Nunca cambiamos

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Crecimos al mismo tiempo y ahora tenemos en mundo en nuestras manos, como una bola de papel hecha con rabia, pero nuestro. Nos encontramos ya mayores, con los mismos rostros infantiles algo más estirados. Aquí parados, intentando localizar una firme determinación ante la vida, con supuestas habilidades adquiridas y pocas palabras para ejecutarlas. Sobre este suelo que nos vio nacer así como también nos juntó. 

¿Por qué creería que somos otros? La forma del triángulo es la misma. La honesta manera en la que omitimos sigue siendo parte de nosotros, tan fluido por la práctica y con descargas eléctricas al que lo denuncie. El terrible equilibrio de nuestra relación no cambia. Acostumbrados a bailar sin separarnos de las paredes desde tan pronto. No faltaban las excusas y disculpas fuera de lugar, se alimentaban de sonrisas dolidas y resultaban algunos frutos ácidos.

No todo fue tan irreal. Ciertamente ubicamos refugio en nuestra unión. Sonreímos a las estrellas aunque no brillaran para nosotros. Luego corrimos en círculos tomados de las manos hasta desfallecer, regresando cada uno a su hogar y dejando atrás irresponsables chispas de alma. ¿Quién nos iba a culpar? Éramos jóvenes, estábamos solos, con tanto plástico en la cabeza. La calle recibió nuestros gritos y pronto afloró nuestra identidad individual.

De nuevo aquí, justo aquí, con las mismas dudas y protegiendo las costumbres. Asustándonos con algún material nuevo, dando palabras de aliento, con renovadas disculpas y excusas. Es que nunca cambiamos, ni porque crecimos ocho centímetros más, tampoco por las experiencias de la adultez. Siempre allí, tolerándonos unos más que otros, queriéndonos hasta el asco.

Un alma. Mil fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora