Unos días después, Sebastián volvió a casa de su abuelo.
Los movimientos de su cuerpo al caminar habían disminuido notablemente, parecía ser otro.
El abuelo había ordenado y limpiado todo el cuarto, pero decidió que dormirían ambos en la misma habitación. Sebastián no se negó.
Serían alrededor de las 11 a.m. cuando el abuelo comenzó a preparar el almuerzo.
Sebastián recorrió todo el living como si lo hubiese olvidado.
Cuando el abuelo, minutos después, lo fue a buscar para almorzar, Sebastián estaba con una foto de su padre y de su madre en sus manos. Había sentimientos en sus ojos. También algunas lágrimas.
La escena emocionó al abuelo.
Lentamente se acercó a su nieto. Podría haberse sorprendido por el hecho de que Sebastián se acercó a su vida, a su pasado; pero no tuvo tiempo.
Sebastián lo vio y ocultó la foto inútilmente.
- ¿Te sientes bien?- preguntó el abuelo.
El levantó la vista hacia la mirada del viejo que comenzaba a perderse. Otra vez sintió que todo a su alrededor (recuerdos incluso) giraban a mis por horas hasta el punto de marearlo.
Bajó su mirada y sin pensarlo volvió a mirar la foto destapándola de sus manos.
- No. No, abuelo. Siento que muero.- dijo al fin.
El abuelo se agachó hasta abrazarlo.
Sus palabras estaban ausentes, pero igual encontró algunas.
- Lo sé. Es bueno que lo digas.
Luego de un tiempo de silencio, Sebastián, sin moverse, siguió hablando.
- ¿Por qué no recuerdo a mi madre?
- Porque no quieres hacerlo. Porque te lastima, te mata en vida lentamente, llenándote de dolor, agonía.
- Sólo veo los cuadros que mi padre hacía después de su muerte. Sólo eso tal vez me ayude a recordar un poco. Miro ésta foto y me parece extraña.
- ¿Sabes, Sebastián? Cuando tu madre murió a tu padre lo único que le importaba eras tú...
- ¡Mentira! ¿Sabes, abuelo? De esto si me acuerdo, lo único que quería era que yo también muera con mamá.
- Sebastián, por favor ¡¿Qué dices?!
- Lo único que hacía era colocar frente a mí los cuadros de mi madre para que yo la extrañe cada vez más. El se enfermaba por ella y quería que enfermarme también a mi.
- ¡No, Sebastián!
El abuelo se alejó un poco para calmarse, debía seguir hablando y no quería que su tristeza lo arruinase. Esta vez no.
- Sebastián. Tú eras muy chico, es verdad que tu padre enfermaba por la muerte de tu madre, pero tu todo lo que hacías era encerrarte en tu cuarto como si nada hubiera ocurrido, eso también lo enfermaba...
Sebastián se puso de pie y tomo un cuaderno viejo de un cajón. Enojado, lleno de furia y bronca se lo dio a su abuelo.
- ¿Qué es esto Sebastián?
- Eso es lo que hacía cuando me encerraba.
El viejo leyó algunas partes del cuaderno y comenzó a temblar. Sintió la peor emoción de toda su vida.
- Pasaba horas, abuelo, horas y días y hubiese estado meses y años, pero no me dio tiempo. Lo único que anhelaba era poder salvarlo. Me olvidaba de mi edad, apenas sabía sumar y restar pero tenía que hacer algo por él...
- ¿Estabas buscando la forma de curarlo?
- Si, pero no me dio tiempo...
- ¡Sebastián!-gritó el abuelo- ¡La muerte de tu padre no fue tu culpa!
Sebastián se apoyo sobre la pared y casi llora. De un golpe se dio vuelta y miró fijo a su abuelo. Lo miraba con rencor.
Hasta que se debilitó.
- No tuve tiempo para descubrir la forma de curarlo.
- Sebastián...
- Lo juro. Hice lo que pude... lamento no haber podido...
- ¡Sebastián! ¡Tenías apenas cinco años!
- ¡Es que no pude porque no quise!
- ¡Por supuesto que no! ¡No fue tu culpa!
- Él quería enfermarme a mí también...
- No Sebastián...
- Por eso retrataba mamá y la dejaba siempre a mi vista. Entonces me di cuenta de que no era justo intentar salvarlo si él quería enfermarme. Por eso no pude, abuelo. Porque dejé de intentarlo.
- ¡Sebastián! ¡Tenías cinco años! ¡Nada fue tu culpa!
Sebastián cayó de rodillas al suelo. Con cara de confundido, con cada de un niño asustado. Había decidido no hablar más.
Deseo estar solo y poder matarse, pero supo que ambas cosas eran imposibles.
Su abuelo se acercó a él, lo abrazó sobre el suelo, como si supiese que su nieto moría.
Sebastián intentó soltarse. El abuelo lo apretaba cada vez con más fuerza. Sebastián quería salir corriendo y el abuelo lo presentía.
Hasta que no pudo más.
- ¡No quiero odiarlo, abuelo!
- ¡Sebastián! ¿No entiendes?- el abuelo parecía estar entre el enojo y la tristeza.- Tu padre no quería enfermarte. Simplemente... - hizo una pausa para pensar una vez más a cerca de lo que iba a decir.- Simplemente no quería que tú la olvides.
La mirada de Sebastián se dirigió lentamente hacia sus pies.
- Por eso colocaba sus retratos frente a ti.Simplemente no quería que la olvides. No quería enfermarte... - repitió el viejo.
ESTÁS LEYENDO
El último retrato
RomanceEsos son los últimos retratos. Esas cosas que ayudan a vivir. A soñar. A creer que alguna vez ya no seremos de nadie mas que de uno mismo. No retratos. Humanos.