Capítulo 12

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Las horas pasaron (parece una tontería pero realmente es una suerte, a veces, que las horas pasen).

Luego de la cena el abuelo se fue a acostar y Sebastián a pensar un poco.

Esa biblioteca frente al sillón donde se hallaba sentado, estaba lleno de libros, pero esta vez parecían muertos a los ojos y la atención de Sebastián.

No así esa vieja botella de whisky.

Se puso de pié y se dirigió a buscar un vaso de esos de boca ancha y no tan altos como los normales.

El aspecto de aquella noche se asimilaba al de las noches de primavera: el calor no era tan molesto.

Además el clima de ese hogar la ayudaba a ser una noche placentera.

Sebastián se veía muy cansado. Realmente debía de estarlo ya que era poco el tiempo que había podido conquistar el sueño desde que había dejado su casa.

Echó en el vaso un poco de hielo y volvió asentarse.

El abuelo parecía estar ya durmiendo cuando el vaso se lleno de whisky.

Le dio un sorbo pequeño e hizo un gesto de desagrado. Pudo haber sido el mal sabor o su falta de costumbre.

Creo que la segunda opción es la más razonable ya que ningún otro gesto le siguió al segundo trago.

Alrededor todo era silencio.

Sebastián comenzó a sentir un poco de tristeza quien de inmediato chocó contra su fuerza.

Otro trago más.

Cada vez menos desagradable.

Otro trago más.

Éste un poco más largo que los anteriores.

Otro trago más.

El vaso lo sorprendió haciéndole saber que ya no había mas nada en su interior.

Tomando la botella y volcando un poco más que antes en ese vaso, comenzó a pensar.

Y a recordar.

A pensar y a recordar.

Pero sobretodo a recordar.

Ésta vez no fue igual.

Desde hacía cuatro años venía recordando las mismas palabras, las mismas escenas junto a su novia.

Pero esa noche le llegaban uno a uno los recuerdos más perdidos en el tiempo.

El mismo se asustaba de ellos.

Otra vez el vaso se vació y otra vez se llenó.

Sus ojos también se llenaron de lágrimas. De lágrimas nuevas. Nuevas, por los viejos tiempos.

¿Quién sabe que estaba pasando por su cabeza? Sólo él... o tal vez nadie.

Del otro lado de la ciudad Sabrina también estaba desvelada frente a su maquina e escribir, rodeada de papeles arrugadas por culpa de sus manos.

Escribía sobre Sebastián.

No sabía por qué le resultaba tan difícil contar una historia tan verdadera.

Toda su casa estaba en silencio y de todas formas no lograba concentrarse, al parecer, lo suficiente.

A ella la noche también le llevó recuerdos.

Su vida tampoco había sido demasiado generosa al regalarle cosas (ni siquiera sonrisas).

Había tenido que aceptar perder muchas cosas más.

Mientras ese sentimiento le recorría la mente, tomó la hoja que se hallaba en la máquina de escribir y la hizo un bollo, esta vez con más fuerza que las anteriores, y la arrojó al suelo.

"¿Qué es lo que te ocurre, Sabrina?", pensó "Esto no puede ser tan difícil".

Volvió a intentarlo por lo menos cinco veces más y todas las hojas tuvieron el mismo destino, pero nunca pensó que no lo iba a lograr.

Se preparó un café, leyó algunas páginas de un libro que ya había sido olvidado y volvió a su lugar de trabajo preferido: aquella vieja máquina de escribir.

Para aquel entonces Sebastián, en casa de su abuelo, se encontraba bajo los efectos del alcohol mezclados con los de su vida.

De esa mezcla salió desolación y amargura.

Sus ojos estaban perplejos ante lo que estaba sintiendo.

Por primera vez, creo, estaba considerando la idea de que tal vez su novia ya había muerto.

Imagino ese sentimiento y me pregunto su habría alguno peor...

Sabrina escribió sin parar durante aproximadamente media hora y estiró sus brazos hacia arriba y movió la cabeza hacia ambos lados buscando hacer sonar su cuello, hasta que lo consiguió.

Luego volvió a apoyar sus dedos sobre las teclas. Parecía haber encontrado la fórmula para estar de acuerdo con lo que estaba escribiendo.

Se sintió complacida por hacerlo.

Sebastián vio su vaso vacío e intentó volver a llenarlo, pero no pudo: la botella ya no contenía nada tampoco.

Sintió por un segundo un poco de soledad, hasta que recordó que ya estaba acostumbrado a eso.

Como pudo se puso de pie.

Inmediatamente cayó sobre el sillón sintiendo un temblor entre sus ojos y su habitación.

Todo a su alrededor parecía darle vuelta.

Un rato después, consideró que podría volver intentar ponerse de pie y así lo hizo.

Llegó, buscando no hacer ruido, a su cama.

Poco se acordaba de todo, como suele pasar en estos casos.

Una vez acostado le costó dormirse, pero su cansancio lo ayudó...

Sabrina dejó de escribir.

Tomó las hojas que se hallaban en la máquina y esta vez, en vez de arrugarla la colocó sobre otro par de hojas escritas. Luego los leyó y pareció sonreírse para sí misma.

Ya tenía el artículo para el diario... y era sobre Sebastián.

La noche pasó para ambos.

Apenas salió el sol, quien primero abrió los ojos fue Sebastián.

Algo confundido se sentó en la cama y miró lentamente hacia todos lados.

Decidió volver a acostarse, cuando noto algo que traía en una de sus manos.

Se trataba de la foto que Sabrina le había regalado unos días atrás.

Cambió, en ese momento, confusión por sorpresa.

Estaba en su mano sin recordar cómo... ni lo que lo sorprendía mucho más: sin recordar por qué.

Mientras la "planchaba" un poco más con las palmas, se dio cuenta de que aquella vez, al hacerla un bollo y arrojarla al suelo, no había hecho mas que guardarla en su "taller de pintura portátil".

Se dio cuenta de que él mismo había decidido no tirarla.

No sabía por qué la había traído a casa de su abuelo, si la idea había sido perderla.

Tampoco sabía por qué había decidido dormir con ella en sus manos.

Sin pensarlo muchas veces, la miro, la abolló de nuevo y cuando estuvo a punto e arrojarla al suelo, se frenó.

Volvió a mirarla mientras la arreglaba un poco y sin dudar la rompió en mil pedazos.

Nuevamente sintió un mareo y dejó caer los pedazos de la foto de Sabrina sobre la cama, mientras él volvía a recostarse.

Un poco desenfocado aún, volvió a dormirse como si nada.

El último retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora