Capitulo 30

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Cinco meses sin haber escrito aquí una línea. Fue un estímulo apenas la noche de delicias pasada con Nelly, una gota de licor para el que agoniza de sed, ¡sed non satiata! Me excitó, bebimos, me emborraché, y ahora tengo en el alma el dejo que queda en el cuerpo después de una borrachera. El baile tuvo por objeto deslumbrarlas, y de tal modo las deslumbró, que cuando amaneció y las últimas notas de la orquesta vibraron en la atmósfera de los salones impregnados de emanaciones humanas y del melancólico perfume de las flores moribundas, ya había besado las tres bocas codiciadas y obtenido de ellas la promesa de las tres citas.

Suntuosa fiesta, al decir de los diarios bulevarderos, que me fastidiaron con los detalles del lujo en ella desplegado por le richissime americain don Joseph Fernández et Andrade. ¿Suntuosa fiesta? No sé, pero, en todo caso, un poco más elegante y más artística que las que he alcanzado a ver hasta hoy. Digo más artística, porque en los salones que amueblaban y ornamentaban objetos dignos de figurar en cualquier museo, y en elhall, decorado con exóticas plantas y raras flores, se oyeron los penetrantes sones del violín mágico de Sarasate, las quejas de la guitarra incomparable de Jiménez Manjón y vibraron las cálidas notas, que al decir de Monteverde, cuestan a libra esterlina cada una, de la voz del tenor a la moda. Digo más elegante porque una parte del París frívolo y mundano, que por la tarde se exhibe en la Avenida de las Acacias y se da cita, en las noches de estreno en los grandes teatros, codeó en ella por unas horas al París artista y pensador, que vive encerrado en los talleres, en los gabinetes de experimentación o doblado sobre las páginas que pasado mañana serán el libro a la moda. Según decires, la concurrencia salió sorprendida de las exquisiteces de la mesa y la calidad de los añejos licores. Un murmullo de aprobación corrió por las salas, cuando al mariposear el cotillón agitando en ronda rítmica sus alas de cintas y gasas, se repartieron los regalillos a los danzantes.

La impresión verdaderamente grata que tuve fue ver mezclado lo más distinguido y simpático de la colonia hispanoamericana con lo más linajudo y empigorotado del aristocrático barrio. Logré que los compatriotas que honran la tierra con su ciencia, Serrano, el filólogo, y Mendoza, el estadista, dejaran su encierro claustral para asomarse aquí por unos instantes. Duquesas vejanconas de tantísimas campanillas y retumbante nombre, cuyo origen remonta a la Roma de los Antoninos, paseáronse al brazo de generales, ex-presidentes de nuestras repúblicas que ostentaban uniformes más de oro que de paño; hubo miembros del Jockey Club que le hiciera la corte a una chicuela recién llegada, que tenía todavía, en los ojos el recuerdo del cielo del trópico y en los oídos el rumor de la brisa entre los cafetales, y hasta se divirtió el grupo donde lucían la calva de Manouvrier, el filósofo espiritualista, las arrugas de Mortha, mi ex-profesor de arqueología egipcia, y el monóculo del novelista psicólogo, autor de Los Perfiles Femeninos, que, despreciando esa noche a las mujeres que preguntaban por él para hacerle la corte, fue a esconderse entre aquellas anticuallas y a conversar con el doctor Charvet, que me dijo, al pasar por cerca de él, golpeándome el hombro:

-Así se hace. Goce usted suavemente de la vida, amigo mío; goce usted suavemente de la vida.

¿Qué me importó el éxito de la fiesta... si mi lucidez de analista me hizo ver que para mis elegantes amigos europeos no dejaré de ser nunca elrastaquoere, que trata de codearse con ellos empinándose sobre sus talegas de oro; y para mis compatriotas no dejaré de ser un farolón que quería mostrarles hasta dónde ha logrado insinuarse en el gran mundo parisiense y en la high life cosmopolita?

Eso no impidió que las tres mujeres concurrieran y que mi plan se realizara.

¿Y eso qué me importa, si ninguna de las tres ha podido darme lo que le pido al amor, y sólo me queda hoy el orgullo de haber seducido en unas horas a las tres bellezas de quien nadie se atrevería a sospechar y que la concurrencia entera designó como las tres reinas de la fiesta?

De Sobremesa - José Asunción SilvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora