V ~ Sin retorno.

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En cuanto aquel sitio quedó sin nadie más que el cadáver del animal en compañía del enorme lobo rojo, se puso a nevar.
El dios bárbaro se inclinaba desde su trono, augurando un oscuro desenlace a todo lo ocurrido, pues uno de sus hijos del acero había derrotado siendo un crío a una colosal criatura legendaria... por amor, por la gloria, y en su propio beneficio. Con un corazón así, ¿había destino al que no aspirase guerrero?
Jumahk, el oso negro, gruñía y se levantaba del suelo, pero sin su cuerpo.
Ahora era un espectro que se había deshecho de la carcasa que lo retenía, y rugía, rugía de tal forma que se le escuchó en el Páramo de las Bestias y todos los animales que habitaban la salvaje tierra dedicaron sus particulares gritos a la muerte del oso asesino. El cuerpo animal, enorme, gigante, estalló en pedazos.
—Ése muchacho... ha honrado su espíritu. Que el gran tótem del Padre vele por él. ¡Antepasados, protegedle pues él ha vencido al espectro del oso condenado! ¡Que la Madre no le olvide, y guarde en la tierra donde yazca sangre para fortalecerle!—dijo el lobo rojo, viendo cómo el fantasma del oso se ahogaba en un grito, y terminaba convirtiéndose en estrellas que se fundían para convertirse en un oso blanco por una mitad, y negro por otra.
Un juego de luces fantasmales que acababan convirtiéndose en extraños copos de nieve, que se unía a un tótem grabado en la piedra bajo la nieve, quedando al descubierto un oso de piedra a un aullido del rojo lobo que hablaba con honda voz. Cuenta la historia, de que un hechicero amaestró a un oso blanco en una negra caverna del norte, donde guardaba un tesoro... la entrada al Reino Perdido, o Reino de los Ancestros. En aquel lugar se decía que había habido una ciudad subterránea de antes de los enanos, de donde sacaban sobre todo carbón, hierro, cobre, bronce y mitrilo para sus fraguas. Que fue la luz en un mundo bárbaro. Y que como toda luz en los albores, algo hizo que dejara de brillar.
El hielo avanzó, congeló las aguas, escarchó las fogatas, y el Reino de los Ancestros permaneció olvidado en el tiempo, más que el recuerdo del primer fuego, de la primera lluvia, y de la primera noche.
Leyendas. Decían que en Arryas no existía... o no hubo constancia de ello; ya no podría saberse.
Pasó que el oso se volvió como la tiniebla porque el conjurador le otorgó un poder por encima de muchos en el reino animal, y del pelaje, que se tornó negro, le brotaron placas como de armadura natural.
Además, el maestro le enseñó a matar a ciegas, y había extirpado de su cuerpo el dolor, aunque no del todo, y le había dotado de capacidades mágicas, aunque sin embargo, sólo era vulnerable al hierro y a la destrucción de su cerebro, cosa difícil si se tenía en cuenta el grosor de su cráneo y las bizarras mejoras. El lobo rojo lo sabía. Observó el tótem una vez más, y luego se fue, trotando por el sendero por el cual habían bajado los hombres hasta un desfiladero.
Del tamaño de un tigre, el lobo de inteligentes ojos dorados aulló y el viento llevó su voz hasta la estepa, donde un potro de pelaje dorado y crin roja piafaba y relinchaba como si le hubieran clavado un cuchillo... donde los padres de un niño ponían fin a su preocupación.
Sabían que su hijo no volvería a casa.


Acero VirgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora