Los juegos de Enoda habían transcurrido con gran éxito y las multitudes hallaron un gran goce en su clímax al final.
Pocas cosas igual de apasionantes y sangrientas contagiaban tal fervor al público, fuera del escalón que fuese, en al menos cinco siglos. Las gentes echarían de menos el evento en la fiesta de despedida, donde algunos gladiadores gozaban del festejo, y otros en cambio, reponían sus heridas.
Volverían a Ilonia en cuestión de un mes o dos, Kerish no sabría decirlo, y harían paradas por otras ciudades-estado y pequeños reinos de occidente en los que tanto maestro como alumno, ambos bárbaros, se sentían pequeños en medio de tantas murallas enormes y palacios y templos, aunque no se sentían tan pequeños en estatura. La raza humana, creada por los dioses a saber con qué propósito, era joven y perfecta en cierta medida. Aprendían rápido, se reproducían en cuestión de nueve meses y eran totalmente adaptables a lo que les viniera. Para Kerish, que por entonces estaba cerca del 1'80 de estatura, los demás le veían casi como él mismo se comparaba con un tipo que midiera dos metros, y ciertamente imponía pese a su edad. Eso no importaba en aquel lugar que casi no recordaba apenas, una vida muerta hace tiempo, porque la adolescencia era un invento civilizado y antes de los 15 años de edad se dejaba en parte de ser niño. Todos eran adiestrados para la guerra porque debían ser combatientes individuales capaces de protegerse tanto a sí mismos como a su familia, y si abrazaban la muerte también abrazaban el deseo de dejar atrás la infancia y convertirse en adultos completos esperando la iniciación. La raza humana, entonces, en su sustrato más puro, estaba representada en él.
En cuanto a otros términos de población, había diferencias, unas más notables que otras, se podía apreciar en cosas como el cabello, los rasgos, el color y forma de los ojos o la altura misma. Por ejemplo, durante estas visitas a otros lugares, Torii, que era más bajo, había visto humanos más altos aún. Lobo Negro era un poco más alto que Kerish, al menos le superaba cinco centímetros, y ya de por sí llamaba la atención. Aun así eran vistos como bárbaros y si no se trataba de una cuestión de corpulencia o estatura, la idea de temor y respeto que suscitaban en el resto la daba el conjunto en sí. Y muchas veces, la diferencia dada por el exotismo era un factor mental a tener en cuenta. Tampoco se podía decir que muchos llegasen al metro setenta y cinco de alto lo que ya, de por sí, era motivo para imaginar los tiempos de los gigantes y sus gestas legendarias.
Aunque realmente, por "gigante" no se quería decir un monstruo, pues en pocas lecturas que habían sobrevivido traducidas de modo correcto, "gigante" era sinónimo de "poderoso" y no de hombres con una talla exagerada ni criaturas nacidas de los mitos.
Aún quedaban varios puntos de pasar en los mapas, carreteras y sendas, y antes de la partida, el maestro les llevó al prostíbulo de más prestigio, a ellos y a los otros gladiadores. Un día antes de pisar tierras agrestes, de volver a evitar los páramos gélidos y hollar rutas comerciales donde acechaban las fieras y los bandidos. Bebieron juntos, como una familia, y escogieron chicas. Lobo Negro se hizo con una hermosa joven de ojos azules como los suyos, y de melena rubia. Su piel broncínea mostraba que la prostituta era del sur, o algún tipo de mezcla exótica, con ese cabello y esos ojos, y con la sedosa piel morena por el sol olorosa a una fragancia almizcleña.
En cuanto supo que no la había tocado aún ningún varón, se la llevó a un reservado. Le encantaban así. Tiró de su hermoso cabello rizado, lamiéndole el cuello con ansia lasciva, llegando hasta sus labios con un gruñido y ella se dejó hacer, sumisa, suplicando muda por su suerte. Luego, Lobo Negro la hizo ponerse sobre las rodillas y con las manos en el suelo, se desabrochó el cinturón y dejó caer la túnica de pieles, mostrando un torso amplio y fuerte. El de alguien que no había hecho otro ejercicio que sobrevivir día a día usando armas para matar. Nada de torsos esqueléticos mostrando cubos finos debajo de la piel y ni un pecho sobredimensionado. Era un cuerpo de apariencia robusta, con el fondo del vientre plano y duro y unos pectorales resultado del esfuerzo blandiendo sus letales hojas. La belleza rubia le imaginó, con excitación y vergüenza, rompiéndole la ropa apasionadamente aunque la trataba sin dureza, dedicándole un momento inolvidable. Algo por lo que habría valido la pena no arrepentirse de su suerte. Sin embargo, se arrepentiría toda la vida. El cliente fijó las pupilas en ella con desprecio y le dio una orden.
—Quítate la ropa—.
La joven se deshizo de su túnica roja, y le miró con sus hermosos ojos celestes algo temerosos.
Él lo advirtió y se regodeó mientras dejaba caer sus pantalones al suelo tras quitarse las botas. Pero volvió a ponérselas. Cuando ella estaba tal y como su madre la trajo al mundo, él se amarró su erección con la correa que sostenía como un látigo y se puso tras ella, tirando del cinto hacia atrás, dejando que el resorte natural de su sexo fuera luego hacia delante al aminorar el tirón, azotando con la cúspide y parte del hinchado tallo las nalgas de la fémina, que aunque fuera voluntaria, se sentía intimidada por aquél joven de cabellos negros. El chasquido húmedo y excitante de esos azotes la hizo jadear, hasta que estuvo deseosa de él, y se giró para engullir la virilidad de Lobo Negro. Empero, él le puso la mano en la frente y la hizo caer de espaldas de un empujón.
—¡No! ¡Soy tu amo, zorra! ¡No harás nada sin mi permiso!—gritó, y pellizcó los pezones de la joven con los dedos de las manos, tirando de ellos hacia sí con crueldad.
La muchacha iba a replicarle antes de que él la pinzara sus sensibles botones carnosos, que remataban sus senos pequeños pero bien formados. Echó un quejido y se levantó para no sentir más dolor.
—Sí, mi amo... ¡haré lo que vos me pidáis!—susurró ella.
—Así me gusta—gruñó él, complacido.
Lobo Negro aflojó su cruel caricia y estimuló los pezones de la rubia con un suave movimiento que oscilaba una mano al contrario que la otra, arrancándole un suave gemido. Lamió el rostro de ella, como un lobo hace con una víctima con la que juega, y se levantó, cerrando la correa en torno al cuello delgado de la muchacha. Tiró del correaje de cuero negro y la estranguló un poco, acercando su miembro a sus labios rojos y dejando que su compañía de esta noche se aproximase, pero cuando ella iba a cerrar la boca sobre su arco, retiraba a la muchacha nuevamente.
Eso la puso más ansiosa, y él se divirtió largo rato con ello, hasta que la suela de sus botas resbalaba en el néctar que ella destilaba por entre los carnosos labios que permanecían separados hacia las ingles.
—¿La quieres?—rió el gladiador, casi infantil.
—Sí, mi amo—.
—¡¿La quieres?! ¿Te crees lo suficientemente buena como para merecerla, zorra?—se mofó Lobo Negro, tirando más del correaje, hasta que a ella le costó respirar.
Su risa era cruel ahora.
—¡Pídelo por favor!—le susurró vivamente entre dientes a la joven, como si realmente necesitara sentirse deseado, sentirse por encima de alguien mediante el abuso.
—P... Por... Fav...ooor...—gimió ella, casi sin aire, y el gladiador aflojó la presa, ofreciéndole su sexo con una mueca lujuriosa y rebosante de ansiedad en su juvenil rostro.
—Cómetela... no quiero que dejes nada. ¡Si no, te castigaré!—rió él.
Su sumisa esclava por una noche engulló con toda la ternura y la paciencia que pudo la caliente rama de carne endurecida por la presión y el ansia sexual, se mostró tan complaciente, que él decidió premiarla al cabo de media hora.
—Vamos. Date la vuelta, y enséñame ese culito—jadeó Lobo Negro, inquieto por penetrarla, y así hizo nada más que ella le mostrase la apertura de la rosada brecha entre sus carnes morenas, introduciéndose en ella con lubricidad ensalivada, alargando un gemido un extenso instante...
Continuó embistiéndola despacio, pero cada vez entraba con más violencia a la par que abandonaba la cavidad femenina con deliberada y cruel lentitud. La mezcla entre dolor y placer hizo estallar a la joven en un horrible orgasmo mientras Lobo Negro constreñía el cuello de ella con la correa del cinturón. Cuando la joven se dejó caer, extenuada, él retiró el cinturón del cuello de la prostituta y le azotó las pequeñas nalgas, admirando cómo el inocente rostro de ella se contraía de dolor y placer entre lágrimas.
—¡Todavía no me has complacido, perra! ¡Eres una puta esclava que no vale el tiempo que estoy gastando! ¡Vamos, grita! ¡Muévete hasta que llegue!—gruñó él entre dientes, mientras la novicia se movía penetrándose contra él, con las nalgas rojas por los azotes, y hacía entrar y salir frenéticamente la lanza de Lobo Negro de su vulva húmeda y resbalosa...
Hasta que él decidió que era suficiente, y sacudió su glande contra el pequeño trasero de ella, brindándole su esencia masculina en borbotones cálidos y lechosos, con un ronco grito de placer. Ella no valía nada pero la quería oír suplicar.
—¡Dadme vuestra simiente, mi señor! ¡Por favor!—gritó ella, notando que el ardiente esperma goteaba sobre su espalda y sus nalgas, llegando también a la vez a un intenso orgasmo.
Lobo Negro se estremeció de placer, y tiró del pelo de ella, sentándose en una butaca que había en la habitación, cerca de una cama y una palangana, e hizo que, sin levantarse del suelo, ella acercase el rostro a su miembro. Su rabiosa pasión le había hecho ponerle otro rostro a la mujer que tenía delante.
Unos ojos dorados, unas facciones blancas y suaves, malignamente hermosas, y un cabello negro azulado, liso y oloroso a un perfume indescifrable. Era el rostro de Tuoya. Por un momento, él enrojeció, y le lamió la boca nuevamente, deteniéndose en su lengua, proporcionándole un largo y obligado beso. Luego, al recuperar el sentido, la alejó de él con el cinturón de nuevo en su cuello, como si fuera un animal doméstico, y tiró un poco más fuerte, haciendo que la mejilla izquierda de la mujer diera con un chasquido carnoso en su miembro brillante y reblandecido.
—Eres un desastre. Límpialo hasta que no quede ni gota—.
Ella obedeció, y lamió complacientemente el sexo de él, sin reserva. Había algunas gotas ya secas, pequeñas, de la sangre de la primeriza.
El hombre que se había llevado su virgo por un buen precio era un tipo terrible, al que temía pero que la excitaba al tratarla como a una vulgar perra piojosa. Y eso a él le gustaba saberlo en cada caricia de la lengua de la mujer cuyo amor era de alquiler. Pero con todo, Lobo Negro ansiaba a una mujer por encima de todas, y ésa era una de las mujeres del Khan. Cuando llegasen a Ilonia, trataría de hacerla suya. Tenía todo lo que una mujer podía desear en un hombre. Si la mujer en cuestión se cegaba y anulaba ante sus deseos crueles y el maltrato. Había una diferencia entre la fuerza y el abuso, y Lobo Negro se enorgullecía de ostentar ambas cosas en ocasiones. Él no era como su hermano. Se respetaban, habían luchado juntos, mas no por ello compartía el incomprensible carácter de ejercer la fuerza para sobrevivir y respetar al mismo. La gente no merecía respeto. Eran cosas. Los follaba, o los mataba, y así funcionaba todo para él. Era simple y trastornado, pero se trataba de su modo de ver las cosas y era la única satisfacción que le quedaba.
Se hizo una pregunta, al mismo tiempo... ¿Y si un día tuviera que luchar contra él? Sabía lo puta que era la vida, y peor aún, el hecho de que Tuoya lo usara para el sexo le causaba envidia y una feroz rivalidad que emergía algunas veces en las luchas. El público adoraba a ambos por igual pero él, Lobo Negro, era una sombra más. Y quería todo para él. Quería a Tuoya. Quería ser libre. Quería matar, humillar, violar, y sentarse en un trono. Se dejó ir de espaldas en la cama despidiendo de su lado a la virgen y resolló relajado. No la necesitaba para nada más, ya la había usado. Ahora que se fuera a joder con otros. Los sonidos de fornicio y conversaciones ininteligibles con su murmullo fueron su canción para conciliar el sueño, un sueño con la esposa de Qublei, con multitudes aclamándole, y sus hojas doradas teñidas de rojo triunfo.
Entretanto, uno de los gladiadores que no había escogido chica, el de la trenza de reflejo rojizo, yacía en el jergón de uno de los reservados él solo. El prostíbulo había cerrado y todos estaban bebiendo aún, aliviando sus ansias sexuales con las mujeres a cambio de dinero o simplemente durmiendo.
Con las manos tras la cabeza, mirando hacia arriba, Kerish únicamente pensaba en la noche en que estuvo con Soryatani. Tenía la pierna izquierda estirada sobre la cama y la derecha flexionada por la rodilla, tan iba sólo ataviado con un taparrabo blanco y los aros que adornaban sus brazos y su pierna. Sus pupilas permanecían fijas al techo de madera del prostíbulo. Seguía sintiéndose como un animal enjaulado.
Cerró los ojos, y se dispuso a soñar con los verdes iris, con el rostro amable y sensual de Soryatani. Pero su maestro le interrumpió, y le confió una tarea. Tenía que ir a una villa, escoltado, a prestar un servicio.
Suspiró y se preparó para ello sin dudar, como uno de los aguerridos campeones de los juegos Enoda que era. Prefería volver a luchar que tener que estar allí cinco minutos más.
Volver a Ilonia se hacía tedioso.
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Acero Virgen
خيال (فانتازيا)~ En el lejano cosmos se encuentran nebulosas celestiales que albergan infinitos mundos sin explorar. Muchos se estancaron en el descubrimiento del fuego, mientras que algunos pocos, dominan tecnologías de miles de años de adelantamiento. Otros, v...