El primer encuentro

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Bueno, pues hechas las presentaciones, pasaremos a narrar como poco a poco, fue formándose este grupo tan peculiar, del cual me dispongo a contar sus vivencias.

Como bien antes he dicho, tras finalizar mi aventura estudiantil, me inscribí en la oficina de empleo – o mejor deberíamos decir, de desempleo – con la vana esperanza de que el Estado se acordara de mi la hora de desempeñar una actividad laboral. Curiosamente, mas que el Estado, quien si se acuerda de ti son las ETT (Empresas de Trabajo Temporal), las cuales, se supone que están con la finalidad de ceder trabajadores a aquellas empresas que los necesiten, con un beneficio mínimo y sin perjuicio pecuniario para los asalariados, pero que, en la realidad, estos fines son mas increíbles que la paz mundial que piden las "mises".

Como decía, fue una de estas empresas la que un buen día, me ofertó ir a trabajar durante los fines de semana, a la cercana localidad de Guadarrama, la cual, aunque este en la provincia de Madrid, esta a una hora y poco de camino en coche, siempre y cuando uno se desplace por autovia. Como he dicho, la susodicha empresa me ofrecía un trabajo para viernes, sábado y domingo, por la tarde-noche, con inicio de jornada a las ocho de la tarde e ignorando cuando finalizaba la misma.

Cuando me puse en contacto con mi nuevo "patrón", este, además de solicitarme un currículum sobre mis actividades laborales – o sea, que los cinco años de carrera, solo servían para ocupar papel – solicitó una foto mía, así como si tenia algún conocimiento especial. Ni corta ni perezosa, le envié a su dirección de correo la ansiada foto – escogí para ello una de las que me había hecho yo, y en la cual salía bastante favorecida – indicándole además mis habilidades en fotografía.

Y dicho y hecho. Un martes de julio, hace ya tres lejanos años, del cual no quisiera acordarme, me plante con el viejo Citroën ZX de mi padre en la puerta de un garito de la nombrada localidad y tuve una entrevista de trabajo mi futuro nuevo "jefe", el cual se debía de saber mi curriculum de memoria, dado que durante la entrevista no bajo la mirada al mismo en una sola ocasión, centrando toda su atención en mi persona y llegando en varias ocasiones a asomarse por encima de la mesa, para ver el resto de mi figura, la cual, si he de ser sincera, había procurado resaltar con mi ropa, siendo como era, sabedora de los beneficios en el empleo de las armas de mujer. Tras acordar el sueldo y resto de formalidades administrativas, y tras hacerme saber que las propinas que recibiera irían a parar a mis arcas directamente, con un apretón de manos y un par de besos en la mejilla, firmamos el contrato.

Curiosamente, una de las cosas que mas le llamo la atención a mi nuevo jefe – que por cierto, se llamaba Teodoro, pero al que le gustaba que le llamaran simplemente "Teo" – fue mi afición a la fotografía, indicándome que podía realizar todas las fotos que quisiera en el local, así como venderlas a los clientes posteriormente, pero, eso si, llevándose una comisión sobre las mismas – él ponía el local y los clientes para las fotos, algo tenía que ganar – Así que, el próximo viernes, contaba conmigo, con mi minifalda o shors, mi top o mi camiseta de tirantas, a partir de las ocho de la tarde.

Y allí me ví el citado viernes. En un garito con paredes de piedra y terraza exterior, ubicado a poco mas de doscientos metros de la antigua A-6, y pegando a la urbanización Monteleón, de la muy honrada villa de Guadarrama, sirviendo cenas en la terraza a los veraneantes de la capital que venían a la misma huyendo de los calores, y copas a partir de las tres de la mañana hasta el cierre, con mi pequeña Polaroid Z2300 e impresión Zero Inc guardada en una riñonera, la cual había comprado en la tienda de fotografía de mi barrio pensaba ir pagando poco a poco, según me fuera la cosa.

Y la cosa, no iba mal, pero tampoco iba viento en popa. Cobrando las fotos a un euro a la hora de la cena, y a dos euros a partir de las tres de la noche, con la opción de verlas el personal antes de imprimirlas, y teniendo la opción de retocarlas digitalmente con el portátil del bar – que servia para mas cosas que para poner música, Teo - en un momento, algo íbamos ganando, tras descontar los gastos de papel y los treinta o sesenta céntimos que se llevaba Teo por cada una de las fotos – aunque alguna se me paso por alto, Teo – Las familias querían un recuerdo en condiciones, que pudieran poner en un marco de su casa, y no llevarlas en el móvil, perdiendo mas de una cuando la tarjeta de memoria decía "basta", y a partir de las tres de la mañana, los marchosos hartos de todo, no tenían inconveniente en pagar no dos, sino cinco – eso Teo, tampoco lo sabias – por hacerse una foto rodeando a la camarera y poniendo las manos en lugares en los que ni mi novio de entonces las ponía.

Gogo girlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora