Capítulo 8

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Sabrina estaba justo en medio de su ignorancia. No sabía nada de ella ni nada de lo que le pertenecía.

Recordaba cada uno de sus cumpleaños anteriores. En ninguno había estado lo suficientemente acompañada, pero aún así, éste parecía ser el peor de todos.

Comenzaban a cobrar vida algunas ráfagas de viento que le daban, a la vez, vida a las hojas que se encontraban sobre el suelo o que apenas estaban dejando los árboles.

Ella las miraba. Cuánto se parecía a esas hojas.

Sin embargo había decidido no pensar en nada.

Aún quedaba la luz del sol. No era tan tarde aún.

Con el lente de su cámara recorría toda la plaza. Lugar por lugar. Buscando algo de inspiración.

Pero no se atrevía a tomar ninguna foto.

Por un lado pudo ver a una mujer anciana sentada en unos de los bancos de madera blanca. La anciana no le prestaba atención a nada que no tuviese que ver con lo que estaba tejiendo.

Sabrina comenzó a formularse, otra vez, las preguntas de su pasado.

Rápidamente corrió la lente hacia un lugar lleno de niños pequeños. Jugaban, reían, corrían en silencio (al menos nada se escuchaba desde donde estaba ella).

Había mucha sencillez en esa escena. Estuvo a punto de tomar aquella foto, pero se arrepintió.

Otra vez estaba cayendo en las grietas que el pasado le habían provocado.

Una vez más enfocó otro sitio. Había ahora en sus ojos un hombre no muy viejo, más bien joven; dibujando algo sobre un lienzo apoyado en un atril de madera vieja.

Sintió curiosidad así que lo siguió enfocando desde lejos, pero caminando lentamente a su alrededor para descubrir el dibujo.

Cuando por fin se encontró frente al lienzo avanzó con el zoom de su máquina fotográfica, pero aún así no logró visualizar el tan intrigante dibujo.

Decidió, entonces, acercarse caminando.

Su curiosidad pudo más que su timidez.

También estuvo a punto de disparar para tomar una fotografía, pero ese joven no tan viejo la miró y se quedó frente a ella tan cerca que por la lente se veía todo negro. Al darse cuenta de que se había acercado demasiado, Sabrina apartó la cámara de sus ojos, y por primera vez, estuvo cara a cara con esa persona que tanto le había llamado la atención.

Él estaba confundido, en silencio. La escena era confusa para ambos.

El silencio cuando dos personas desconocidas se encuentran cara a cara es demasiado molesto, así que Sabrina decidió acabar con él.

- Lo... yo... lo lamento... no quise molestarlo ni mucho menos interrumpirlo...- al mirar sus ojos a Sabrina todo se le volvió más confuso aún. Nada pudo hacer para no volver a quedarse callada.

- Está bien- Dijo él fríamente. Sin dar vueltas volvió a sentarse y a dibujar.

El rostro de una mujer quería asomarse por el lienzo.

- Disculpe...- dijo Sabrina casi sin pensarlo- ya que lo he interrumpido podría aprovechar para decirle que me ha llamado la atención verlo dibujar y que me estaba preguntando qué sería...

No podía ocultar su nerviosismo.

- Bien... aquí puede verlo - dijo más fríamente que antes, señalando el rostro de esa mujer.

- ¿Podría preguntarle quién es? ¿su novia? - dijo ignorando el poco interés que él tenía por seguir hablando.

- Así es...

Al oír esto último, algo le ocurrió a Sabrina. Sin saber por qué sentía otra vez esa tristeza que tanto la había acompañado durante todo ese día.

- ¿Es un regalo? –preguntó volviendo en sí. Cada pregunta carecía cada vez de menos sentido.

- No.

- ¿Se pelearon?

- No. Está muerta.

Esa respuesta cruel y seca hizo que permanezca callada por un buen rato. Él seguía dibujando.

- Lo... yo lo lamento... otra vez.- dijo al fin.

- Está bien. - dijo él con la misma frialdad.

- ¿Puedo preguntarle una última cosa?

- Si promete que será la última.

- Lo prometo - dijo sonriendo. Creyendo que hablaba en broma - ¿Para qué la dibuja?

- Porque la amo.

Confusión y mareos se encontraron en la cabeza de Sabrina.

Evidentemente ese día era muy largo para ella. Sentía que hacía muy mal en preguntarle cosas tan duras a un desconocido. Sentía que lo lastimaba. Pero él, sin embargo, seguía como si nada.

- Bien, no lo molestaré más. Siento haberme metido en cosas tan suyas, no tuve malas intenciones.

- Esta bien.

- Sabrina - atinó a decir, llena de nervios.

- ¿Qué?

- Oh... que me llamo Sabrina.

- Ah... bien...- él se mostraba indiferente ante todas las palabras de Sabrina.

- "Ah... bien" - repitió ella, irónicamente, perdiendo su compostura - Toma - dijo mientras colocaba la cámara frente suyo y se tomaba una foto a ella misma. Luego la quitó de la máquina y la agitó para que se revele más rápido. Una vez lista se la ofreció.

Él no entendía nada. Inconscientemente la tomó.

- ¿Qué es esto? - preguntó algo enfadado

- Una foto mía. ¿Sabes una cosa? - dijo tristemente, llena de ironía (entre otras cosas) - en todo el día de hoy nadie me ha demostrado más interés en mí que usted. Se la merece.

Luego de haber dicho esto, Sabrina comenzó a dejar el lugar.

Unos seis o siete pasos adelante, frenó su marcha y volvió otra vez a pararse frente al lienzo con ese rostro.

A todo esto él estaba completamente desconcertado. Aún permanecía con la foto en la mano. Ni siquiera la había mirado.

- Eh... no sé tu nombre - le dijo como si estuviese hablando con un viejo amigo olvidado.

Él se desconcertaba aún más en cada acto de Sabrina.

- Sebastián - dijo sin pensar mucho.

Sabrina se despidió con un gesto extraño y se alejó cada vez más rápido de él.

Cuando ella desapareció de su vista, miró su foto, la hizo un bollo y la arrojó al suelo, cerca de sus pies.

Recobrando su vida luego de aquella situación extraña, continuó con su retrato.

Apenas unos minutos más y aquel largo día se habíatransformado en noche. 

El último retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora