En la habitación de invitados, Michael recostaba con cuidado al cuerpo adormilado de su amante, para luego admirar sus finos rasgos tan preciosos que contenía, aquella nariz respingada, o pestañas largas y bonitas, no tenía que olvidar las pecas pocas visibles que estaban esparcidas por sus pómulos. Tampoco olvida lo que eran sus ojos eran explosiones de azules, encerrados en aquellas pequeñas iris.
Suspiró como todo un enamorado y posó por última vez sus labios contra los suyos, para luego salir de la habitación con una sonrisa de oreja a oreja.
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