Sin saber cómo, la puerta de la habitación en la que Sebastián se había encerrado, se abrió.
El viejo vio a su nieto acurrucado a un lado de la cama, como si estuviese en un lugar silencioso y misterioso. Apenas lagrimeaba. No había otro signo de vida en él, que el pestañeo tan lento y tan común en su figura.
De vez en cuando llevaba sus brazos hacia sus piernas con más fuerza y se abrazaba como si fuese un niño asustado.
No podía oírse ningún ruido, sólo las lágrimas al caer de los ojos de ambos.
El abuelo se acercó tiernamente hasta abrazarlo por los hombros y sentarse a su lado. Sebastián apenas daba señales de haberlo notado.
Permanecieron, ambos, callados, dos o tres minutos, pero ninguno soportaba ese sonido de las lágrimas contra el piso.
- ¿Por qué hay tantos fantasmas en mi vida y tantos en mi recuerdo, abuelo?
El viejo se acomodó un poco y dedicó un momento a revisar si en su cabeza, en su experiencia, en sus vidas, en sus años o en toda su sabiduría encontraba algo. Estaba apunto de reconocer haber quedado sin palabras cuando recordó su corazón.
- Mi querido Sebastián. Los fantasmas nos rodean, siempre será parte nuestro nuestro pasado. Eso es un fantasma: el pasado. ¿Por qué no lo dejas atrás? No lo olvides, ni lo intentes porque será en vano, pero no vivas en él. Deja que sea parte de tu vida. Solo una parte de tu vida. Esa es la forma de pelearle a los fantasmas: dejándolos atrás, a donde pertenecen; como si solo peleasen frente a frente.
- ¡No puedo, abuelo! Lo intenté mil veces...
- ¡Pero lo hacías mal! ¡Lo intentaste solo!
Sebastián quedó en silencio, parecía o haber escuchado a su abuelo.
- No estás solo, no debes actuar como si lo estuvieses porque estarías dejándome solo a mí también.- dijo el viejo
- Lo sé, abuelo.
- ¡Entonces vuelve a intentar dejar a Nadia atrás!
- ¡No! ... moriría, abuelo...
- ¿Morirías, Sebastián? ¿Morirías? ¿Entonces dices que prefieres no vivir tu vida porque morirías? ¿Dónde está la perdida y dónde la ganancia de estar entre esos dos caminos?
- Da igual, entonces. Haga lo que haga, ya sé el final.
- ¡Confía en mi, Sebastián! ¡Deja a Nadia atrás y prometo no dejarte morir! ¡Llora si quieres! ¡Hazlo!
- Nunca tuve tiempo de llorar su muerte, cuando ella murió, yo también morí...
- ¡Sebastián! Hay una diferencia entre su muerte y la tuya: tú puedes resucitar.
¿Será a eso a lo que se refiere la Biblia?
- Si resucito ella no estará conmigo.
- ¡Tampoco si no lo haces!
Durante un buen rato todo volvió a ser silencio. Sebastián pareció volver a su cuerpo y atinó a levantarse, pero debió de haber juntado más fuerzas ya que cayó casi al instante, completamente ahogado por sus propias lágrimas.
- Ahora tienes tiempo de llorar su muerte, Sebastián... - le dijo el abuelo con la ternura tan grande como indescriptible, materializándola con una caricia que juntaban las manos viejas del tiempo y la experiencia con la cara tibia de un recién nacido.
- ¿Cómo podré dejar atrás aquella primavera, abuelo? Se desde aquella primavera ya no hubo otra. Si esa fue la última. ¿Cómo podré explicarme que los sueños que teníamos de un mundo mejor se desvanecieron? ¿Cómo hago para explicarle a quien soy que ya no podré ser nadie más? ¿Sabes, abuelo? Cuando Nadia me dijo por primera vez que me amaba, sentí que todo mi mundo se volvía mejor, sentí que yo mismo era mejor desde que estaba a su lado. ¡Era feliz, abuelo! ¡Era feliz! Tú sabes que pensaba en mi adolescencia a cerca de la felicidad. ¿Lo recuerdas?: "la felicidad completa no existe"; "se puede estar bien, muy bien, excelente, pero de ninguna manera feliz"; "la felicidad se siente cuando ya no puedes sentirte mejor y esto ultimo es imposible"... ¿Recuerdas esas frases que tanto te asombraban? A su lado, abuelo, solamente estar a su lado me convenció de que eran mentira, falsas. ¡Con ella era feliz! Cuándo Nadia me dijo que me amaba, mis palabras desaparecieron, se hicieron tan pequeñas que parecían invisibles. Sólo pude prometerle llevar ese momento siempre conmigo y le aseguré que soñaría con él un par de veces. ¡¿Un par de veces?! Sueño con eso todos los días, a cada minuto, en todos los momentos que entran en él... Luego y así porque sí todo ese amor se muere. ¿Cómo pueden pretender que lo deje atrás? En cuanto supe que ella ya no estaba, le exigí a todos mis sentidos que encuentren algo suyo... ¿sabes, abuelo? Cuando sentí su perfume en su ropa, creí que moriría. Después de eso ya nada tuvo sentido. Mis días eran esperar a la noche para ver si tal vez soñaba con ella. La luna perdió su magia y su sabor a ilusiones en el preciso momento en que me encontré sin ella. El tiempo que siguió fue tan horrible o peor aún: cada vez la extrañaba más. Jamás había pensado extrañar tanto... Odiaba cada día porque me alejaba de ella, de aquel presente, de aquel yo. Odiaba cada día porque me molestaba. Entonces cuándo ya no podía aguantarlo más, miraba por la ventana y sentía una enorme tranquilidad al ver caer la noche: había sobrevivido a otro día más sin suicidarme... Y nunca en mi vida había creído en el tiempo, pero tal vez aquellos que decían que ayudaba a curar las heridas tenían razón. Pero no, abuelo. Nada curaba mi herida. Nada lograba que deje de extrañarla. Hasta tomé pastillas y bebí hasta perder el control sobre mí. Pero ni siquiera eso pudo. Perdía el control sobre mí, pero nunca sobre ella. Entonces comencé a dibujarla... Sabía que no era lo mejor, que caería en esto que soy, pero al menos así la extrañaba sin tanto dolor. La peor forma de escaparte no es no saber hacia donde vas, sino ignorar de dónde sales... no pude hacer otra cosa, abuelo. Te juro que no pude, abuelo...
Afuera llovía, era una tormenta tan amenazadora que cualquiera hubiese pensado que podría venirse el fin del mundo.
Las lágrimas de Sebastián y las de su abuelo le competían a las del cielo.
La habitación volvió a quedar en silencio por un largo rato. Ahora no sólo se escuchaba el sonido de las lágrimas al caer al suelo, sino también la melancólica música que provenía de los truenos, el viento, los árboles de afuera.
- ¡Estás vivo, Sebastián! ¡Estás vivo!- juntando fuerzas para pronunciar cada palabra, el abuelo también comenzaba a vivir.- ¡No dejaré que vuelvas a sufrir!
- Te juro que no pude hacer otra cosa, abuelo...
- Lo sé, lo sé... Pero crear una obra de arte para encerrarte en ella es como no salir a ver el sol porque ya tienes fotografías de él...
Ambos volvieron a quedarse callados. El rostro de Sebastián no había cambiado desde la primera palabra. Sin embargo el del abuelo declaraba mucha más melancolía.
- ¿Sabes otra cosa, abuelo?- dijo esperando a que su abuelo le preguntase que era esa "otra cosa". Como el viejo no parecía tener más fuerzas, continuó él mismo- No sé cómo, ni sé bien por qué, pero acabo de sentirme un poco mejor. Y me hace mucho bien saber que estas aquí, conmigo...
- ¡Oh, Sebastián!- dijo. ¡No, no... no sabes... no sabes lo que... lo que me... alegra... oír... oír esto...!
Aunque estaban uno sentado al lado del otro, el abuelo utilizó sus ganas para abrazarlo con todos sus sueños...
Afuera no paraba de llover.
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El último retrato
RomanceEsos son los últimos retratos. Esas cosas que ayudan a vivir. A soñar. A creer que alguna vez ya no seremos de nadie mas que de uno mismo. No retratos. Humanos.