Capítulo 1

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Noa salió de la consulta del médico con las gafas de sol y su bastón. Le habían dado una buena noticia, su vista no estaba perdida del todo y podía operarse.
Pero tenía un problema, no le llegaba el dinero.
Había evitado comentárselo al doctor, simplemente había seguido hablando de la operación.

Se llevaría a cabo en tres meses, tiempo en el que, una vez por semana, debía seguir visitando la consulta para comprobar su vista: en el momento en el que perdiera un poco más de visión, la operación se adelantaría hasta una semana después de dicha visita.
Para Noa esto no era factible, su vista seguía igual desde dos años antes. Pero era mejor prevenir que curar.

Comenzó a caminar dando golpecitos con su bastón en el suelo. Consiguió llegar a la puerta de la entrada sin perderse, lo que consideró todo un mérito.

Abrió la puerta y salió al exterior, temerosa. La casa de sus amigas no estaba muy lejos, les había llevado cinco minutos llegar a la consulta, pero nadie la acompañaba esta vez. Cris había recibido una llamada importante del trabajo y había tenido que irse, no sin antes prometerle a Noa que estaría ahí cuando saliera.
Pero no estaba.

Cinco minutos antes de entrar a consulta Cris la llamó, diciendo que no podía ir a recogerla, pero que no se perdería pues la casa estaba caminando en línea recta por la acera.
En la puerta de la casa en cuestión la esperaría Caro, que llegaría de trabajar para entonces.

Noa suspiró y comenzó a caminar en línea recta, como le había indicado Cris.

La gente la dejaba pasar o le ofrecía su ayuda, pero ella la declinaba amablemente. Tenía que conseguir llegar sola para darse cuenta de se podía hacer ese tipo de cosas sola.

Se quedó quieta en el paso de cebra, que había detectado gracias a un amable señor, esperando a escuchar el pitido que le indicaba que podía pasar.

Notaba el murmullo de la gente que charlaba a su alrededor. Sabía que tenía a una persona a su izquierda y a otra a su derecha y que, si se caía, alguna de ellas le prestaría ayuda.
Pero no se esperaba el caer de verdad.

Cuando el semáforo le indicó que podía pasar, comenzó a caminar dando golpecitos con su bastón.
No llevaba andados ni dos metros cuando alguien chocó contra ella, tirándola al suelo.

–Lo siento muchísimo, de verdad...

Por su acento al hablar, Noa dedujo que no era español. Debía ser francés o belga.

–No pasa nada...

–Deja que te ayude.

Las manos del chico rodearon a la chica en algo parecido a un abrazo y la levantaron del suelo.

–Me falta el bastón...–murmuró la chica palpando los hombros del chico para comprobar que seguía ahí.

–Ha salido rodando hasta debajo de un coche, lo siento, de verdad. Ven hacia la acera, se está poniendo en rojo el semáforo.

Noa se dejó guiar por el chico, que agarraba cuidadosamente su brazo.

–Tengo el coche aparcado ahí... ¿Puedo llevarte a casa? Es lo mínimo que puedo hacer tras el choque.

–El problema es que... No sé dónde es la casa.

–¿Ibas caminando hacia algo desconocido?–preguntó el chico con un tono de voz que le decía a Noa que estaba sonriendo.

–¡No! Osea sé dónde es pero no cuál... ¡Argh!

–No eres de Madrid, ¿verdad?

–No. He venido a... A casa de una amiga. Y teóricamente tengo que caminar en linea recta hasta que dicha amiga me llame desde la puerta.

–Te acompaño entonces. No puedo dejar que vayas sola. Y menos sin bastón.

Noa asintió y el chico volvió a coger su brazo mientras que, con el que tenía libre, le rodeaba la cintura, haciéndola sentir más protegida.

–Gracias por acompañarme.

–Es lo mínimo que puedo hacer, además me gusta ayudar a chicas guapas.

Noa sonrió y se aferró a la mano del chico al bajar el escalón de la acera para cruzar la calle.

–¿Sigo recto?–preguntó el chico

–Sí. Es todo recto hasta que mi amiga me llame.

El chico rió y siguió caminando. Noa detectaba que de vez en cuando soltaba su cintura y hacía un gesto de negación con la mano, pero no entendía por qué.

–¡Noa!

Noa levantó la cabeza y la giró buscando la fuente de la voz. Era Caro.

–Esa es mi amiga, ¿puedes...?

–Sí.

El chico la ayudó a llegar hasta su amiga.

–Hola Caro–saludó el chico

–¿Os conocéis?–preguntó la chica

–Claro. Él es...

–Soy amigo de su novio.

–¿Novio? Tienes muchas cosas que contarme, Caro.

Caro rió y frunció el ceño ante los aspavientos que hacía el chico para que no le dijera quién era.

–Pues muchas gracias por acompañarme –sonrió Noa mientras palpaba el hombro del chico para llegar a su mejilla y dejar un beso allí

–Es lo mínimo que podía hacer. ¿Te apetecería volver a quedar conmigo algún día?

–Claro.

–Vendré algún día por aquí a recogerte. Nos vemos.

El chico acercó a Noa a su amiga y comenzó a andar.

–¡Espera! ¡No me has dicho como te llamas!

–¡Antoine!–exclamó él mientras seguía caminando y, esta vez sí, parándose con los fans que le pedían un autógrafo.

–Pasa anda...–Caro ayudó a entrar a la chica–¿Y tú bastón?

–Choqué con Antoine en un paso de cebra. El bastón salió rodando hasta debajo de un coche.

–¿Tienes algún otro?

–Tengo uno de repuesto en la maleta. ¿Y eso del novio?

Caro rió y la ayudó a sentarse en el sofá.

–¿Conoces a Hazard?

–¿El del Chelsea? Que sea ciega no significa que no escuche las noticias. Vivo en Inglaterra, Caro.

–Bueno... Yo también vivo en Inglaterra estúpida. Pues resulta que es cliente del bar en el que trabajo. Y ya llevábamos un par de meses quedando y se nos ocurrió la idea de consolidar la relación viajando juntos a Madrid. Puede que esta temporada fiche por el Atlético y queríamos conocer el terreno. Además, tengo trabajo asegurado.

–Y no me cuentas nada. Me parece fatal.

Caro se echó a reír y le cogió la mano a su amiga.

–Así que tienes una cita...

Caro decidió mantener el secreto de su amigo y no decirle a Noa que era Antoine Griezmann. Tenía que hablar con sus amigas para que lo guardaran también.

BlindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora