Capitulo 25

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Decía ayer que mi amor se dulcificaba, humanizándose... ¡Ah, sí!... ¡Sólo mi espíritu la reclamaba hace unos días, y ahora todo mi ser la reclama!... Antes de encontrarla no sabía lo que era el amor y había besado sólo con la imaginación mis ideales de poeta, con mis labios de carne las bocas lascivas y entreabiertas de mis fáciles idolatradas. Ahora mi espíritu y mis labios sueñan con ella, y si en ella pienso, vibra todo mi ser, como las cuerdas de un instrumento sonoro bajo el arco inspirado del artista que les comunica su alma.

Puesto que revestida de misterio y de más allá, entraste en mi vida, virgen inmaculada y dulcísima, nuestro amor será un éxtasis. Ennoblecidos por ti, los detalles de la existencia diaria se transfigurarán, y cada paso andado por los caminos de la tierra será un paso hacia lo alto. Por ti abandonaré los planes destinados a hacer pasar mi nombre a los tiempos venideros. ¡Qué más gloria que vivir arrodillado a tus pies sintiendo la caricia de tus manos y bebiendo en tus labios la esencia misma de la vida!

Oye: en la tierra que me vio nacer hay un río caudaloso que se precipita en raudo salto desde las alturas de la altiplanicie fría hasta el fondo del cálido valle donde el sol calienta los follajes y dora los frutos de una flora para ti desconocida. Las cataratas del Niágara, profanadas por los ferrocarriles y por la canallería humana que va a divertirse en los hoteles que las rodean, son un lugar grotesco cerca de la majestad de templo del agreste sitio, donde cae en sábana de espumas, atronando los ecos de las montañas seculares, el raudal poderoso. Cortada a pico sobre el abismo, donde la niebla se irisa y resplandecen las aguas a la salida del sol, álzase ingente y rígida roca de basalto. Aquella roca es el lindero de una de mis posesiones.

Sobre ella construiré para ti un palacio que revista por fuera el aspecto de renegrido castillo feudal, con sus fosos, sus puentes levadizos y sus elevados torreones envueltos en verdeoscura yedra y grisosos musgos, y que en el interior guarde los tesoros de arte que poseo y que animarás tú con tu presencia. Viviremos, cuando la vida de Europa te canse y quieras pedir impresiones nuevas a los grandiosos horizontes de las llanuras y a las cordilleras de mi patria, en aquel nido de águilas que por dentro será un nido de palomas blancas, lleno de susurros y de caricias. Habrá mañanas de sol en que nos verán pasar cabalgando en una pareja de caballos árabes, por los caminos que se extienden en la sabana, y los rudos campesinos se arrodillarán al verte, creyendo que eres un ángel, cuando claves en sus cuerpos deformados por las rústicas faenas, la resplandeciente mirada de tus pupilas azules; habrá noches en que en el aire perfumado del cuarto, donde humea el té rubio en las tazas de China y alumbra el suntuoso mobiliario la luz de las lámparas, atenuada por batallas de encaje, vibren las frases sublimes de una sonata de Beethoven, arrancada por tus pálidas manos al teclado, sonoro y en que, desfalleciente de emoción contenida, te levantes del piano para contemplar, desde el balcón de piedra la catarata iluminada por la luna. ¡Apoyarás entonces la cabeza en mi hombro, me envolverán los rizos castaños de la destrenzada cabellera, volverás hacia los míos tus radiosos ojos azules, y la palidez sobrenatural de tu semblante, la mortal palidez exangüe de tus mejillas y tu frente se sonrosará bajo los besos de mis labios!

¡Helena! ¡Helena! ¡Me corre fuego por las venas y mi alma se olvida de la tierra cuando pienso en esas horas que llegarán si logro encontrarte y unir tu vida con la mía!...

De Sobremesa - José Asunción SilvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora