CAPÍTULO XIV: Cita

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La señora Aino alzó sus brazos, bostezando suavemente. Se refregó los ojos y puso un pie fuera de la cama.

Se escuchó un sonoro quejido seguido por un gritó de pavor.

—¡Maldita sea Mina!, ¡quieres matarme del susto!, ¿qué haces durmiendo en el suelo de mi habitación? —exclamó furiosa al ver el estado zarrapastroso de su hija.

—¡No quiero dormir más sola, mamá! —anunció con ojos asustadizos y respirando hondamente.

Tenía unas ojeras inmensas producto de no haber pegado un ojo en toda la madrugada, ni siquiera para pestañar. Del pelo ni hablar. Sobre las hebras rubias se podría asentar un nido de ratas, de lo roñoso y desprolijo que se veía.

—¿Otra vez estuviste viendo películas paranormales?

—¡No, mamá!, ¡yo no hice nada, te lo juro! —musitó con pequeñas lágrimas en los ojos, omitiendo hablar sobre la ouija y el pentagrama de sal que todavía seguro continuaban en el suelo de su dormitorio.

—Todavía recuerdo cuando eras pequeña y llorabas porque decías que tus amigos imaginarios te querían pegar...

—¡Mamá deja de tomarme el pelo! Ellos han regresado, ¡existen de verdad!

La señora Aino rió.

Mina suspiró con fuerza. Definitivamente hoy hablaría muy seriamente con Darien sobre lo que había pasado.

Serena se despertó de modo atropellado al tercer aviso de su alarma. Saltó de la cama directo al baño para darse una ducha. Apenas terminó, una bocina sonó insistentemente a las afueras de su casa. Asomó la cabeza por la ventana, sin tomar en consideración que su cuerpo sólo estaba envuelto por una toalla y sin importarle el frío.

Las mejillas de Seiya se encendieron.

—Serena, ¿todavía no te has vestido? —preguntó avergonzado sin atreverse a mirarla.

—Perdón Seiya, espérame unos segundos —respondió cerrando de golpe la ventana.

Después de diez minutos eternos, que por milagro no se convirtieron en una hora, Serena salió de su casa para luego adentrarse en el auto del joven cantante pop.

—Que guapo tu auto nuevo, Seiya —aduló completamente maravillada, mientras se ponía el cinto.

—Es pequeño pero cómodo —respondió con una sonrisa, poniéndolo en marcha.

Seiya a veces pasaba a buscar a Serena para ir juntos al colegio. Sobretodo los lunes y martes. Lo habían hecho casi de modo regular desde que se conocieron, convirtiéndose de ese modo en amigos muy cercanos. No era difícil que en el colegio pensaran que había algo más allá de compañerismo mutuo y leal, por eso siempre Serena pasaba de alto el tema. Los primeros tiempos si se defendía de los chismes pero ya se había acostumbrado a escucharlos. Podía verlo desde dos ópticas diferentes: como la chica más afortunada del mundo por tener como amigo al chico mas codiciado por las adolescentes, o como la mas desafortunada, porque alrededor de ella existía mucha envidia insana.

Seiya se adentró en un lugar en el estacionamiento del colegio. Puso el freno de mano y apagó el motor. Serena se dispuso a abrir la puerta pero él la detuvo al apoyar una mano sobre el antebrazo de ella.

—¿Qué sucede? Llegaremos tarde.

—Espera, quiero hablar sobre algo contigo —suplicó.

Todo en Seiya era reflejo de esa suplica. Las cejas curvadas, el entrecejo arrugado, las mejillas rojas, los labios temblorosos, y los dedos de cangrejo sosteniendo con timidez el delgado y frágil brazo de Serena. Ella lo miró de lleno a los ojos, tanteando en su mente si debía quedarse unos minutos adentro de ese auto charlando con él.

♡ La niña de mis ojos 2: Revelación (Sailor Moon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora