Capitulo 34

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Han sido diez días de actividad loca, sin resultado alguno. Desde hace cinco hay un empleado mío en cada una de las capitales de Europa, sin más oficio que recorrer los hoteles y telegrafiarme. Por conducto de Marinoni y so pretexto de un negocio de grande importancia he logrado que la agencia Charnoz les transmita a sus corresponsales del mundo entero el nombre de Scilly, para que averigüen por él, y yo me paso las horas en mi escritorio esperando, minuto por minuto, la llegada de los partes telegráficos o de los telegramas. Empresa inútil; ¡empresa inútil y sin embargo, tengo la seguridad de encontrarla y de que algún día, al contarle mi impaciencia de estas horas, sus pupilas azules tengan un brillo más dulce al mirarme y se sonrían sus labios apenas rosados, animando con esa sonrisa la sobrenatural palidez exangüe de las mejillas enmarcadas por la rizosa e indómita cabellera castaña, que tiene visos de oro donde la luz la toca!

¡Helena! ¡Helena! Hoy no es el grotesco temor al desequilibrio, como lo era al escribir los ridículos análisis de Londres, lo que me hace invocarte para pedirte que me salves. Es un amor sobrenatural que sube hacia ti como una llama donde se han fundido todas las impurezas de mi vida. Todas las fuerzas de mi espíritu, todas las potencias de mi alma se vuelven hacia ti como la aguja magnética hacia el invisible imán que la rige... ¿En dónde estás?... Surge, aparécete. Eres la última creencia y la última esperanza. Si te encuentro será mi vida algo como una ascensión gloriosa hacia la luz infinita; si mi afán es inútil y vanos mis esfuerzos, cuando suene la hora suprema en que se cierran los ojos para siempre, mi ser, misterioso compuesto de fuego y de lodo, de éxtasis y de rugidos, irá a deshacerse en las oscuridades insondables de la tumba.

De Sobremesa - José Asunción SilvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora