Camilo Monteverde, mi primo hermano, que está en París ahora, y yo, no hablamos nunca de arte. En literatura se quedó en el naturalismo de Zola, que es para él la fórmula suprema. Sabe que lo considero de cuarto orden como escultor, a pesar de la fama de que disfruta en mi tierra, y no entiende mis versos, según confesión propia. "Eso es música del porvenir, puro Wagner... -me dice cuando lee algo mío-. Para mí el primer poeta contemporáneo de España es Campoamor... ese es claro y lo entiendo...".
No hablamos de arte nunca. Hablamos de nosotros mismos o, mejor dicho, me habla él de él y de mí, dada la especie de pudor que me impide dejarle ver ciertos modos de sentir míos, de que se reiría. En cambio, exagera él un poco su cinismo: cuando me hace confidencias, toma la pose canaille, que diría un pintor, y me exhibe un personaje muy diferente del que conoce el público y muy parecido al que describe Luis Montes, que lo desprecia y lo odia con todas sus fuerzas y no le reconoce ni aún sus más positivos méritos.
-¿Tú siempre cazando el pájaro azul?- me decía antier en el cuarto de fumar-. Voy mil dólares de apuesta a que estás enamorado platónicamente y a que todo lo que he visto en tu casa lo has comprado y lo has pagado.
-No conozco otro modo de hacerse uno a lo que desea- le dije-. ¿Tú has encontrado otro?
-Ya lo creo; se lo hace uno regalar o se lo lleva. Aquí en París debe ser difícil el procedimiento mío; pero en mi tierra me ha surtido resultado completo. Todos los tapices, los muebles antiguos, las armas y los cuadros que tengo han salido de los conventos y de las iglesias. ¿Cómo?- me dirás tú-. Pues haciendo tales bajezas para tenerlos; diciendo tales cosas respecto de ellos, que el dueño o la dueña, viejo que le conoció a uno de muchacho, o muchacho que lo admira y quiere tenerlo contento, a las pocas vueltas manda, la pintura, el broncecito, el objeto histórico, diciéndose: "Esto aquí no luce mayor cosa y en cambio Monteverde contará que es regalo mío...". ¿Es que tú no eres práctico?.... -continuó después de un silencio y como pensando en alta voz-. Tú te entusiasmas con las cosas, te enamoras de las mujeres, haces locuras por ellas, tienes la manía de trabajar y de saber. ¿Qué ha sido hasta ahora tu vida?... Una cacería al pájaro azul... Mira: el secreto es, con el menor esfuerzo posible, lograr el mayor resultado posible, sin moverse casi y a punta de imbecilidad de los otros y de las otras, de adulaciones de uno a los que no las esperan y de insolencia con los que las esperan. Así, comienza a lloverle a uno todo del cielo, amigos, fama, dinero y mujeres. ¡Mujeres! siguió en su monólogo, apurando a tragos largos una copa grande de whisky que se había servido-; ¡mujeres! todas incoherentes: Jorge Sand y Cora Pearl, Sarah Bernharth y Juana de Arco; ¡todas deliciosas, todas asquerosas, y todas mujeres! ¿Tú conoces la taberna de Rousselot en Montmartre?... ¡Qué vas tú a ir allá!... ¡Tú, el soñador de aristocráticos idealismos!...
-¿Y por qué me preguntas si la conozco?- le pregunté sonriéndome...
-Porque antes de anoche me encontré ahí una maravilla, una de las muchachas que venden la cerveza. Es deliciosamente estúpida y estúpidamente deliciosa. Tú no entiendes de eso. Tú vas soñando siempre en alguna Dulcinea, como el caballero de la triste figura; yo soy más práctico... Los dos somos del mismo árbol, los Andrade aquellos, ¿oyes?... con dos injertos diferentes, tú de Don Quijote... yo de Sancho; tú andas peleando con los molinos, soltando a los prisioneros, vistiéndote con el yelmo de Mambrino y buscando a Merlín, el encantador... Dime que no vives leyendo libros de caballerías...
Así llama a todos los que sean de ciencia un poco abstrusa, de novela psicológica, de poesía de alto aliento, de crítica sutil y personal.
-Yo me voy ahora para Normandía a comprar una vaca; después iré a Inglaterra a buscar unos toros Dirham. ¿Tú crees en mi pasión por el arte?... La escultura me importa un comino. Vente conmigo a Inglaterra.
-No puedo- le dije-; tengo mucho que hacer.
-¿Tú tienes mucho que hacer, viviendo en París, y a los veintisiete años, y con tus millones?... Pero entonces ya no tienes remedio...
Monteverde es un hombre práctico, indudablemente.
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De Sobremesa - José Asunción Silva
PoesíaTexto completo de la novela de José Asunción Silva que apareció póstumamente en 1925