Venganza o justicia

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Oculto tras la vegetación, examinó la zona, esbozando en su cabeza el lugar más conveniente por la que iniciar su incursión, como había hecho en tantas y tantas ocasiones en el tiempo en que había servido en el Ejército.

No recuerdo el tiempo que llevaba llorando sobre la yaciente figura de Laura cuando unos golpecitos en la puerta llamaron mi atención. Abrí, para encontrar el rostro descompuesto por el llanto de Laura Dos.

- Acabo de hablar con Martin – Dijo, haciéndome salir del cuarto hacia el pasillo – Insiste en que sería conveniente que Laura denunciara los hechos, o por lo menos que prestara declaración sobre lo ocurrido. Dos componentes de la Policía Judicial están en el mostrador de la planta para tomarla declaración.

- ¿Has oído lo que hay? – Pregunté a Laura – Quieren hablar contigo.

La voz ronca de mi amiga, mientras su mirada se perdía en el infinito a través de los cristales de la ventana, respondió a mi pregunta.

- No quiero verlos. No quiero denunciar. No quiero nada. Solo quiero volver a casa. Con mis padres. Con mi hija. Quiero despertar de esta pesadilla –

- Ya ves como están las cosas – Dije a Laura Dos – Está cerrada en banda. Tiene miedo. Aparte de lo que la han hecho, la quitaron la documentación y la cartera, y por lo poco que me ha contado, la amenazaron con hacer lo mismo a su hija si les denunciaba.

- Lo sé – Respondió Laura Dos – Pero dice Martín que sin una denuncia o algo, prácticamente ningún juez les dará un mandamiento para tomarles una muestra genética a los violadores. Aunque procedan de oficio, no es lo mismo si hay una denuncia de la victima que si no hay nada. Ya se habrán perdido pruebas y los autores pueden hacer desaparecer más. Si denunciara el procedimiento sería más rápido.

- Veré lo que puedo hacer, aunque no te garantizo nada – Contesté.

El conductor del coche estacionó el vehículo frente al bar de la entrada del pueblo. El mismo bar donde mis compañeras habían estado esperando la noche anterior a Rafi. Abriendo la puerta, se apeó con calma, mirando alrededor. La indumentaria de ciclista con la que vestía, no despertó la atención de ninguno de los clientes que, ignorantes de todo lo que había pasado por la noche, estaban en el interior del local. Tampoco atrajo la curiosidad de los escasos viandantes que transitaban por la zona. Un ciclista más. Uno más de los muchos que los fines de semana se aventuraban por los caminos de la Sierra Norte, con la sana intención de respirar el aire puro y quemar las escasas grasas que pudiera contener su organismo.

Despacio, sin prisa, se dirigió hacia la parte trasera del vehículo, donde tranquilamente empezó a soltar los enganches con los que sujetaba la bicicleta de montaña a la puerta del maletero del vehículo. Apoyando la bicicleta con cuidado en el lateral del coche, abrió el maletero, extrayendo la mochila, un par de bidones de agua y un casco.

Se puso el casco y lo abrochó en la barbilla, ajustándolo a continuación. Tranquilamente, se colgó la mochila en la espalda. Las gafas de ciclista tapaban sus ojos, resguardando su cuello con una bufanda tubular, idéntica a las que llevaban las decenas de ciclistas que podían hallarse practicando deporte en la zona. El cierre centralizado del vehículo confirmó su estado, encendiendo los cuatro intermitentes de forma simultánea. Tranquilamente, se subió a la bicicleta y rodeando la periferia del pueblo, enfiló un camino de tierra que le alejaba de la población. Ningún vecino se fijó en el. Era un anónimo ciclista de los muchos que se hallaban un sábado por la mañana en la zona. Aunque, de haberse fijado con más detalle, o tal vez, a un aficionado mas experto, no le habría pasado desapercibido el tamaño anormal de la mochila que colgaba de su espalda, así como que esta se hallaba llena a rebosar de útiles innecesarios para aventurarse en la sierra.

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