El abuelo había dejado la casa hacía ya algo más de dos horas.
Se hallaba sentado, en silencio, en un banco de aquella plaza tan visitada por él y su nieto, esos últimos días.
La imagen creada por cualquiera que lo viese era como esas que de pequeños imaginamos todos alguna vez: un viejo sentado mirando la nada, viajando en su tiempo, recordando cosas difíciles de imaginar. ¿Quién sabe que podría recordar un viejo con tantas cosas que recordar?
Permanecía inmóvil. Sus ojos tampoco se movían.
Su memoria lo llevo hacia un tiempo pasado. Para su desgracia más feliz que el actual.
De pronto, como si en absoluto silencio una bomba hubiese explotado en su interior, cerró los ojos e imaginó (o soñó...).
Lo primero que sintió fue a su hijo diciéndole por primera vez "papá".
Sonrió con tristeza al arrepentirse de haberse mostrado tan duro ante aquel suceso que le había llenado el espíritu de orgullo.
"Estoy tan orgulloso y feliz por tenerte. Desde tu existencia todo en mi vida es más bello y las cosas tienen mucho mas sentido. Y oírte decirme "papá", con todo lo que con tu edad debe costarte, hace que todo el amor que te tengo se multiplique hasta perder la cuenta. De veras, te quiero...", pensó en ese momento que le hubiese gustado decirle en vez de ser una victima más de la costumbre de la época.
Abrió los ojos, que parecían pequeños lagos en el cielo, y la imagen desapareció.
Es increíble como las costumbres nos ahogan, nos limitan. Frases como "quedar mal", "no se hace", "es mala educación"; son tremendas barreras a nuestros afectos.
Frases como "te quiero", "te necesito", "quiero que estés bien"; aún ante desconocidos, cambiarían el mundo.
Es malo confundir lo habitual con lo normal o la realidad.
Y mientras imagino todo lo que podría escribir a cerca de estos temas, el abuelo vuelve a cerrar los ojos, dejando sus lágrimas en ellos, y viaja de nuevo.
De aquel tiempo fue directamente a recordar a su hijo con Sebastián en brazos y luego, velozmente, a su muerte.
Una muerte que nadie en el mundo pudo haber imaginado (como todas las muertes). Nadie en el mundo, mucho menos su padre.
Será que un padre cree estar hecho para ver nacer a su hijo y hasta crecer, pero de ninguna manera para verlos morir.
Difícil es la realidad. Difícil hablar de ella.
Volvieron a abrirse los ojos. La imagen desapareció por la brutalidad del dolor.
Era más triste ver a ese viejo con los ojos llenos de lágrimas amenazando escapar que verlo llorando, a los gritos, desconsolado. Pero el abuelo no tenía fuerzas para eso.
La fuerza de los seres humanos a veces es solamente para levantar cosas. Tal vez los viejos sepan que la fuerza para levantar cosas solamente es casi inútil, no les sirve para ser mejores personas, más grandes, más felices; que dejan que sus huesos se debiliten.
La incertidumbre de lo aprendido es una buena excusa para descansar y sentirse débiles.
Estaba dispuesto a cerrar los ojos cuándo una joven que había estado observándolo no aguantó verlo así y se acercó a preguntarle cariñosamente si podía serle útil.
Era Sabrina. El abuelo la reconoció de inmediato y le sonrió.
- ¡Oh! Gracias... estoy bien... Sólo recordaba. ¿Qué más puede hacer un viejo? - dijo chistosamente.
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El último retrato
RomanceEsos son los últimos retratos. Esas cosas que ayudan a vivir. A soñar. A creer que alguna vez ya no seremos de nadie mas que de uno mismo. No retratos. Humanos.