El rio

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El mes de agosto pasó entre verbenas y viajes por pueblos de uno u otro tamaño, desperdigados por La Mancha, Extremadura y el norte de Andalucía.

Nos habíamos acostumbrado al ritmo de vida que nos marcaban las actuaciones del grupo. Dormíamos donde podíamos. Aunque tuviéramos el itinerario que nos habían facilitado en el primer encuentro no siempre sabíamos si sería posible encontrar alojamiento en la población, en una cercana o nos veríamos alguna noche durmiendo debajo de un pino. La verdad es que tuvimos la suerte de no vernos en ninguna ocasión teniendo que dormir siguiendo esa última opción.

Respecto a nuestras compañeras...Aunque siguiéramos en contacto, no coincidimos en ninguna ocasión. Nuestro campo de operaciones, por llamarlo de alguna manera, no coincidía con el suyo. Ellas seguían actuando en discotecas, salas de fiestas y espectáculos, con alguna que otra despedida de por medio, centradas sobre todo en los fines de semana, mientras que Arantxa y yo estábamos centradas en desplazarnos siguiendo al grupo a las fiestas en las que actuaban una u otra noche, sin diferenciar el día de la semana, aunque mayoritariamente tuvieran lugar en fin de semana. Pero en agosto, con las vacaciones, no hay tanto inconveniente en que sean un día cualquiera. Cuando regresábamos a casa, solía estar vacía y cuando ellas lo hacían, nosotras éramos las ausentes, no coincidiendo ni en los descansos de unas u otras.

Semanas culturales, del emigrante, vírgenes de agosto y San Bartolomes se fueron acumulando en nuestro currículum de actividades veraniegas.

Y los miembros del grupo... pues que decir de los miembros del grupo. Rober demostró ser una persona sencilla, con dos hijos. Tenía una hija tres años menor que Laura, pudiendo ser esta hija de él. Hizo muy buenas migas con Arantxa, arrancándose a cantar con él cuando tocaba la guitarra española, quedándonos todos asombrados con la calidad de la voz de mi compañera. Pepe, el batería, era un misterio. Tenía familia, aunque parecía estar huyendo de ella en todo momento, siendo solo feliz cuando estaba de gira. Maxi, divorciado, con tres hijos que vivían con la madre, no ganando nunca lo suficiente para pagar la pensión, falseando los ingresos que recibía del grupo para que su ex no le sangrara más. Alex era el siguiente mas joven después de Jesu. Siempre estaba escondido y retirado del resto fumando algún porro, pero no se metía con nadie. Llamaba a su mujer por teléfono siempre que tenia un rato y se empeñaba en que su hijo de once meses hablara con el, aunque todavía no hubiera articulado ningún sonido. Por ultimo Jesu, del que ya hablé antes. Era el típico tío guapote que iba por la vida conquistando niñas en los pueblos en los que actuaba. No lo se con certeza, pero creo que es de los tíos que van haciendo muescas en la culata del revolver o en el cinturón, para fardar de todas sus conquistas con los amigos. Seguramente llevaba un diario con sus reales y con las imaginarias conquistas que haría las delicias de E. L. James en caso de llegar a sus manos. Y Posiblemente nosotras estuviéramos entre esas muescas y sus imaginarias conquistas, aunque fuera totalmente incierto. Pero ya se sabe como son algunos tíos.

Los técnicos de sonido eran como dos fantasmas. O como el monstruo del Lago Ness, que todo el mundo ha oído hablar de el, pero no pueden comprobar si existe. Mario, un sesentón, electricista de profesión, era el jefe de tan inusual pareja. Si tenía familia o una vida fuera del trabajo, lo ignoro. Tenia una gran afición a la cerveza, al vino o a cualquier bebida que pudiera mantener su constante estado de embriaguez, algo que era mas latente cuando se estaba a corta distancia de su boca, pudiendo percibir una constante halitosis entre cuyos olores se podía distinguir el del alcohol y el vomito mezclados con el tabaco. Por ultimo estaba Chus, que nunca he llegado a comprender el por qué de ese nombre, cuando en realidad se llamaba Rafa. Con sus veintipocos años, vestido con ropa de trabajo excepto cuando lo hacia con unas bermudas y unas raídas zapatillas de deporte como única ropa, cabiendo todo su vestuario en mi neceser. Siempre iba mostrando su torso moreno al personal y apestando a hachís a cualquier hora que uno se acercase al lugar en que se hallaba. Chus, en su inocencia, había tratado de tirarnos los tejos a las dos, saliendo con cajas destempladas e imaginando en su emporrada mente que teníamos algún rollo raro entre ambas.

Gogo girlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora