CAPÍTULO XVII: Revelación última

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Seguido por dos soldados, se adentró en el edificio constituido por altas columnas blancas de piedra maciza, caminando a paso decidido por los tramos de oscuridad y luz. Llegó al final del pasillo, subiendo algunos escalones para luego ingresar en una habitación, tenuemente iluminada por la luz de las velas y exquisitamente decorada con detalles en oro y plata. En el medio, sobre una inmensa cama de sabanas blancas, se hallaba recostada una bella joven de piel inmaculada y nívea, largos cabellos dorados y de inmensas lagunas azules, transparentes y templadas.

—Endymion —la escuchó susurrar con voz mansa y aniñada—, finalmente has regresado sano y salvo de tu viaje a Caria.

Él apenas la observó con desgana, dirigiéndose directo hacia la cuna de oro, en donde descansaba una criatura de cabello rosado.

—Así que esta es la cría...

Serenity asintió con completa dicha. Todavía estaba recuperándose del complicado parto que había tenido lugar hacía un par de semanas atrás. Después de todo, no se hallaba completamente acostumbrada a su cuerpo humano, además de tener que ocultar, inclusive a su esposo, la formación hibrida de la criatura que había llevado dentro de su vientre.

—Es nuestra hija... —reveló ella con templanza.

Él no ocultó su malestar. Extendió la mano hacia dentro de la cuna y, sin ningún tipo de delicadeza, alzó la cría desde un pie. El infante se largó a llorar sin consuelo.

Serenity dio un brinco sobre el colchón, levantándose de inmediato de la cama y alzando la mano hacía la posición donde se hallaban.

—Endymion, suéltala... por favor... —pidió con tiento, acercándose lentamente hasta ellos.

No respondió ante el doloroso requerimiento de su esposa. Bufó por lo bajó, analizando con frialdad aquellos temerosos ojos rojos, que nada se parecían a los azules de él. Pálida, débil y de contextura fofa. Definitivamente era una vergüenza para su dinastía.

—Eres un maldito fenómeno —habló con rencor hacia la criatura, quien no hacía nada más que llorar ante el rechazo de su progenitor—. ¡Y una mocosa para peor!

Los ojos de Serenity se abrieron sin poder caer en cuenta lo que sus oídos escuchaban.

—No digas eso Endymion... es nuestra hija —sólo atinó a decir entre un débil tartamudeó, sin salir de su asombro, no pudiendo reconocer la actitud ni la voz de su marido.

—¡Tú hija! —se desvinculó—. Esto es una deshonra para mi reino. ¡Yo quería un hijo varón, y lo que obtuve fue un maldito estorbo en medio de mi camino!

—¿Por qué dices esas cosas...?

Dejó caer a la criatura sin ningún tipo de delicadeza adentro de la suave cuna. Ésta se largó a llorar con más potencia. Serenity corrió en busca de su pequeña y frágil niña. La tomó maternalmente en brazos, cerciorándose con un vistazo rápido que no se hallara lastimada. Finalmente pudo exhalar el aire contenido en sus pulmones cuando vio que se encontraba completamente sana, recostándola amorosamente contra su pecho con ánimos de calmarla y protegerla.

—Mi bebe, tranquila, mamá está contigo...

Endymion le dirigió una mirada llenó de desprecio a su cónyuge.

—Maldito demonio. ¿Por qué?, ¿por qué me ocultaste la verdad? Me has estado manipulando todo este tiempo, ¿no es así?

—¿De qué hablas? —cuestionó la joven sin comprender.

—¿Cómo de qué te estoy hablando? —increpó con los manos cerradas en fuertes puños—. ¡No eres humana!

Los labios de Serenity titubearon con nerviosismo, sin saber que decir al verse descubierto su mayor desdicha...

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