Primera parte: "Sin Alas" - Capítulo 1

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Cuando la noche cayó, el pincel volvió a cobrar vida en las manos de Sebastián.

Sólo la luz de una vieja lámpara alumbraba aquella noche, aquel lugar. Sólo aquella lámpara hacía del lugar, un lugar extraño.

Sin embargo nada lo interrumpía, parecía no querer perder ni un segundo de tiempo. Ni siquiera para sonreír.

Sobre el lienzo se comenzaban a notar las primeras líneas de pintura gris oscuro.

Sebastián disfrutaba de su pasión por el arte, así como un escritor se debiera sentir cuando comienza a escribir otro libro.

Nada lograba ocultar su tristeza. Ese sentimiento cruel y audaz que todos alguna vez sentimos. Como lo sentí yo alguna vez. Como alguna vez lo sentiste vos.

Pero no sólo existe una tristeza sino miles. Quizá "tristeza" sea la palabra con más significados que cualquier lenguaje pueda tener en cualquier tiempo.

La tristeza de Sebastián, aquella noche en su taller, superaba su concentración, su entusiasmo y su placer. Lo superaba todo. Todo menos su amor a su futura obra de arte.

Una obra de arte solamente es perfecta para quien la hace. La vida suele ser igual o completamente diferente, pero un defecto en ella puede equivaler a quedarte solo. Y así estaba Sebastián: solo. Solo y recordando cuando no lo estaba.

Sinceramente no sé cuál de esos dos estados es el menos horrible.

Hacía ya cuatro años que su novia había muerto. Pero algo de ella aún quedaba en su vida puesto que de ninguna manera había sido olvidada.

La única forma para que deje de extrañarla parecía ser pintar.

El lienzo comenzaba, con el pasar de las horas, a hacer notar un par de sentimientos.

Lo que no logro comprender del pasado es que siempre está presente en lo que uno hace, dice y hasta siente; todo el tiempo; incluso en este mismo instante. Incluso en el presente. Y no sé si eso sea lo correcto.

Cuando el sol comenzaba a dar imagen a un nuevo día, el cuadro ya estaba terminado. Sebastián estuvo observándolo durante casi una hora más, hasta que por fin decidió descansar sentándose en un viejo sillón a unos pocos pasos del antiguo lienzo transformado ahora en una hermosa pintura.

Al verla se podía deducir muy fácilmente que en definitiva no era pintar lo que parecía hacer que deje de extrañarla.

El lienzo contenía solamente el rostro de una mujer sonriéndole a quien quiera echarle un vistazo. El rostro de su novia, desafiando a la muerte.

Pintar sólo era la llave de su encierro.

Sebastián sabía que lo único que podía hacer para estar junto a ella era extrañarla.

Unos minutos después, ya de día, Sebastián, intentando no llorar, logró dormirse.

Otros minutos después, el despertador le avisaba que tenía algo más importante que hacer, y así parecía ser ya que en vez de apagarlo e ignorarlo se puso de pie, olvidando su cansancio.

Iba a viajar a casa de su abuelo ya que este estaba algo enfermo y Sebastián debía cuidar de él.

Así se apresuró a tomar un baño y despedirse (tal vez para siempre) de su taller y su casa. Guardó su ropa y sus cuadros (que sólo eran retratos) y miró su reloj.

Comenzaba a caer una suave y molesta llovizna como las de algunas madrugadas de otoño, anticipando su llegada.

Le faltaba despedirse de algo más. Le quedaba un tiempo más en esa ciudad.

Así fue, entonces, que Sebastián se dirigió al cementerio del lugar, para despedirse de la tumba de su novia.

Caminó hasta encontrar la placa sobre la tierra que tenía el nombre de ella junto a otra con el nombre de él debajo de una leyenda que decía: "Estoy contigo" (y realmente lo estaba, viviendo como un muerto).

La gente fue dejándolo sólo a medida que la lluvia había dejado de ser molesta para ser, ahora, desafiante.

Sebastián la ignoraba. No se movía del lugar así como sus ojos no se movían de su nombre y el de ella.

El sonido de la lluvia hacía que todo sea más frío. Parecía una dulce melodía en un clima triste.

Por su cabeza pasaban mil pensamientos por segundo, preguntando por miles de cosas sin cerrar en la vida y sus misterios. Pero nunca habló.

El mundo comenzó a moverse más rápido y las imágenes en la mente de Sebastián estaban descontroladas, girando a una velocidad que lo mareo e hizo que caiga de rodillas al suelo, empapado en lágrimas, en silencio, ensuciando sus uñas con la tierra que lo separaba de tantas, pero tantas cosas, tomándola en sus puños y apretándola luego con todo su dolor, sin dejar de mirar su nombre y el de ella.

Como aquélla primavera de cuatro años atrás, Sebastián lloró y extrañó todo lo que había perdido, en el mismo lugar.

El tiempo y el espacio habían vuelto a coincidir en el mismo momento y el mismo sitio, para hacer de su historia un simple retrato.

El último retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora