Abandonando el recuerdo, Kerish despertó.
¿Dónde estaba? ¿Y era con alguien o a solas? Se hallaba en una ancha cuba donde se bañaba con cierta frecuencia. Era un placer al que se había acostumbrado. Había que decir que el agua caliente durante el baño le era algo desconocido, de no ser por el estanque de aguas termales en su patria que apenas recordaba. Aquello era otra vida. Él era otra persona ahora. Eso eran recuerdos de un hombre muerto.
Pronto le vino a los oídos la voz del tratante de gladiadores, un Ilonio de 32 años o pocos más al que llamaban Torii, el maestro de los gladiadores. Mentor, amo y mercader. Siempre sonreía a una de sus posesiones más valiosas y por la que había desarrollado un interés casi paterno
—Hola, chico. ¡Has estado fabuloso, el Khan se ha divertido como nunca antes!—.
—Torii, mi mentor. Si no te conociera, diría que vienes a proponerme algo, con esa sonrisa tan complaciente—.
El gladiador no andaba desencaminado.
—Así es. Qublei Khan quiere conocerte en persona. Mañana nos ha invitado a comer a su yurta, por lo visto le intriga alguien de como tú en estos lugares. Es joven y su sed de conocimiento es mucha, igual que la tuya... pese a que te resistes a aprender a leer—.
El muchacho gruñó, tomando de una mesita de al lado una bota de airak, dando un sorbo. Consideraba que leer era para las mujeres, y estaba el hecho de que su propia caligrafía era más bien decepcionante. Se ponía nervioso y no tenía paciencia. Además, se aburría y no parecía tan interesado como sus otros hermanos gladiadores. En la otra mano, se le reconocía valor en la tarea cuando debía afrontarla, sólo que prefería una lección de espada antes que de lápiz.
—Por lo que me has enseñado de tu gente—suspiró Kerish, sabiendo de sobras que no podía negrarse, —La hospitalidad no se rechaza sin ir al menos, bien vestido. Así que iremos con esas galas que me regalaste—.
—Las cuales no has consentido en ponerte en ningún acto y te has limitado a vestirte como en el ruedo. ¡Alegra esa cara! ¡Voy a lucirte y seguramente consigamos más patrocinio y contratos para viajar!—.
—Cabeza para los negocios, Torii. ¡Los gladiadores sólo ponemos el brazo y el arma!—.
—No cambies de tema, así que vas a vestirte como todo un señor. Ah, y ve pensando en escoger las palabras si te piden que hables. Seguro que querrán conocer cosas de ti y de tu anterior tierra. Mandaré un esclavo para que te diga cómo debes portarte—.
Kerish, apesadumbrado, sonreía. No le gustaba ir muy vestido. Y los hombres de Ilonia acostumbraban a ir con una especie de cómodas camisas-abrigo llamadas "del" que para él bien podían resguardar del frío y de las tormentas, mas no por eso la idea resultaba en comodidad para luchar. Venía de una tribu de hombres aguerridos y semidesnudos que, por lo general, peleaban mejor así. Diferencias culturales. Meras diferencias culturales. Sabiendo esto, su maestro no paraba de reírse y se sentó junto a su alumno.
La relación entre ambos había sido más que buena estos años, Torii le otorgaba honores y confianza, como el no ser escoltado como un esclavo, y Kerish le procuraba combates inolvidables. Se podía decir que se respetaban y había un vínculo extraño, pero las cosas estaban como estaban y simplemente, él obedecía y combatía honrando a su comprador y éste último ofrecía mejor trato que a otros. Todo eran cosas buenas, y siempre pasaban cosas buenas mientras no muriera o metiera la pata. Confiaban el uno en el otro aunque no se podría decir hasta qué punto.
Y claro, estaba de nuevo ese rasgo paterno.
—Quién sabe. Lo mismo encuentras por fin a una mujer para ti... alguna esclava hermosa. Igual el Khan te cede a alguna de las suyas, que llama esposas pero no lo son. Ya sabes, botín de guerra de enemigos vencidos. Algunas sirven como alianzas políticas. Otras, no tienen demasiadas virtudes. Pero un campeón como tú debería quedarse aquí siendo libre un día, teniendo su mujer e hijos y dándonos fieros guerreros. De hecho estado viendo algunas mujeres del Khan que podrían ser vendidas por la suma justa—.
Los nervios de acero de Kerish se crisparon.
—¿Mujeres? Esclavas del Khan—marmulló el gladiador.
—¡Sí! Y que yo sepa, una de las... hembras del Khan está loca por ti. ¡Podría proponer una oferta!—le susurró Torii, dándole un suave codazo en el hombro izquierdo.
—No pienso casarme con una mujer que elijas tú—.
—Chico, cuando se trata de mujeres no tengo mal gusto, ¿lo sabías?—.
—¿Y ésa misteriosa mujer del Khan? ¿Fue libre de casarse o qué otra cosa la llevó a eso?—.
—¡Detalles, detalles! ¿Te la presento en la fiesta delante de todos? Seguro que esa manada de cabrones sedientos de sangre se alegra de que formes parte del clan que pronto dominará Xihuan—.
—¡Estás loco! ¡Ni hablar, maestro!—replicó Kerish, y eso era todo cuanto tenía que decir del asunto.
—¡Jajajajajaja, tú te lo pierdes! Podríamos sacar un buen trato. Haría una oferta. Pero si un día te lo ordeno habrás de acatar mi voluntad. Da gracias de que para mí eres como de la familia—.
Obviamente, Torii tenía un trato condescendiente con él, era como un hijo y eso tenía su explicación. Su mujer murió muy joven en un parto y el bebé nació muerto. No se había tomado afecto alguno con nadie, pero el chico de más allá de las fronteras heladas subió peldaños por mérito propio. Kerish era lo más parecido a un hijo que el hombre tenía, y lo adiestraba en matar y, por contrario que eso resultara, tratarlo como carne en un puesto de venta a la par exhibiéndolo en letales luchas que tarde o temprano acabarían con su vida.
El hombre quería liberarlo. Ya era suficientemente rico. Pero por otro lado, ¿qué vida quedaba fuera de la arena para Kerish? ¡El Ilonio no sabía ni si su gladiador tenía madre! Tampoco es que le molestase no saberlo. Nunca hablaban del pasado.
¡Además, el gladiador bárbaro se sentía tan vivo luchando, saboreando la gloria y las ovaciones, con los muertos apilados bajo sus rodillas...! ¡Era como haber nacido para esto!
El joven extranjero se lo guardaba todo para adentro, no afloraba de él otra emoción que no fuera o furia o alegría por la masacre. En honor a la verdad, Torii jamás le había visto ni triste ni llorando.
Cuando lo compró a precio de ganga a aquél esclavista, no sabía bien la inversión que había hecho, pero por otra parte había algo en los ojos negros de Kerish que le turbaba. Era una tristeza insólita, y una rabia salvaje que ardía en el interior, miedo a desatar la muerte que era necesaria. Miedo a hacer daño a la gente. Pero no se le daba nada mal matar.
¿Cómo conviven dos espíritus tan contrarios en alguien? A lo mejor, pensaba su maestro, se trataba de hallar su verdad interna y de estar en equilibrio. A lo mejor no había aprendido realmente nada con los Iräkän, y ellos tampoco se habían pronunciado al respecto. Así que matar, no matar, un hombre peleando con su bestia, su propio reverso violento y satisfactorio... Quizás prefiriera las caricias en un lecho de seda, algo que jamás había tenido y por lo que no mostraba interés. Matar, en cambio, era otra cosa. Y estaba obligado a ello.
Por otra parte, era cierto que matar le gustaba a Kerish pese a contradecirse para con sus sentimientos. Era alguien que padecía una lucha dentro de sí mismo, pero no la exteriorizaba. Nunca se acercaba esa conclusión. Y en este tenso silencio, la bestia parpadeó volviendo su hocico al oscuro foso y emergió el hombre. Hablando, claro está, de asuntos de hombre.
—Deja para el Khan lo que es del Khan, o acabamos tirados en medio de ninguna parte con los cuervos dándose un atracón—rió el gladiador entre dientes, —He oído que Jerjegune el Aolita ansía a una de las mujeres de Qublei. Ni idea de cuál, pero no quisiera meterte en problemas con tu hermanastro, vaya a ser que nos quedemos con la misma hembra y tengamos que partirnos los cuernos como ciervos en celo—.
Riendo la broma, aunque temiendo que algo tan loco sucediera, el maestro negó con la cabeza y dio una palmada abandonando la estancia. El salvaje salía de su baño con la piel brillando como mármol pulido y aquella marca negra destacándose cerca de su sexo. Hizo su aparición una mujer Ilonia, de caderas amplias pero esbelta, que estaba al servicio de Torii para cualquier tarea que se le exigiera y además compartía su lecho. El bárbaro marcado no conocía su nombre, pero ella tampoco dirigió jamás palabra hacia sus oídos. A lo mejor le temía. A lo mejor él era alguien con quien no estaba permitido hablar. Las cosas estaban de esta forma y así iban a seguir siendo. Ella le trenzó el pelo con diligencia, dejándolo recogido en una larga cola en la cual Kerish siempre llevaba colgado, al extremo, una pieza de metal como algo de adorno que no solía quitarse.
Una rara manía...
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Acero Virgen
Fantasy~ En el lejano cosmos se encuentran nebulosas celestiales que albergan infinitos mundos sin explorar. Muchos se estancaron en el descubrimiento del fuego, mientras que algunos pocos, dominan tecnologías de miles de años de adelantamiento. Otros, v...