XIX ~ Sacrificios.

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Semana y media más tarde, el señor de las hordas regresó y fue recibido en una fiesta de bienvenida y de despedida: por el triunfo en Xihuan.
Todo estaba dispuesto para liberar a sus lobos y luchar a todo o nada en un único combate. Qublei no se había hartado de tanta leche fermentada de yegua como acostumbraba, y por ello su mente funcionaba con más claridad. Se encontraba con poco apetito, sentado y meditando, allí en su tienda. El emperador de Xihuan había exigido el tributo acostumbrado de cada año, el mejor guerrero de las hordas. Antiguamente era uno cada diez años, pero él no arriesgaría a nadie. La última vez, Bortochoou se quedó sin hermano. Un honor religioso y una honra ancestral en morir a manos del dragón del emperador se consideraban tales, que los nombres de los ofrendados ocupaban un lugar importante en una losa roja que había como monumento en memoria de los sacrificios por el poder y la gloria del reino. De todo el imperio Xin.
Pero el Khan no lo veía así... un dragón, desde tiempos ancestrales, era para él una criatura maligna que trataba a los humanos como si fueran ovejas a las que sacrificar para saciar su voraz apetito. No sólo eso, sino que había dragones que no eran meras bestias. Según el vulgo, algunos podían tomar forma humana, o incluso hacer magia. Empero pocos dragones debieron existir (o seguían existiendo) así, pues era una patraña que un reptil acaparase el saber arcano tan exagerado que se le atribuía en las leyendas, y las leyendas solían exagerar las verdades. Por supuesto, no todas las leyendas eran mitos sin verdad...
Su ancestro Khromme fue un Akei de pura raza. El Khan lo sabía.
Y algunos de los suyos también lo sabían, pero se callaban. Esperaban el momento de sublevarse contra el emperador, reuniendo todas las fuerzas posibles y vengar la milenaria afrenta. De ahí que quisiera, preferiblemente, un pacto con los Aolitas.
Ahora, los tenía bajo su férreo puño, a ellos y a muchos más, pero la ciudad imperial estaba fortificada. Xihuan poseía soldados entrenados en distintas artes marciales y que utilizaban los puños y los pies con una destreza increíble, tan letales como las espadas y las lanzas.
Era un mundo por conquistar que el Khan jamás tendría en sus manos, pero él tenía la sangre de los Akei, aunque corrupta, corriendo por sus venas. Todo se lo debía a aquél reyezuelo loco, que exterminó a su gente hacía generaciones, emergiendo de señor de la guerra hasta el salón imperial.
Llegaría el momento en que Qublei se echaría como un lobo salvaje sobre el pomposo hijo de puta que sentaba su trasero en un trono que no merecía, y entonces... entonces sería el rey del mundo. Sólo necesitaba unirse más a sus gentes, unir a más pueblos, y el poder vendría de su cimitarra Ilonia como un rayo libertador, así como la muerte vendría de su espada ken.
Alguien entró en la tienda, con la mirada sumisa y hacia el suelo de un esclavo triste, pero que ardía con un interno fuego dorado y vengativo en los ojos de Tuoya.
—¿Qué quieres?—le interrogó el joven Khan, sin dirigirle la mirada a la mujer.
—Sólo estar contigo, mi señor—suspiró ella, de tal forma que ni siquiera se notó el sarcasmo y el ardor con el que escupía las dos últimas palabras.
—¿Tú? ¿La que menos gime de mis mujeres?—sonrió Qublei, —Ahora dímelo en serio. Quieres algo, ¿verdad?—.
Tuoya se reprendió a sí misma mentalmente, mientras se arrodillaba delante del Khan, mirándole suplicante, lo más suplicante que pudo fingir.
—Algo difícil tengo que contarte. Pero antes, te ruego que no me cortes el cuello, oh gran Khan, pues mis palabras podrían profanar tu orgullo y cegarían tu corazón de tal forma que desearías matarme. Tengo una gran culpa que confesar—.
Qublei entrecerró los ojos, y cruzando y descruzando entre sí las piernas, apoyó el codo derecho en la rodilla derecha, y la barbilla en la mano diestra, con la contraria sobre el costado izquierdo.
—Habla—replicó secamente.
—Se trata de tu hermana Soryatani, tiene un amante. Sabiendo que querrías que ella fuera tu unión con la sangre imperial tras la conquista a su dinastía que tantos años has planeado, creí que era mi obligación como esposa decírtelo. Prevenir tu deshonra, gran señor—.
Tuoya bajó la cabeza de nuevo, y Qublei permaneció quieto, impasible, pero con el rostro enrojecido de ira. ¡Su hermana, su bien más preciado al igual que su caballo, Espada Que Baila!
—Si es verdad lo que dices, ¿cómo te has enterado?—susurró con suspicacia el Khan.
Ella no se demoró en explicarse. La técnica del doble rasero, siempre tan apta si se podía manejar bien.
—Una noche he seguido a tu hermana, simplemente por mera casualidad porque algunas veces paseo sola, y me quedo a ver el reflejo de las estrellas que flotan en el río Kuoulún. La vi yendo hacia el coliseo que había montado tu abuelo, a imagen de los de esos pueblos de "ojos redondos" del sur, ¡y la encontré juntando su tripa a la del esclavo pálido! ¿Qué clase de mujer te desobedece, quizá creyendo que no temerá tu ira por este ultraje a tu voluntad, mi señor? Si todos se enteraran... ¡Él le metió esa gorda tranca hasta el fondo, una vez y otra, tomando lo que no le pertenecía! ¡Debe ser castigada!—.
Quizás Tuoya hubiera querido decir "Me robó la gorda tranca que yo quería meterme hasta el fondo una vez y otra", pero de haber expresado que lo que sentía eran unos horribles celos y que se tiraba sin penetración a aquél chico de 17 años para el que tenía planes sexuales de lo más turbios, lo cierto es que la que hubiera estado en peligro hubiera sido sin duda ella misma.
Quería a Kerish, quería a Soryatani lejos de él y que fuera castigada por tocar lo que le pertenecía por derecho, uno que ella misma se había atribuido. Qublei miró iracundo su espada ejecutora. Una mujer Ilonia no era de otro hombre hasta que le daba un hijo, su primer pensamiento fue matarle a él y casarla precipitadamente con algún jefezuelo de tribu con el que pudiera vivir con relativo lujo. Pero por otro lado, estaba demasiado abatido pensando en su gran plan de conquista, y en entregar el sacrificio al dragón del emperador. Costumbre impuesta antaño, aún en rigor para glorificar más al emperador de Xihuan y que no descargue la cólera de su mítica bestia. Algunas leyendas de boca en boca entre los Ilonios hablaban de un temible monstruo que destruía a los hombres en batalla, y que por eso se sacrificaban siempre a los buenos guerreros, para mantener saciado a este ser y que, acompañado de un tributo al emperador, significaba paz para todos con la sangre de sólo uno.
Así asintió:
—Ella nunca ha sido de ningún hombre, puedo comprenderlo, pero ese asunto ya lo discutiré—.
—¡Mi señor, si ella no teme tu represalia es porque eres demasiado misericordioso! ¿No sería mejor mostrarle que debe respeto y obediencia al hombre que la debería haber casado con un rico general, al hombre que pronto va a conquistar todo este país, este Imperio de los Dragones?—le insistió Tuoya, pero Qublei tenía una paciencia infinita.
—Dime, fiel esposa: ¿has nombrado antes el hecho de pasear sola?—.
—Sí, mi señor—.
—¿Por qué paseas sola?—.
—Porque así la mente se libera de las presiones del día y tú entiendes mejor que nadie esa carga sobre la frente—.
—¿Y tú no tenías unas guardianas? ¿Tus dos guerreras que podían tumbar a varios hombres? ¿Ellas iban contigo en esos paseos o ibas sola del todo?—.
Ahí el señor de la guerra se fijó en la reacción del rostro de la mujer, aunque no acertó nada más que a discernir con un breve silencio antes de mover los labios que ella permanecía tensa. Provocaba ese efecto en la gente, no le dio mucha importancia pero le preocupaba su seguridad.
—Claro que venían conmigo, mi gran esposo. Siempre—.
—Diles a las dos que vengan y que den prueba como testigos—.
—Mi Khan, ¡ya lo hice! Pero temían tanto tu cólera que se negaron y prefirieron quitarse la vida luchando entre sí antes que desairarte. Ha sido un horror pero prefirieron darte sus vidas en prenda. Yo misma pensé en ello, pero dejé caer la daga antes... antes que poder decirte con la boca lo que no podría con mi fantasma. ¡Te temo y venero, marido, como todos te temen y veneran! Pues tienes mucho poder en ti y más ahora que vas a ser por completo el amo del imperio de Xihuan—.
—¿Dices que se mataron antes que confirmar tus palabras? Aunque es cierto que soy tan temido como querido, no imaginaba ese rasgo en aquéllas dos guerreras entrenadas para ti y que eran como hermanas o incluso hijas: temerme más que a su ama. Todos los que venimos del Lobo Azul como hijos suyos inspiramos eso. ¡Basta entonces de este asunto! Quiero tu palabra de honor. ¿Me la das de que cuanto has dicho es verdad?—.
Ahí no hubo de pensarlo mucho porque conteniendo una sonrisa y empleando los espasmos de los músculos de su rostro, la Ilonia pareció en cambio demostrarse sobrecogida y dos lágrimas descendieron desde los párpados inferiores hasta las comisuras de la boca.
—¡No hay mayor castigo que una deshonra para mi señor! ¡Digo la verdad! ¿Iba a llorar entonces si no lo fuese? ¡No puedes dejar la traición impune y que las dos almas de mis guardianas hayan partido en vano al eterno cielo azul!—.
—¿Es entonces el castigo lo que quieres para mi hermana?—.
—Es justicia lo que quiero para mi Khan—jadeó sumisa, cerrando los ojos, con cara de ir a llorar de nuevo a lágrima suelta a la par que encogía los hombros.
Qublei abandonó su pose y la abrazó, mientras ella ponía la cabeza en el hombro izquierdo de él.
—Tuoya, has obrado bien. Te quiero, y te agradezco que me lo hayas contado. Me encargaré de ello mañana—sentenció el Khan, mientras su esposa le miraba con ojos vidriosos, excusándose, y se retiraba de la tienda de Qublei.
En el interior, de detrás de unos baúles, salió la fuerte figura de Bortochoou, con su gorro de cuero forrado de lana de oveja y un del azul. Se sentó junto a Qublei y le pasó el pellejo de licor Ilonio.
—Ya no podía esperar más—sonrió el mejor hombre y hermano de sangre del Khan, ahora un triste viudo.
—Ni yo, amigo mío—.
—Lo que te ha contado es cierto, y asumo la responsabilidad. Ella me dijo lo enamorada que estaba del gladiador... intenté aconsejarla lo mejor que pude, es como mi hermana. Siguió su corazón con toda la certeza pero su mente no es tan consciente del suelo como lo es del cielo—.
—¿Sabes qué aprecio de ti, Bortochoou? Tu lealtad y el honor de afrontar las cosas. Nunca me mentirías ni para salvar tu pellejo—sonrió el Khan al dar un sorbo al airak, en tanto que el otro guerrero de las estepas le arrebataba con una risilla maliciosa la bebida para darle un largo trago.
—Te lo digo en serio, Qublei. ¡Si el precio es la ejecución, que me lo pague tu espada en mi cuello! No daría la vida más que por mi hermano y lo haré con orgullo—.
—Es mi orgullo, herido y henchido, el que te considera tal como eres el mejor y el de mi sangre. Háblame de ése chico...—.
—No hay nada que ya no sepas. Y mañana, quién sabe si morirá. El destino no está claro, sólo veo el camino desde el origen. Conozco al joven hombre desde que Torii lo trajo a su pequeño campamento, y podría ser tu cuñado, un gran cuñado. Pero es un esclavo, y se le ha marcado para la muerte—aseveró Bortochoou, encogiéndose de hombros mientras le pasaba el pellejo de airak al Khan.
—No pienso liberarlo para formar familia. Los hijos de mi hermana no vendrán de un esclavo, ¡y menos de uno que la ha profanado! ¿Debería perdonar a mi hermana, amigo?—.
—Deberías abrazarla y demostrarle que ella no es un objeto con el que comerciar. Ella te quiere y te respeta, pero teme por sí misma en tus manos. Es sangre de tu sangre, más que yo. ¿Merecería el desprecio o el látigo por escuchar su corazón como tú lo hiciste? Nuestra cultura protege a los nuestros, y entiendo que Kerish no lo sea. Aunque si quisieses, eso podría cambiar—.
—Pues no quiero. Y como has dicho antes, ya se ha decidido el destino del muchacho. Que ella lo llore, tendrá derecho, pero el hilo de sus vidas será cortado por mi mano y no volveré atrás. Hay mucho en juego y ya hemos movido las piezas. Sí, la perdonaré. La perdonaré, ¡pero no sin reprocharle su error!—.
—Te pagaría un valle entero de caballos si lo tuviera para casarme con la dulce Soryatani y darte sobrinos locos y guapos. Pero ella ama a otro hombre de vida corta, y ni tú ni yo podemos quitarle el derecho de amar a quien desee. Sólo vivimos una vez—.
—Ojalá todo fuese tan sencillo. Somos de distinta madre, y quizá eso me hace sentir menos aprecio del que debo por ella, pero por otro lado, no dejaría que ningún hombre indigno la manchase. Debería matarlos a los dos como castigo, son una mujer y un perro esclavo. Los castigaría a ambos y punto. ¿Realmente haré bien pasando por alto su indiscreción? ¿Por qué siento apego y asco a la vez que deseo impartir justicia con mi sedienta espada? ¿Me equivoco o soy justo? ¡Ser el señor de mi pueblo es una gran carga! ¡La cabeza tengo llena de aullidos que no me permiten conciliar el buen sueño!—gruñó el líder de las tribus, a todos los efectos un rey y como tal, aquejado por las presiones del liderazgo.
—Tú eres el Khan. Yo invité al esclavo a comer con nosotros por requerimiento de tu hermana, con tu mandato, pero supe que ella quería tenerlo delante como a una persona corriente. El amor es puro, amigo mío, y tu hermana sigue siendo pura—.
—Hablas con el mismo amor que yo hablaría, amigo, aunque en estos momentos me arde el estómago. Tendré que perdonarla. A él no... ¿Y si lo entregamos como tributo? Es fuerte y seguro que nos daría suerte el sacrificio. Otro nombre en la muralla roja—.
—Tomes la decisión que tomes, castígame a mí, pero no a ella. La quiero tanto que me quitaría la vida si la viera marchitarse triste como una flor sin tallo. Tampoco tienes por qué castigar a Kerish, nos ha servido bien. ¡Envía un prisionero Aolita! Seguro que las mandíbulas de la bestia no notan la diferencia—.
—Sincero como siempre, hermano. No seré demasiado duro con ella, pero a ése cachorro inmundo y miserable le espera lo que debe esperarle. Hice un pacto con el Padre Cielo, amigo. Jamás deshonraría a los dioses, y de todos modos, es tarde para cambiar de opinión. ¡Los demás me verían débil si le perdonara! No podemos dejar que eso ocurra, no ahora que estamos tan cerca. Además, él no es de los nuestros, es un esclavo porque es débil y nosotros fuertes—.
—Qublei...—le interrumpió su hermano de sangre.
—¿Qué más tienes que decir?—.
Tras un silencio, Bortochoou le recordó un proverbio ancestral, volviendo a hablar poco más tarde de destensar el cuerpo, nervudo, por nombrar sobre los dioses y sus pactos con los hombres.
—No menosprecies a un cachorro débil, pues podría convertirse en un tigre feroz—.
El Khan se acarició la perilla que se estaba dejando y los bigotes, y miró hacia el fuego. Sus ojos brillaron sobre las llamas, y luego se giraron hacia su hermano de sangre y alma. Continuaron después, cortando la anterior conversación al tratar sobre un plan de ataque a la capital del imperio.
Luego de acordar los pormenores, el Khan puso una mano sobre uno de los robustos hombros de Bortochoou. Él había consentido a su hermana, así que tanto su hermano de sangre como Soryatani y él eran culpables de lo mismo. Igual se salvaría Torii y todo quedaría en una reprimenda para la princesa, pero si quería ser el nuevo emperador, si quería que su campaña empezase bien desde el principio, debía jugar bien la partida con la sabiduría del Lobo Azul.
Pero, ¿cómo hacer lo que era correcto para el corazón de la joven y cómo hacer lo correcto para el Khan y su familia? ¿Cómo podía afectar positivamente todo para su plan de conquista?
Sí. Qublei ya estaba pensando en otra cosa más.
—Sabes, Bortochoou... no te va a hacer falta ese valle de caballos—.
Contrariada y sin saber apenas sobre el sacrificio ni dragón alguno, consideró que era suficiente y se marchó. En el exterior de la tienda, Tuoya había escuchado desde la primera palabra hasta la última. Obviamente, ella tuvo otras intenciones y lo último que quería era que su trabajo para fastidiarlo todo se quedase en una sonrisa, una boda y todo perdonado.

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