Capítulo 4

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AMBERLEIGH

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AMBERLEIGH

AGOSTO, 2007

— ¿Crees que despertará alguna vez? Ya han pasado tres días.

—Tienes que darle tiempo. El veneno de demonio es algo potente.

"Tres días—pensé lentamente. Todos mis pensamientos discurrían tan densa y lentamente como la sangre o la miel—. Tengo que buscar a mi hermano".

Aunque no podía.

Los sueños me retenían, uno tras otro, un río de imágenes que me arrastraban como una hoja zarandeada en una corriente de agua.

—Te dije que era la misma chica.

—Lo sé. Es poquita cosa, ¿verdad? Jace dice que mató a un rapiñador.

—Sí, la primera vez que la vimos, me pareció que era una hadita. Aunque no es lo bastante bonita para ser una hadita.

Me enfurecí. "Poquita cosa. ¡Soy demasiado bonita para mi bien!

—Bueno, nadie luce su mejor aspecto con veneno de demonio en las venas. ¿Hodge va a llamar a los Hermanos?

—Espero que no. Me ponen los pelos de punta. Cualquiera que se mutile de ese modo...

—Nosotros nos mutilamos.

—Lo sé, Alec, pero cuando lo hacemos, no es permanente. Y no siempre duele...

—Si eres lo bastante mayor. Hablando del tema ¿Dónde está Jace? La salvó ¿verdad? Yo habría pensado que se tomaría algo de interés por su recuperación.

—Hodge dijo que no ha venido a verla desde que la trajo aquí, supongo que no le importa.

—A veces me pregunto si él... ¡Mira! ¡Se ha movido!

—Imagino que está viva después de todo—un suspiro—. Se lo diré a Hodge.

Abrí los ojos y los sentí como si me los hubieran cosido. Imaginé que se notaba que mi piel se desgarraba mientras despegaba para abrirlos y parpadear por primera vez en tres días. Vi un claro cielo azul sobre mi cabeza, con nubes blancas rechonchas y ángeles regordetes con cintas doradas colgando de las muñecas. Cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos: en esta ocasión advertí que lo que contemplaba era un techo abovedado de madera, pintado con motivo rococó de nubes y querubines. Me senté para observar mejor, me dolían todas y cada una de las partes del cuerpo, en especial la cabeza. Miré alrededor, estaba acostada en una cama de sábanas de hilo, una de una larga hilera de camas parecidas, con cabezales de metal. Mi cama tenía una mesilla de noche al lado con una jarra blanca y una taza encima. Había cortinas de encaje corridas sobre las ventanas, impidiendo el paso a la luz, aunque no podía oír el quedo y omnipresente sonido del tráfico neoyorquino llegando del exterior.

Efímero [1] → [TMI]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora