Epilogo

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Cuando empiezas a escribir una historia, casi siempre vislumbras su final.

Podíamos decir que es así en la mayoría de los casos, pero no es este. Cuando empecé mi historia, creí tener el final preparado. Un final feliz, dentro de lo posible, en el que todo el mundo hubiera acabado bien. Nada más lejos de la realidad.

Tras dos semanas en el hospital, Laura por fin fue dada de alta. Físicamente, su estado era perfecto. Apenas le quedaban secuelas del calvario sufrido. Mentalmente, era otra historia. Pocas mujeres pueden seguir adelante tras pasar la experiencia sufrida por mi amiga. Si a mí se me vienen continuamente a la cabeza las imágenes de ella tendida en la cama, o las de su narración del brutal trato recibido por siete desaprensivos, jamás, por mucho que lo intente, podré imaginarme lo que tuvo que significar para ella.

Ni el ver a sus agresores bajo la custodia de la Policía, ni el saber que después de ser dados de alta, fueron conducidos directamente a Sevilla I, fueron consuelo suficiente que aliviara su dolor.

Volver a casa, estar con su hija y sus padres otra vez, tal vez fueran un pequeño alivio, pero no el remedio de los males.

Mientras, las tres restantes, continuamos trabajando. Ya no teníamos la confianza anterior a la hora de trabajar en despedidas, por mucho que fuéramos dos, con una realizando las funciones de escolta.

Por otro lado, la relación de Laura Dos, cada vez mas afianzada, fue causa suficiente para esta decidiera retirarse de esta actividad, no por el riesgo que entrañaba, del cual teníamos habida prueba, ni por que se viera obligada por Martín. Simple y llanamente, lo dejó. Tal vez, por respeto a su pareja. Tal vez, para evitar tener con el corazón en un puño a aquellos a los que de verdad importaba. No dio explicaciones. Sin más, quitó la oferta de la página web y las demás no la pedimos justificación de su comportamiento.

Cinco meses después, seguíamos trabajando tres. Aunque visitábamos a nuestra compañera en su hogar, nunca la insistimos para que volviera al grupo. Éramos recibidas con una sonrisa por parte de sus progenitores, y tratadas como las tres hijas prodigas que retornaban a casa.

Hablábamos las cuatro. Laura se interesaba por nosotras y se unía a la conversación. Aunque su sonrisa había desaparecido. Su risa había muerto una noche fatídica, en aquel cortijo perdido. No consentía que ninguna persona del sexo opuesto la pusiera una mano encima, y malamente aceptaba el contacto con alguien de su mismo sexo.

Martín y Yolanda vinieron a visitarla en multitud de ocasiones. Yolanda en muchas mas todavía. Se sentaba junto a mi amiga y, pasadas unas horas, Laura se refugiaba entre sus brazos, permaneciendo en esa posición en el sofá, horas y horas viendo la televisión. En escasas ocasiones, Yolanda consiguió que se quitara el pijama y se arreglara un poco, saliendo ambas a dar una vuelta por ahí, aunque regresando transcurridos unos breves minutos. Yolanda nunca desistió en su empeño, posiblemente siendo el mayor apoyo que tuvo Laura durante ese tiempo.

Seis meses después de los hechos, Laura se levantó del sofá. La vigilante mirada de su padre la siguió cuando entro en el cuarto de Estefanía para darla un beso de buenas noches, como hacia siempre. Después, se encaminó hacia su cuarto tranquilamente.

- Hasta mañana ¿Despertáis vosotros a la niña y la lleváis al cole? – Preguntó.

- Si hija. No te preocupes. Y la llamo yo. Duerme tranquila –

Cogiendo una botella de agua de la nevera, se dirigió hacia el dormitorio.

A ninguno le extrañó por la mañana que Estefanía volviera del cuarto de su madre diciendo que todavía permanecía dormida.

Cuando eran las once de la mañana, Estrella entró en el cuarto de su hija para levantarla. Descorrió las cortinas y subió la persiana. Después, su vista se dirigió hacia el cuerpo de su hija durmiendo en la cama. Cayendo de rodillas junto al borde de la cama, tomo entre sus manos la mano de mi amiga. Las ardientes lágrimas acudieron a sus ojos.

El forense decretó que la muerte se había producido por fallo cardiaco por sobredosis de heroína. Nadie se explicó como se las había apañado Laura para conseguir la droga. Cuando salía de casa, siempre iba acompañada. Cuando estaba en casa, su padre o su madre o cualquiera de nosotras se ocupaba de que no se quedara sola, habiendo sido alertados por los médicos sobre las secuelas psíquicas que podía tener como consecuencia de la violación. Nadie, a día de hoy, se explica como logro burlar el cerco. A lo mejor, llamó a algún amigo por teléfono desde el baño para que se la consiguiera, pasándosela al hacerla una visita. Tal vez, en algún despiste en la calle, pudo hacerse con ella. Nadie lo sabe.

Se fue a la cama y esperó. Espero hasta que su padre, tras echarla un último vistazo, se dirigiera a su dormitorio. Pacientemente, extrajo del cajón del armario una cuchara, la droga, la jeringuilla y el mechero que previamente había sustraído de la cocina. Calentó la heroína mezclada con el agua en la cuchara, haciéndose un torniquete con una media. Después, pinchándose en una vena con la jeringuilla, introdujo la droga en su organismo, para a continuación deshacerse de todo el material empleado introduciéndolo en una bolsa que ocultó bajo la cama. A continuación, se tumbó en la cama para recibir la fría visita de la muerte.

Y se fue. Evitó causar un trauma a su hija con una muerte. Consiguió eliminar el drama de unos padres buscando a una hija desaparecida, si se hubiera suicidado en un lugar solitario. Como siempre, sin ruido y pensando en los demás, se fue sin más.

Nunca la he perdonado por su egoísmo.

En la actualidad...

Pinto mis pestañas de color negro, quedando satisfecha con el resultado obtenido. El azul de mis parpados y el rojo de los labios, me devuelven una visión tentadora.

A mi lado, Arantxa se ajusta el corpiño. Su pelo rubio suelto, el corpiño y la falda negra, las altas botas de cuero, presentan una imagen arrebatadora. Estamos listas. En un breve momento, estaremos en el escenario, en la plataforma o donde demonios toque, levantando pasiones. Es nuestro trabajo.

Laura Dos esta esperando su primera criatura. Tras la muerte de Laura, decidió retirarse por completo y se fue con Martín a vivir. Cuatro meses después, nos daban la feliz noticia del embarazo. Todavía no tienen decidido el nombre si es niño. Si es niña, la llamaran Laura.

Yolanda trabaja en el Reino Unido, encantada de tener un hermanito o hermanita, de la que pudiera ser su madre.

Estefanía vive con sus abuelos. Voy a visitarla siempre que puedo, así como a ellos. Cuando voy a su casa, me siento recibida como la hija que perdieron, a la cual nunca podré sustituir. Pero me gusta la forma en que me tratan, dejándome querer por los tres.

Y Arantxa. Arantxa sigue aquí, a mi lado. Aunque el grupo se ha deshecho, permanecemos juntas, sobreviviendo como buenamente podemos. Aunque siempre era un poco taciturna, ahora siempre esta triste. Nunca se ha perdonado el dormirse aquella fatídica noche. Aunque los demás lo hayan hecho, o nunca la llegaran a culpar, ella no puede hacerlo, y se ha acostumbrado a vivir con ello.

Oigo los altavoces anunciándonos. Un último retoque ante el espejo. Antes de salir, siempre me paro a pensar si afuera encontraré a alguna joven inocente con una cámara de fotos, tratando de ganarse la vida. O a una camarera de bella sonrisa que pueda romper el corazón mas duro.

Una ultima mirada al espejo antes de salir. Junto a este, en un marco de plástico que compré en los chinos, cuatro mujeres medio desnudas, riéndose por los efectos de la bebida y teniendo como fondo un perdido río, hacen que una sonrisa acuda a mi rostro, llamada desde el alma de la fotografía.

Gogo girlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora