Aquella tarde hubo movimiento de tropas.
Una a una, el Khan había ido asimilando o sometiendo ciudades vecinas e interceptando correos con sus jinetes. Nadie entraba ni salía de cualquiera de las poblaciones aledañas a las marcas fronterizas antes de las murallas que contuvieron monstruos en el pasado, y también a los invasores. Se decía que los bárbaros, en sus primeros vagabundeos por la primitiva tierra, las habían asaltado con éxito y llegado al corazón de los reinos que entonces no se habían unificado bajo la autoridad del emperador.
Las leyendas, para ellos la historia, contaban que los primeros Xin eran toscos y primitivos, pero una raza divina de hombres-dragón los educó y convirtió en ciudadanos con un propósito. Les dotaron de disciplina, conocimiento, y se volvieron refinados. Aprendieron a trabajar de manera exquisita el bronce y en menor medida el hierro a la vez que se dedicaban a la poesía, el canto y la guerra. Construían palacios, transferían pagos y compras en monedas, e influenciados por estos reyes-dioses aún tras tantos siglos tras su última ascensión, los reyes-dragón de Xihuan mantenían su dominio sobre toda la tierra.
Los jinetes de Qublei conocían todos estos hechos y por eso, odiaban más aún a sus opresores políticos y ancestrales. Habían sido ultrajados por ellos en el pasado y había llegado el momento de devolver el golpe. Esos hijos de las sierpes, que habían sido mezclados con sus esposas escamosas y de gran belleza para perpetuar el linaje, verían lo que mucho tiempo atrás habían olvidado, de lo que se reían con alguna anécdota pasada en tablillas grabadas a fuego por un soldado, lo que jamás pudieron pensar que sucedería. Que desafiarían su poder una vez más. Pero había un plan tras ello.
Advirtiendo la masa de hombres armados sobre corceles, Tuoya contó entre frente y fondo más de 2.000 que se dirigirían a cumplir los deseos de su señor. Ella lo admiraba y también lo aborrecía más. Preparar una invasión de este calibre en un solo golpe decía de su actual marido que era un hombre tenaz, ingenioso y fuerte; el hombre que la había tomado del lado de su anterior esposo e hizo suya.
Eso cambiaría. Algún día se separaría de él porque también tenía planes. Le despidió, alejada del resto de las mujeres de su aíl, y volvió a su yurta custodiada por una lancera y una luchadora que adoptó de niñas, y a las que educó para que escucharan y cumplieran sus órdenes y no hablar con nadie más. Uno de sus beneficios por ser desposada con el Khan. Con aquel característico vestido negro bordado en hilos de oro, la Ilonia cerró la puerta y se giró hasta la sombra pálida que la esperaba de rodillas sobre un lecho de lujosos cojines. La escena habría resultado incluso tierna, de no ser porque él tenía las muñecas y las manos amarradas en cintas de cuero negro a lo alto de la estructura que sostenía la amplia vivienda.
—¿Te encuentras cómodo?—.
Su prisionero no dijo nada, y ella se felicitó a sí misma, sintiéndose fuerte mientras que el otro, por contra, permanecía quieto como una estatua. Con un cabeceo perezoso y un suspiro, ella se retiró una trenza de entre los mechones laterales de su melena negra tras el hombro derecho y entrecerró los párpados de notables pestañas, fijando sus ojos ambarinos en el cuerpo desnudo que deslumbraba ante el resplandor de las llamas en el brasero.
—¡Así me gusta! ¿Sabes? Nunca pensé que aceptarías a venir por las buenas, por tu propio pie. Ni tampoco que dejarías que te atara de esta forma—ronroneó con fingida sorpresa la bella pero maliciosa Tuoya, ya que ella conocía perfectamente las razones: —Debe ser porque no puedes negarte. Porque puedo acabar con tu vida en cualquier momento. ¡Porque eres un sucio esclavo y yo una de las mujeres del Khan!—.
Casi emitiendo una risa, aunque quedó en medio ronquido, el susodicho esclavo tiró suavemente de sus amarres sin levantar la cabeza. Ella se percató del gesto y no le hizo mucha gracia. Mirándole, levantó la pierna izquierda calzada con una cómoda bota de piel, y le golpeó la mejilla derecha. Resoplando, el joven soportó el dolor y endureció los músculos de su cuerpo esperando otro ataque cuando la pierna se le acercó de nuevo, pero fue para alzarle la barbilla con el empeine.
Con una sonrisa cruel, la Ilonia boqueó sintiéndose excitada porque había acallado la mofa y nuevamente se sentía más fuerte. No volvería a reírse de ella. Aunque si algo borró su sonrisa y empeoró su humor, fue otorgarse el odioso título de "esposa del Khan" para dar importancia y peso a sus acciones, pero ya devolvería esa violencia que le pulsaba en la tripa a su objeto de deseo.
—Esclavo... Dime, deseabas volver a mí, ¿verdad que sí?—.
—¿Qué elección tenía?—gruñó él, con el cabello revuelto sobre el rostro y manteniendo la mirada en el tobillo de su sometedora.
Como no estaba satisfecha con esa respuesta, Tuoya bajó el pie y, con gesto obsceno, se levantó el vestido metiendo la cabeza del muchacho bajo la tela componiendo un cordón alrededor de su cuello para estrangularlo rabiosa contra su sexo. Cerrando los ojos porque la oscuridad le envolvía, él accedió al deseo de ella y, pese al dolor, besó aquellos labios íntimos y los separó con los suyos a la par que hundía la lengua. La mujer lo sofocó poniendo una pierna alrededor de su cuerpo arrodillado en el lecho de alfombras caras estrechándolo contra sus contracciones, contra sus gemidos y un largo, enfermizo y apasionado instante de goce que la urgía el tenerle sólo en el pensamiento. Liberándole de su mortífero abrazo, le dejó respirar y se desnudó por completo. Las curvas de su cuerpo se correspondían con su sensualidad e inteligencia además de perjudicar los valores morales de cualquier hombre. Pero aquél que tenía delante la despreciaba, y eso resultaba tan frustrante como delicioso porque le obligaba a hacer cuanto ella quería. Siendo sincera con su corazón, se sentía bien abusando de él y de la posición que ostentaba porque los momentos que pasaba con su forzado amante daban sabor a su vida.
Hablando de lo cual...
—Parece que ya aceptas mi sabor y te gusta más de lo que puedes admitir—.
Sabiendo lo que quería, él se relamió para complacerla y Tuoya sabía que lo hacía por eso. Lo cual añadía más morbo para su disfrute. Acariciándose los pechos delante de sus ojos oscuros y observando con diversión cómo se le mecía la larga trenza, ella caminó a su alrededor para apreciar el cuerpo en tensión con alargadas marcas rosadas sobre la piel blanca como la nieve.
—Tranquilo, Kerish, ¡no se lo diré a tu princesa! Saber que no eres suyo le rompería el corazón, ¿verdad? ¡Tal y como me rompiste el mío!—.
La cara de la hermosa Tuoya tornó en una máscara fiera, agarró una fusta y descargó su ira contra él nuevamente, primero gritando, luego riendo, y finalmente, tras seis azotes, relajó el brazo mientras que él aguantaba en silencio. Contenía una lágrima a la par que el anhelo de desgarrar sus ataduras y estaba a punto de gemir de dolor debido al exceso y maltrato al que estaba siendo sometido; un azote más le grabó el rencor desalmado de una infame y vil mujer.
Dejando la vara de fustigar al corcel, la Ilonia tomó una copa de plata con piedras semipreciosas verdes incrustadas, agarró la ancha virilidad de Kerish desde detrás y le obligó con ello a inclinarse más orientando el extremo congestionado hacia el fondo del vaso.
—Tuoya... ¡para! ¡No!—se rebeló retorciéndose contra quien le humillaba tomando cuanto quería, pero no valió de mucho cuando Tuoya apretó recrudeciendo sus ataques íntimos con una velocidad despiadada.
—¡Cállate! ¡Cállate!—le reprendía su dominadora, —¡No tienes derecho a decir "no"! ¡Vas a darme lo que quiero o te juro por mis muertos que te haré la vida un infierno! ¿Me has entendido?... ¿ME HAS ENTENDIDO? ¡ERES MÍO!—.
Una risa histérica emergió de la garganta y labios de la esposa del señor de la guerra, y supo que, sin remedio, estaba a su gracia, a lo que quisiera hacer con él. Tuoya le lamió las marcas que le hubiera provocado un minuto antes, mordió, y se deleitó con su sufrimiento a la vez que le daba placer con la mano corriendo la piel que reproducía para ella el sonido de aquella noche: el mismo sonido con que la princesa había enloquecido entre sus muslos, y con tal furia dio de brazadas ordeñando el miembro que sobresalía generosamente de su mano que le obligó a darle su savia en el acto. No aflojó por ello en ese mismo segundo en que sentía los temblores, en que aquella bolsa repleta de fertilidad masculina le daba sobre la muñeca rebotando. Todo lo contrario, exprimió más el cuerno carnoso y repleto de venas exageradas y aun así reales hasta que le diera la última gota.
Puede que, nacida de esa manera de hacerle, existiera un deseo de complacerle y ver que al dolor puede seguir el placer. En realidad sólo estaba torturándole pero la idea de hacerle sentir hasta este punto de derramarse en su copa podía con ella y más todavía le gustaba el hacerlo a maldad. Y ahora, más que nunca, deseaba tenerle dentro.
Dejando libre el afligido miembro de Kerish, Tuoya posó la copa en una mesita cercana y besó su culo, le separó los muslos agarrándole los tobillos y luego los juntó atrapando tras ellos los bienes del muchacho. Repasó el tacto rugoso de su arco hasta su escroto con las uñas y la lengua varias veces, y él sintió cosquillas y un bienestar extraño. No terminaba de acostumbrarse a esto tampoco, y había que decir que esta vez no había sido demasiado diferente de las otras visitas que protagonizasen. Sin embargo, algo en la actitud de ella además del hecho de saber que tanto él como Sorya yacieran juntos le despertó sus alarmas nuevamente y se tensó.
La Ilonia se lo tomó como que aún quería más, que quedaba más vigor por derrochar y le echó la trenza a un lado, se cogió ella misma con el pelo de Kerish alrededor del cuello y se restregó de esta manera contra él al acoplarse a su cuerpo, hallando satisfacción mutua. No sólo eso sino que, también, estaba desatada porque cada día le importaba menos todo, y saber que él amaba a otra pero se sometía a sus caprichos cruentos la justificaba en hacer cuanto le diese la gana para afirmarse como su poseedora y demostrárselo. Tenía la garganta enredada con la trenza, le estaba tomando desde detrás impregnándole en su esencia vaginal y Kerish estaba atado gimiendo a la par que tiritando por el tormento y el éxtasis. Le acarició el tatuaje en el lado izquierdo de su cintura hacia más abajo, y le clavó las uñas en la cara interior del muslo.
—¡¡¡Mío... Mío...!!!—.
Su semilla blanca aún caldeaba en el lujoso vaso. Era suyo, pero quizá, y esto la hizo sonreír y llorar en silencio al pensarlo, ella también le pertenecía.
¡Cuánto le deseaba ya llenando su interior! Tras unos segundos más de ese masaje, la mujer se sentó delante suyo y le permitió respirar aunque su verga rabiaba erguida y rubicunda ante sus ojos de miel. Así las cosas, Tuoya separó los hermosos muslos mostrándole su vulva bien abierta pero más como un peligro que una tentación.
Sonriendo y separando los labios de su boca tanto como los de su entrepierna, vertió el contenido de la copa hasta apurarlo, todo dentro de ella, y se frotó con parte del icor que había goteado sobre las yemas de los dedos contra la piel sensible y agitada bajo el pubis. Logró, al mismo que la jalea bajaba hasta su útero, enloquecer y caer rendida ante su cautivo, y sólo entonces le tomó su miembro para cubrir y descubrir su glande con una sensualidad sobrecogedora. El gladiador se ruborizó aceptando estas atenciones y cerró los ojos dejándose llevar por el increíble masaje y los susurros que emergían de aquella boca conmocionada por el orgasmo. Poco a poco, y con todo el tiempo para ellos, Tuoya extrajo de nuevo el calor pálido de Kerish con una caricia lánguida entre sus manos para restregar los jugos mezclados de ambos.
Ojalá la dejara embarazada.
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Acero Virgen
Fantasy~ En el lejano cosmos se encuentran nebulosas celestiales que albergan infinitos mundos sin explorar. Muchos se estancaron en el descubrimiento del fuego, mientras que algunos pocos, dominan tecnologías de miles de años de adelantamiento. Otros, v...