico) y en el instituto era una negada para todo lo que fuera mínimamente científico. Así que mis vacaciones favoritas eran las que pasaba con mi madre en su despacho. Conforme me hice mayor empecé a ayudarla a llevar algunos casos en verano y me entró el gusanillo de estudiar derecho. De pequeña me fascinaba oírla hablar ante los demás abogados (aunque no entendía nada de lo que decía). Pero el que de verdad me gustaba era el juez. Porque cuando él hablaba todos se callaban. Y porque él era el que tomaba la última decisión. Supongo que siempre he sido un poco mandona.

Al llegar a la universidad ese día me encontré con Sara y Alma, mis amigas de clase. Sara llevaba desde el miércoles insistiendo en que fuera a su casa a probarme ropa para salir esa noche. Dejad que os aclare. Sara era guapísima. El tipo de chica que te quedas mirando cuando la ves pasar por la calle, o, bueno, los chicos la miraban con deseo y las chicas con envidia, para ser honestos. Lo que pasa es que Sara pretendía que yo me enfundara alguno de sus vestidos ajustados. Y eso no iba a pasar. Ya me convenció una vez y estuve incómoda toda la noche.

– Pero Candela si te quedarían genial, estoy segura.

– Que me da igual, no quiero ponerme uno de esos vestidos con los que se te marca todo. No me quedan bien y punto.

– Pero mira que eres tonta, ¡si tienes una figura estupenda! Y ya me gustaría a mí tener esas tetas...

– Que no y punto, nunca llevo nada ajustado y no voy a empezar esta noche. A todo esto, ¿os venís hoy? Lo pasaremos bien.

– ¡Por fin vamos a conocer al misterioso Jorge! – dijo Alma – No paras de suspirar por él y ni siquiera sabemos si es guapo de verdad o es alguno de esos espejismos que ves tú.– Sara me lanzó una mirada acusadora.

– Que no me gusten los mismos chicos que a vosotras no quiere decir que sean feos...

– El último con el que saliste... ¿cómo se llamaba?

– ¿Estuve seis meses con él y no lo sabes? – ella no me hizo ni caso.

– ¡Raúl! ¡Eso es! Pues mira chica, en su momento no dije nada porque estabas muy emocionada, pero Raúl estaba gordo.

– Y era feo – la apoyó Sara.

– ¿Y qué me dices de la escena que montó cuando le dejaste?

– A ver... vale que no era el chico más guapo del mundo... Pero el físico no es lo más importante. Y tampoco era tan feo.

– Sí que era, sí. Tú te mereces más. Un chico que sea al menos tan guapo como tú.

– Venga ya. Como si yo fuera una miss.

– ¿Sabes qué te digo? Que me exasperas y que llegamos tarde a clase.

En clase no conseguí concentrarme, estaba muerta de sueño. De hecho, estaba tan cansada que hasta me compré un café en la cantina. Y eso que yo odio el café. El hecho de estar dando una clase soporífera de derecho administrativo no ayudaba.

– Bien, tú – dijo el profesor señalándome – ¿cuál es el recurso que procedería en este caso?

– Eh... una reclamación de nulidad de pleno derecho.

– Bien, y ¿cuál es el plazo de que disponemos para interponerla? – dudé.

– Seis meses, profesor – dijo Pablo, el listillo de la clase.

– No hay plazo. El vicio de nulidad es imprecriptible.

– Bien.

¿Qué os decía? Soporífero. Menos mal que teníamos plan para salir es noche y despejarnos. Necesitaba salir y descontrolarme y poco. Y por las caras de Sara y Alma, aquella noche iba a ser de las buenas.


***

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Soñar despiertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora