Fue al mediodía cuando el abuelo despertó. No pensaba que era tarde ni nada de eso; la hora no le preocupaba ni en lo mas mínimo. Recordaba a cada momento la cara de cansado que Sebastián tenía la noche anterior. Decidió no molestarlo.
Se puso de pie, se duchó y haciendo el menor ruido posible comenzó a preparar el almuerzo.
De golpe sintió un fuerte dolor en el corazón que lo hizo apoyarse sobre unas bandejas de aluminio que estaban sobre la mesada, junto a la cocina.
Pero no le sirvieron de mucha ayuda ya que él y las bandejas cayeron al piso.
El abuelo se tranquilizó en cuestión de segundos, el dolor calmó y todos sus sentidos volvieron a la normalidad.
Con todo el ruido que había provocado su caída, Sebastián se habría despertado, pensó. Así, pues, no queriendo que su nieto lo viese tirado y se preocupase, se apresuró a levantarse del suelo.
Sin embargo Sebastián no apareció.
El abuelo sonrió y volvió a recordar la cara de cansado de su nieto la noche anterior.
Realmente debería de estar cansado para seguir durmiendo luego de aquel incidente que hubiese despertado a cualquiera.
Más tranquilo aún, el abuelo se dirigió hacia el baño y sacando del aparador un par de pastillas se echó a reír simpáticamente.
Tragó las pastillas con un gesto de desagrado, probablemente por el mal sabor, y luego volvió a la cocina.
Pensó qué podría hacer de almorzar y decidió volver a hacer ensaladas ya que parecía ser saludable y no violaba ninguna ideología ovolacteovegetariana.
No volvió a sentir ningún dolor, al menos no durante la media hora y algunos minutos más que le llevó preparar la comida.
Una vez que la mesa ya estaba puesta y el almuerzo servido, decidió despertar a su nieto; pero algo lo detuvo: por su cabeza paso la idea de que tal vez sea necesario dejarlo descansar un rato más, ya que la ensalada no iba a enfriarse más de lo habitual.
De todas formas siguió caminando hasta llegar a la puerta cerrada de la habitación de Sebastián. Allí se frenó.
Analizó sus pensamientos por un segundo y optó por no despertarlo, dejar que él solo decida cuando comenzar el día.
Hizo dos pasos hacia la cocina otra vez y pegó la vuelta. Sin pensar mucho abrió la puerta para asegurarse de que Sebastián estaba bien.
Al ver su cama, notó que estaba vacía.
Se preguntó a que hora se había despertado y a donde había ido.
Sus cosas de pintura tampoco estaban.
Quién sabe a qué hora, Sebastián había ido otra vez a la plaza a retratar su vida.
Sintiendo cosas desconocidas, el abuelo, almorzó, tomó un abrigo (aunque hacía un poco de calor) y dejando toda la cocina desordenada, se fue él también.
En el mismo sitio que la tarde anterior, Sebastián se encontraba mirando su atril... en blanco.
Hacía muchas horas que estaba allí intentando dibujar a su novia, pero nada había conseguido.
El sol era grande y disparaba algunos rayos que repartían algo de calor. Un calor no muy especial. Igual al de todos los mediados de marzo en ese lugar.
Los árboles le daban el color más lindo al paisaje típico de una plaza recibiendo al otoño.
Todo eso y mucho más hacían un escenario perfecto para la inspiración.
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El último retrato
RomanceEsos son los últimos retratos. Esas cosas que ayudan a vivir. A soñar. A creer que alguna vez ya no seremos de nadie mas que de uno mismo. No retratos. Humanos.