Capitulo 24

24 0 0
                                    

Sólo una ventaja retiré de las entrevistas con el general des Zardes, con Mortha y con el obsequioso judío: que mi amor por Helena, de quien conozco ya la familia, la historia del padre y la inversión de la fortuna de éste, se haya dulcificado, sin disminuírse, pero humanizándose, por decirlo así. Sólo el amor comprende, Idolatrada, de quien por intuitiva adivinación sé hasta los más recónditos secretos de bondad y de nobleza; ¡sólo el amor comprende! ¡Para el general des Zardes no existes, sólo vive en su imaginación la imagen de tu padre, tal como lo vio en los días de la funesta campaña; para el profesor Mortha eres un mozo ocupado en estudios de historia religiosa; el judío sólo sabe de ti el oro que recibirán al cumplir los veinte años! ¡Sólo el amor comprende! Charvet, a quien la práctica de su profesión no le ha endurecido el alma, como a tantos de sus queridos colegas, sabe la agonía del ser que te dio la vida, recuerda el horrible dolor de tu padre cuando el trágico suceso, y entrevió en tus ojos de niña el fulgor que tienen hoy, el fulgor terrible de santidad y de dulzura que alumbró mi alma en la noche de Ginebra. Sólo yo, que quiero buscar en ti la luz que me alumbre y el áncora que me salve, sé de ti todo cuanto saben ellos juntos y te adivino tal como eres... ¡Sólo el amor comprende!

Hoy hay dos lugares en la tierra donde no se posan pies humanos. Envuelve sagrado silencio la atmósfera que en ellos se respira; son la estancia donde murió la santa de los cabellos de plata cuyo perfil sonríe a seis pasos de este sitio, en el cuadro de Whistler, y el cuarto, tomado en alquiler por diez años al hotelero suizo y cuya llave está en la caja de hierro cerca del camafeo, el cuarto por cuyo balcón me arrojó ella el ramo de rosas en la noche inolvidable.

De Sobremesa - José Asunción SilvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora