Durante lo que restaba de día, Tuoya se había tomado su tiempo con las piernas abiertas y dos oleadas de semen dentro de sí, con el corazón latiendo desbocado y recordando ese bello instante una vez tras otra sin dejar de agasajar a su esclavo, o al menos, así le consideraba. Suyo. Su esclavo. De nadie más. Y por supuesto, hasta que su útero no tragara del todo cada gota, no consintió en levantarse. Kerish permaneció atado aunque se le permitió bajar las manos y fue lavado por la de negro cabello con lentitud y mimo. Las heridas de la fusta fueron sanadas a besos y la misma toalla que le limpiaba el sudor con agua tibia y esencias perfumadas recogía algunas veces motas rojas de sangre.
Desde que puso los ojos en él por vez primera, sabía que podía complacerla y de hecho probó suerte sabiéndose en mejor posición social como para ejercer sus abusos. Pero eso no era un problema. Si él eyaculaba entonces le gustaba y no pasa nada malo. Bonita mentira.
Pese a todo Kerish no podía hacer nada.
Si hablaba, moría. Si no hablaba, acabaría muriendo de todas formas. Prefería seguir la vida que le quedaba intentando verse mejor de lo que en realidad estaba, aunque la anulación mental a la que había sido sometido no era suficiente para doblegarle. Con las dudas y más, se dejó hacer por Tuoya tumbado boca abajo y no se quejó del escozor ni de nada más. Sólo le importaba respirar y la calma lejos de la realidad.
Ella sonreía, feliz, imaginando el día que sus hijos nacieran y viesen a su padre esclavo encadenado a un poste dentro de la yurta, que jugasen con él, luego mandarlos a dormir a otra tienda más pequeña y soltar a Kerish para sentir su pasión. Pensando en esto también todo el rato, le hizo volverse sobre una toga más larga que depositó en las alfombras, y con todo el cariño de que era capaz, le acarició las costillas, el pecho, y bajó a besos por su vientre haciéndole cosquillas con su melena.
Solazada por la promesa de este futuro imaginario, en la muerte de su actual y ostentador marido e imaginándose armada por un ejército de hombres y mujeres que servirían a sus propósitos, se dijo para sus adentros que cuando lo asesinase para ocupar el trono, el gladiador sería su consorte. Habría de buscar también un marido legítimo de los Xin para que su empresa entre la dinastía y las tribus fuera bien vista políticamente, pero la cama era de Kerish como lo sería su descendencia. En secreto había tomado pociones de hierbas para no dar descendientes a Qublei y se las apañaba para que se interesase poco por ella en el lecho.
Los besos de Tuoya llegaron hasta la carne que escondía el extremo de aquel miembro robusto y le dedicó las atenciones de su boca, empuñándolo con obsesión, haciéndole daño incluso a su amante. Quería que notara una opresión tormentosa a la vez que el placer que no tenía derecho a obtener sin pagar su precio. Cuando intentó tomar a la señora con las manos por el cabello y librarse de ella, las mujeres que guardaban la tienda entraron, tirando del látigo anudado del que pendían los amarres para obligarlo a mantener los brazos en alto otra vez por encima de la polea sujeta a la viga.
—¡Esclavo! ¡Perro asqueroso! ¿Cómo te atreves a apartarme de lo que es mío?—le reprendió la Ilonia volviendo a cargar con la vara para azotarle.
—¡Yo no soy tuyo, y no me harás más daño nunca!—replicaba Kerish, tirando de sus ataduras coriáceas.
—¿No? ¡Haré contigo lo que me dé la gana! ¡Eres mío cuando y como quiera y nada va a cambiar eso! ¡Tengo todo el derecho a hacerte daño porque comparado conmigo eres una mierda! ¿Me has oído?—.
La fusta le atacó sobre el vientre y la espalda al menos tres veces, pero allí, desnudo como estaba e indefenso, sintió que algo olvidado retornaba a él. Su corazón latió ensordeciéndole con su propio pulso y la cabeza pareció colapsar y quebrarse por dentro del hueso, un esfuerzo primitivo al rugir entre dientes... ¡el cuero se deformó y partió mientras el bárbaro quedaba libre!
La lancera recibió órdenes de matarle repetidas veces entre gritos, el hierro forjado Ilonio avanzó para abrirle el cuerpo entre las costillas. Con unos reflejos sobrehumanos, Kerish evitó el envite desplazándose hacia la izquierda con un salto, agarró el astil con la mano zurda e hizo descender el codo contrario y el puño partiendo la madera con brutalidad; un segundo después la punta curva de la lanza que se asemejaba a una espada corta había atravesado la garganta y el pecho hacia abajo de su anterior dueña.
La luchadora embistió por el costado de él a siniestra tratando de cogerlo desprevenido y clavarlo al suelo con su carga, aunque no tuvo éxito, pues como si la hubiera visto hacer lo mismo dos veces, él se agarró el puño izquierdo con la mano derecha y lo hizo chocar como una piedra contra la sien expuesta de su adversaria. Algo aturdida, la luchadora lo agarró por la cintura intentando levantarlo, mas los codos de Kerish se le clavaron a ambos lados de las vértebras bajo el cuello y los dos quedaron empatados entre el dolor y las acometidas como dos toros en pugna. Por unos segundos ninguno cedía y a pesar de los estremecedores calambres la mujer lo levantó un segundo y lo echó entre las afombras, golpeándole los costillares con los puños desnudos. Los brazos del joven los cubrieron como podían acogiendo cada cuarteto de nudillos y teniendo la impresión de que le golpeaban con mazas. Durante cinco, seis, siete golpes se mantuvo a la defensiva para preservarse y tratar de invertir la situación, y antes de que le tocasen la cara rodeó con el brazo izquierdo la cabeza de su rival, la agarró por la nariz torciendo su cuello y le descargó un golpe con la parte baja del puño contra la boca y el flanco de la mandíbula, llegando incluso a la zona del cuello bajo la quijada. Aprovechando esto, la empujó con las piernas y rodó deshaciéndose de ella, la mujer guerrera no pudo levantarse a tiempo sino que tropezó al intentarlo y el talón derecho del bárbaro bajó contra su nuca como un hacha. Un crujido. Silencio repentino.
Tuoya le miró horrorizada, una cosa era ver un combate en la arena desde la grada y otra tener esa violencia aniquiladora justo a un par de metros delante. Con una mano manchada de sangre y la piel enrojecida por las lesiones, Kerish se vistió en unos segundos poniéndose las botas, la ajorca en el gemelo, el cinto y el taparrabo. Luego la dastâna, y se miró las muñequeras que acusaban el roce de sus ligaduras anteriores y de toda la lucha como tantas otras veces. La Ilonia tenía una daga en las manos y, sobrecogida, le temblaba cada fibra del cuerpo. Quizá la altura imaginaria a la que se encaramaba no había resultado sino despeñadero. En el abismo de la barbarie, no era nada, no era nadie.
Y no podía soportarlo. Atacó intentando cortarle la cara y él, que ya estaba esperando su traición, todo por su maldad en usarle y dañarle, apenas necesitó de su habilidad para apartarle el brazo del arma con un golpe hacia el exterior, apresarlo y torcérselo. Tuoya pataleó, lloró, le golpeó el pecho con una mano que tuvo libre mientras Kerish la obligaba a tener cerca la daga contra el pescuezo. Parecía no conmoverse lo más mínimo ni ante sus intentos de librarse y dañarle ni tampoco ante sus lágrimas.
—¿Y ahora quién es una mierda? ¿Eh?—.
Cuando le escuchó decir eso, la mujer se deshizo perdiendo las fuerzas y el bárbaro la desdeñó a un lado como si en efecto no importara gran cosa. Ni siquiera la consideraba una persona ya. Dejarla viva con su miseria era más satisfactorio que matarla. Aun así, Tuoya no cesó en sus amenazas.
—¡Voy a tenerte a cualquier precio, cabrón! ¡No voy a parar hasta que vuelvas arrastrándote y supliques!—.
—Estoy harto. No voy a seguir en tu maldito juego, mujer. Yo también elijo, y elijo no volver a estar contigo—.
—¡Me perteneces y te darás cuenta muy pronto! ¡Eres mío!—.
—Intenta acercarte a mí otra vez y le diré a todos lo que has estado haciendo—.
Así era, se acabó el ser su víctima. Con todo, la Ilonia interrumpió el llanto para fijar sus iris ambarinos en los de él, tornándose más oscuros y entrecerrando los rasgados párpados con una risa histérica entre los cadáveres, apuñalando el suelo con la daga.
—¿De verdad harías eso? ¡Soy una mujer, nadie te creerá!—.
—¿Quieres averiguarlo? Pruébame. No me llames otra vez, no me busques más. Nunca. Ni se te ocurra volver a tocarme—.
Nuevamente un silencio espeso, y el joven caminó de espaldas hacia la puerta de la tienda para abrirla y quedar en el umbral con la luz de la tarde atravesando el espacio. Su sombra se proyectó sobre la de ella poco antes de marcharse.
—¡No soy tuyo!—.
Debió tener más cuidado. Miserable, estúpida, desconsiderada, celosa, dañina e impertinente Tuoya. Pero se dijo a sí misma que eso eran en realidad virtudes. Él no la entendía. Mejor...
Que se fuera, porque tendría su momento de recibir el castigo debido, algo con lo que disfrutaría antes de volver a tenerle a sus pies. Aun así, aquél hombre la dejó tan herida que ningún corte sangrante se compararía al sufrimiento que desde entonces, atenazó a Tuoya y la hizo enloquecer y sentir lástima y rabia por sí misma. Por todos.
Ya encontraría la manera de que esto tornara en su favor. Siempre lo hacía.
"Si Kerish no es mío, tampoco será de ella".
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Acero Virgen
Fantasía~ En el lejano cosmos se encuentran nebulosas celestiales que albergan infinitos mundos sin explorar. Muchos se estancaron en el descubrimiento del fuego, mientras que algunos pocos, dominan tecnologías de miles de años de adelantamiento. Otros, v...