Capítulo 4 (Escrito por el abuelo)

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Apenas lo vi asomarse, una mezcla de sentimientos recorrieron mi cuerpo.

Algunos de esos sentimientos eran amor, ilusión, alegría y también algo de compasión.

Al abrazarlo todo fue simplemente amor.

Ahora, mientras Sebastián está ordenando sus cosas en el cuarto que le preparé, decido volver a sentir compasión por mi nieto.

Lo veo y mi angustia, mi vejez, mi amor y hasta mi enfermedad se vuelven eso. Se vuelven compasión.

Hacía cuatro años que no sabía nada de él.

Sospecho que en todo este tiempo no ha tenido mucho que contar.

Sebastián no era así en su juventud. Lo sé, porque lo vi.

Él era el motor de la vida a mi alrededor. Siendo joven demostró la inteligencia que ni siquiera los adultos logran alcanzar. Siempre había mirado las cosas desde un lugar más alto que el de cualquier persona. Había descubierto desde temprano que las ideas de una determinada sociedad habían sido creadas para nunca ser cuestionadas.

Desde temprano supo que había preguntas sin respuestas a esas ideas.

Recuerdo una vez cuando me encontró llorando sobre una foto de mi hijo (su padre). Con apenas nueve años se acercó, me acarició y me dijo algo que nunca voy a poder olvidar. Hasta en el día de hoy logra sorprenderme: "No es cuestión de buscar algunas cosas. Para eso existe Dios y sus caprichos" "Pensé que no creías en un Dios así": le pregunté intentando desafiarlo. "Por eso mismo, abuelo. Dios no debería tener caprichos".

Siempre tan despierto, tan atento, tan vivo. ¿Cómo no sentir compasión por esos escasos restos que quedan de aquel joven?

Al morir su padre, Sebastián quedó a mi cargo. En realidad siempre vivió conmigo. Mi hijo nunca acepto la muerte de su esposa (la madre de Sebastián) justo cuando mi nieto nacía. Yo debía cuidar de los dos.

Sebastián desde muy pequeño convivió mano a mano con la muerte. Como los más grandes de la historia. Como Aristóteles, Platón, Eintein, Freud, conoció desde chico el significado de la vida, a través de un mismo traductor: el dolor.

Por eso me cuesta levantarme de esta mesa sin saber como hacer para ayudarlo. Para devolverle un poco de su vida.

Cada uno de los años, de los momentos que vivó no fueron en vano.

Mucho había aprendido de esta vida. He nacido, trabajado, amado, he sido rechazado, juzgado, prejuzgado, discriminado, insultado, odiado, no comprendido, no escuchado, no aceptado y muchísimas cosas más.

Pero sobre todas estas cosas, sólo el sufrimiento ha hecho de mi un viejo con tantos consejos como personas haya para escucharlos.

Sin embargo ésta situación me deja en silencio. Tal vez sea porque no sé muy bien qué le ocurre a mi nieto.

Creo que eso es.

Pero no sólo yo no sé qué le ocurre. Tampoco él lo sabe.

Sigo sintiendo compasión.

Es verdad que no hay eslabón mas perdido que el propio hombre.

En este momento poco importa mi enfermedad. "Los médicos poco saben de sufrimiento", suelen decir. Pero no es verdad. Mas allá de las leves ideas de que a estas alturas podamos tener de la muerte, de las enfermedades, de cuánto de ellas hay en nosotros y cuánto de nosotros las crean. Más allá de la percepción de la Vida propia que nosotros elegimos en una totalidad. Poco importa mi enfermedad, para mí. Para mí alrededor importa mucho. Los médicos lo saben.

Reconozco que a veces saben más de sufrimiento que uno mismo.

De todas formas no estoy muy grave. No más que cualquier persona de mi edad (máximo engaño del tiempo a través de los años).

Recuerdo cuándo era joven. ¡Qué parecido era al Sebastián de varios años atrás!

Puede que ésta sensación de verlo y verme a mí, sea lo que hace que mi cariño sea tan fuerte. He descubierto que el ser humano se comporta así.

El hombre está hecho de carne, hueso y tiempo. Si tan sólo se olvidara de ese maldito tiempo podríamos decir que el hombre es siempre el mismo desde el pasado.

Sólo eso haría que dejemos de leer a Manrique como en sus coplas demostró que todo tiempo pasado fue mejor. O al gran Richard Bach buscando la forma de resumirlo todo en un "ahora" para nunca estar lejos de nada ni nadie que amemos. Tampoco el principito de Saint-Exuperí hubiese tenido que irse y hoy lo tendríamos tan vivo como nosotros.

Eso es lo que Sebastián (y todos los hombres) necesita: ser de carne y hueso. No de tiempo.

Pero, ¿para qué mentirles? Olvidar no es fácil. Los buenos momentos se olvidan más rápido que los malos. Exactamente al revés de nuestro interés.

Te comprendo, mi viejo amigo y nieto Sebastián. Ahora si te comprendo.

Queda tan lejos ese olvido que ni siquiera quien una vez fuiste puede llegar hasta él.

Puedo levantarme tranquilo de esta mesa ahora.

No sé bien cómo. Pero si sé que te puedo ayudar.

Y no siento tanta compasión.

Ahora si te comprendo.

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