En marcha

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Volvamos al principio. Laura estaba en el coche esperando. Yo bajaba con mis maletas, las cuales guarde en el maletero del Dacia de Laura. Me subí atrás – no sin la extrañeza de Laura - y arrancamos en busca de nuestras dos compañeras....

Nos dirigimos al Europolis, donde nuestras dos compañeras solían ir algunas tardes para degustar de un buen café y un pastel, mientras echaban un vistazo a las tiendas, donde, desgraciadamente para sus maltrechas economías, siempre pinchaban algo.

Aparcamos en doble fila frente a la ¿rosada? fachada del centro, en la puerta de la tienda de padel y nos preparamos para la subsiguiente espera, dado que como de costumbre, a pesar de haberlas llamado en el momento de salir de casa, posiblemente nos tocara prolongar por un rato nuestra espera.

Tras varios mensajes de whatsapp y, una vez agotada nuestra paciencia, llamadas de teléfono, nuestras puntuales compañeras de fatigas se dignaron ha hacer acto de presencia en nuestro precario aparcamiento, tomando posesión de sus puestos en el vehículo.

- ¿Por qué no subes atrás? – Le pregunto Laura a Arantxa, al subirse a su lado.

- ¿Quieres que te vomite en el coche? Por mi no hay ningún problema – la contestó, dando por finalizada la conversación Arantxa.

Y nos pusimos en marcha. Tras incorporarnos a la M-50, que pasa al lado del Centro, enfilamos hacia el sur, rodeando la capital patria y sus constantes atascos, para incorporarnos a la A-4, siguiendo las instrucciones que iba impartiendo Laura Dos desde su puesto en el vehículo, llegando por fin a esta un poco antes de la localidad de Pinto.

Una vez incorporadas a la carretera de Andalucía, empezamos la andadura en busca de nuestro destino, alejándonos de la intensidad del tráfico de la capital, el cual, al pasar la localidad de Ocaña, se volvía monótono y poco denso.

En el interior del vehículo, el silencio era prácticamente absoluto. Laura prestaba su atención a la conducción, mirando levemente a su compañera lateral, posiblemente en busca de su conversación, dado que era la más cercana, dirigiendo hacia sus compañeras traseras de vez en cuando miradas de socorro a través del espejo retrovisor en busca de auxilio. Arantxa, con sus gafas de ver, iba observando de forma cansina el paisaje que discurría alrededor de nuestro vehículo en su marcha, perdiéndose posiblemente en sus mas subrepticios pensamientos. Laura Dos, sentada a mi lado, iba enredando con su móvil, posiblemente manteniendo alguna conversación insulsa a través de Facebook, o Tuenti, o cualquier otra explicación. Yo, sentada junto a mi ventana, trasteaba con mi ordenador portátil – entonces no disponía de otros medios informáticos - dirigiendo a mi vez miradas al retrovisor, contestando con ellas la demanda de auxilio de Laura, aunque siguiendo enfrascada en mi tarea. El viaje era un verdadero derroche de relaciones humanas. Irónico.

Llevábamos un par de horas en el coche viajando, no habiendo cruzado una treintena de palabras entre las cuatro, cuando nuestra conductora, sin previo aviso, se introdujo en el área de descanso de Santa Ana, antes de llegar al cruce de Madridejos, estacionando el vehículo y al ver nuestras caras de extrañeza, simplemente nos dijo:

- Dos horas de viaje. Toca parada para estirar las piernas y café – Dijo, apeándose a continuación del vehículo y dirigiéndose hacia el bar. Las demás, tras mirarnos con extrañeza, imitamos a nuestra conductora introduciéndonos en el local.

Nos sentamos las tres en la barra a tomarnos un café, mientras Arantxa se sentó en una silla frente al televisor, ignorando al resto.

- Nosotras no solemos hacer paradas de descanso – dijo Laura Dos – solo paramos a echarle caldo al coche y estirar un poco las piernas

- Me parece perfecto lo que tu hagas – replico Laura – pero yo paro cada dos horas a descansar. Es lo más propio – De lo cual dedujimos que nuestra piloto era de estas personas que cumplían a rajatabla las recomendaciones de Trafico.

- De todas maneras, ahora vas a conducir tú – le dijo a Laura Dos, sin derecho a replica.

Mientras, Arantxa, sentada en su televisor e ignorante de todo, se mantenía al margen de la conversación.

En el bar se hallaban varios camioneros, familias que iban a disfrutar del fin de semana y grupos de chavalería que iban de marcha a los más recónditos lugares. Desde nuestra atalaya en la barra pudimos ver, como de un grupo de cinco jóvenes de los cuales el mas mayor posiblemente no llegara a la veintena, se separaban dos valientes, sentándose en las sillas libres de la mesa de Arantxa, no llegando un mínimo retazo de su conversación hasta nuestro privilegiado puesto de observación pero observando, transcurridos escasos veinte segundos, como los dos valientes se levantaban nuevamente de sus asientos para reincorporarse al grupo, dirigiendo miradas de reproche hacia nuestra compañera.

Tras reemprender la marcha nuevamente, con el consiguiente cambio en los mandos del vehículo, Laura Dos pregunto a Arantxa sobre su breve conversación con los dos decididos.

- Nada – contestó – dos criajos que han venido preguntándome "¿Estas sola, guapa?" y les he despachado.

Ante la interrogante mirada de Laura Dos, Arantxa continuó – Les he dicho que si eran tan gilipollas que no se habían dado cuenta - Las típicas salidas de tono por la tangente de Arantxa, que espantaban al mas pintado.

Mientras, mi nueva compañera de viaje, se dirigió hacia mi, preguntándome por lo que iba haciendo con el ordenador contestándola, creo que tras mostrarle una sonrisa y girar el ordenador para que viera lo que andaba haciendo.

- Estoy haciendo pruebas de retoque de fotos – la dije.

- Te quedan muy bien – contestó, continuando su conversación por estos derroteros, para ir poco a poco cambiando la conversación hacia la finalidad del viaje.

Y así, mientras Laura Dos continuaba conduciendo y Arantxa recreándose en los manchegos paisajes, Laura y yo nos perdimos hablando sobre fotografías, discotecas, bailes, hombres y un sinfín de cosas que nos podíamos encontrar en nuestro destino, descubriendo yo, como a pesar de los días en los que habíamos estado juntas preparándonos, y las conversaciones mantenidas, que Laura era una entretenida compañera de viaje y la persona con mas labia que me había encontrado, pues era capaz de estar sin parar de hablar durante todo el viaje. No se, en ese momento pensé que tal vez fueran los nervios de la pobre, pero con el tiempo, descubrí que era una parlanchina de cuidado. De ahí su sufrimiento ante la carencia de conversación inicial.

Andando, andando, tras cruzar Despeñaperros y adentrarnos unos cuarenta kilómetros en la provincia de Jaén, al llegar hasta donde la se bifurca la Autovía, saliendo un ramal en dirección Algeciras y otro continuando hacia Córdoba, Laura Dos echó el intermitente del vehículo para abandonar la autovía, tomando la salida de la Nacional 323, circulando por la carretera nacional hasta la entrada de Bailen, parando el vehículo en el aparcamiento de un restaurante que hay tras pasar una de las múltiples glorietas que tanto y tanto abundan por la red viaria.

Prácticamente habíamos llegado a nuestro primer destino en común para las cuatro. Solo nos quedaban de andar a pie unos escasos doscientos metros.


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