Capítulo 6

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En casa de su abuelo, Sebastián ya había instalado algo parecido al taller que utilizaba en su casa para retratar a su novia.

Sin embargo no todo es tan sencillo si se habla de arte.

No podía concentrarse tan fácil.

Las cosas se cambiaban de lugar, pero aún así, él seguía igual.

En esa casa había algo mucho más muerto que su novia.

En esa casa estaba el Sebastián-de-muchos-años-atrás. Estaba escondido en todo lo que sus sentidos hacían real. Estaba escondido y encerrado. Enjaulado en cada tramo de su historia, de su vida y de su eternidad. ¡Y eso que es tan fácil caer en esa jaula!

Otra vez el tema del tiempo.

En apenas unos minutos, esa especie de taller fue disuelto por el enojo de Sebastián.

El abuelo escuchó los ruidos y de inmediato se hizo presente.

- ¿Qué son todos eso ruidos a golpes que van de aquí para allá?- preguntó mientras veía como su nieto lleno de bronca (y dolor) se sentaba sobre un cajón viejo.

No hubo respuesta. El silencio no sirvió para contestar nada...

- Sebastián ¿Qué es lo que ocurre contigo?

- Lo lamento, yo lo ordenaré.

- ¡No! ¡No importa que lo lamentes ni que lo ordenes! Sebastián, si desordenando todo, tirando todo lo que tienes a tu alcance o hasta rompiendo esta casa lograras sacar afuera ese pequeño Sebastián vivo, yo podría ayudarte para destrozar todo esto a tu alrededor...- hizo una pausa. No quería que su nieto piense que estaba enojado- Pero sin embargo nada de eso alcanza, ¿no es verdad?

Otra vez silencio.

- ¡Vamos Sebastián! ¿Dónde ha quedado ese niño que deseaba despertarse lo más temprano posible para vivir más los días? Si tan solo pudieses verte desde este lado, desde el mío, te darías cuenta de tantas cosas.- otra vez una pausa - Te darías cuenta por ejemplo de que ayer, hoy e incluso mañana pareciesen ser lo mismo para ti. O también podrías ver que poco queda de ese niño que fuiste...

- Abuelo, ya soy un adulto, nada queda de ese pequeño.

- ¡Error! ¡Maldito error que nos hace hombres tan fríos! Yo soy un viejo y sin embargo recuerdo cada uno de mis gustos, de mis caprichos y sobretodo de mis sentimientos de cuando ni tú ni tu padre estaban en mis planes.

- También yo, abuelo. Pero las cosas y los tiempos hacen que cambiemos. Que nuevos caprichos, gustos y sentimientos nos seduzcan...

- Es verdad, Sebastián, es muy real lo que dices, pero todo eso nuevo que te seduzca no tiene porque hacer que faltes el respeto a ese niño.

- Yo no le falto el respeto.

- Entonces, ¿por qué no sigues respetando esos gustos, caprichos, sentimientos, a pesar de los nuevos?

Sebastián se quedó callado.

Hacía mucho tiempo que se quedaba sin palabras para armar una respuesta que lo complazca y le devuelva la razón.

- Sebastián, ¿me dejas que conteste yo a la pregunta que te hice?- preguntó apoyando una mano sobre el hombro de su nieto.

Sin dejar de mirar el piso, con la cabeza contestó que sí.

- Porque los estas olvidando. Los nuevos para ti compiten con los viejos, y no lo sabes.

Sebastián había escuchado todo con una atención muy especial. Muy emocionante.

Su abuelo lo dejó entre el desorden de la habitación y el desorden en su cabeza y su historia.

Sin levantar la cabeza, lo sintió alejarse.

Al cerrar la puerta, su abuelo pareció derramar una lágrima de sus ojos tan sabios como él.

¡Algunas cosas son tan difíciles de explicar!

Ambos lo sabían. Al abuelo le importaba mucho. A Sebastián no.

Había pasado no más de una hora hasta que esa puerta volvió a abrirse para dejar pasar a Sebastián, quien con una especie de patada débil la volvió a cerrar.

En sus manos estaba todo esa especie de taller resumiendo en un par de cosas, transportables.

Su abuelo lo vio tan incomodo con todas esas cosas encima que enseguida lo ayudó.

- ¿Qué haces ahora? ¿Qué se te ha ocurrido?- dijo chistosamente, intentando simular haber estado pensando en la conversación anterior.

- Voy a ver si tal vez en algún lugar al aire libre puedo conseguir la concentración que necesito.

- ¿Y a donde tienes pensado ir, Sebastián?

- No lo sé. Caminaré.

- Hay una plaza aquí cerca...

En ese instante alguien tocó la puerta. Sebastián parecía extrañado, sorprendido y con curiosidad al oír ese sonido. Se preguntaba quién podría ser. Pensaba que nadie iría a venir a casa de su abuelo. Sin embargo el viejo parecía entenderlo todo.

- ¡Valla! ¡Qué rápido corre el reloj! ¡Ya son las cinco de la tarde!- dijo.

- Abuelo, ¿tienes que ir a algún lado? ¿esperas visitas?

- ¡Oh! No. Es simplemente un amigo.

Diciendo esto se acercó a la puerta y atendió.

Del otro lado se encontraba un niño de no más de seis o siete años con una taza de plástico color azul en la mano.

- ¡Bienvenido, Juan! Pasa, voy a presentarte a mi nieto. ¿Recuerdas que dije que vendría?

El niño hizo un gesto de afirmación con la cabeza y tímidamente ingresó a la casa.

- Este es mi nieto, Sebastián- dijo mientras le señalaba con una mano dónde estaba, como si el pequeño no pudiera encontrarlo.

- Hola- dijo Sebastián casi sin entusiasmo.

- Sebastián este es un amigo. Viene un día por semana a tomar la leche conmigo porque en su casa no hay suficiente- dijo el abuelo como si ignorase la presencia del niño.

Sebastián utilizó el silencio alrededor para pensar que qué poco es hacer algo por alguien cuando son millones los que necesitan ayuda. Sin embargo no hizo ningún comentario al respecto.

- Bien, abuelo, yo estaba por irme así que eso haré. No vallas a asustarte si llego de noche. Tendré cuidado - dijo mientras pasaba entre los dos cargando sus cosas, cuidando que no se le caiga nada.

Estaba muy cansado. Muy, muy cansado.

Aún así, no podría descansar tranquilo si no volvíaa ver de nuevo el rostro de su novia aparecer sobre el lienzo de su recuerdo.    

El último retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora