El día en que ardió el cielo

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Una inquietud me ha impedido conciliar el sueño. Los ruidos de la noche siempre han sido motivos de gran angustia ya que me regresan a esa fría parte de la niñez, cuando deseas que la sábana te cubra de todo mal. Inconscientemente evoco toda leyenda, mito, superchería y monstruo que atormentó mi mente en aquellos días.

Sin embargo, los ruidos de esta noche no arrastran los mismos recuerdos. Me llevan a una escena más madura de terror vivo. Está justo sobre mi cabeza, como el sonido de un motor a toda marcha en medio de la noche. El desesperante sonido me lleva al día en que ardió el cielo.

Ese día yo no deseaba ser parte de ningún proceso o grupo. No quería ser un peón de las acciones o tan siquiera un autor intelectual. Era un humano sin ánimos de atenerse a las reglas, costumbres, culturas, congregaciones, revoluciones o religiones. Sólo era una cáscara, un depósito de una mente inactiva.

Pude ver desde mi ventana como desde la montaña nació una flama por encima de nuestras cabezas. Abrasó las nubes con potencia, dejando sólo grumos negros que cayeron muertos al suelo. En medio del desastre, todos fuimos más humanos. Abrazados, como ratas en una esquina mientras pedíamos al de arriba otra oportunidad.

El día en que ardió el cielo, todos sentimos en nuestra piel el precio de la injusticia, la ignorancia y los intereses personales. Reducidos a la violencia y el horror, cuando descubrimos que un hogar era menos que una vida.

Somos adictos a la belleza y queremos creer en ella. Dedicamos tanto tiempo a tenerla siempre, que terminamos por olvidar. Porque alguien endulzó sus palabras para que sus ideales llegaran hasta los rincones más profundos, sin que nadie descubriera que un plan revolucionario se convertiría en el más oscuro y destructivo.

El día en que ardió el cielo vi a una mujer correr con su hija recién nacida, buscando refugio de las llamas. ¿Por qué debía un ser inocente sufrir por lo pérfido de los humanos? Era monumental observar como el dinero, los títulos, el poder y la arrogancia se hacían a un lado para seguir adelante.

El día en que ardió el cielo sobreviví para contarlo. Fue uno de los más negros capítulos de la humanidad que pasa totalmente inadvertido, pero que aquellos que estuvimos allí y perdimos la esperanza entre lágrimas desesperadas, jamás olvidaremos.

 Temo por mi vida en esta noche. ¿Qué pasaría si el ruido de esta noche es el mismo de aquella tarde? ¿El de arriba me concedería una segunda oportunidad?

Un alma. Mil fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora