Capítulo 11: El demonio de los celos.

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Grayson

Estoy recostado, con los brazos cruzados, en la pared de la entrada del edificio donde tenemos clases. Sam y yo llevamos aquí, esperando, más de quince minutos. Tal vez algunos piensen que es estúpido que me desespere por unos tontos minutos, pero es que Jade y Angie nunca llegan tarde. Normalmente ellas siempre llegan antes que nosotros.

Hoy había despertado súper feliz, esperando el momento de llegar a la universidad, poder encontrarme con Jade y ver cómo reaccionaría al verme. Desde que platiqué con ella por mensajes, no hemos conversado más. Me muero de ganas por saber si estará con la guardia baja conmigo, o si seguirá con su típica frialdad, digna del polo norte.

— ¿Cuánto ha pasado?—le pregunto, un poquito desesperado, a Sam.

— ¿Podrías calmarte hombre? No ha pasado ni un puto minuto desde la última vez que preguntaste—dice Sam irritado.

— ¿Cómo quieres que esté? Estoy nervioso.

— ¿En qué momento te cambiaron de sexo? Porque déjame decirte que te comportas como una mujercita.

—Cállate imbécil—me volteo a mirarlo—. ¿Es que no entiendes? Pfff... por supuesto que no, la chica que te gusta se muere por ti, pero eres tan idiota que no te atreves a declarártele.

—No vayas por ahí, Grayson...—comienza a decir. ¿Eso que escucho es un tono amenazante?

—Ok, no iré por ahí si me dices por qué aun no le pides a Angie que sea tu novia. Se le ve por encima que esta coladita por ti.

— ¡PORQUE TENGO MIEDO! —Grita— Tengo miedo...—termina de decir, con tono derrotado.

—Por Dios ¿miedo de qué?

—No lo sé. Esa chica definitivamente me está cambiando. Angie es tan especial que tengo miedo de lastimarla, de perderla. Ella me hace débil—dice derrotado.

—Haber si esta vez me entiendes y dejas de ser tan cabeza dura—Sam me mira—. Si no hablas con Angie y te le declaras... hay si la vas a perder. Además si ella se cansa de esperarte y te deja, andarás llorando como María Magdalena y yo no seré tu pañuelo de lágrimas.

—No seas imbécil, yo no...— de repente Sam se queda estático. Viendo hacia el frente como hipnotizado, pero molesto.

Doy media vuelta para ver qué es lo que lo tiene tan molesto a Sam, y cuando lo hago ya se el porqué. Yo también me molesto.

Jade y Angie están bajando de una gran camioneta. Pero eso no es lo que nos incomoda, por lo menos no a mí. Lo que no me gusta para nada, es que de la puerta del piloto se baja un chico. Y digo chico porque no ha de pasar de los veintiséis. Es un rubio, piel blanca, con los rasgos muy marcados y ojos claros—probablemente verdes—. Las chicas le sonríen embobadas. Nunca había visto sonreír a Jade de esa manera. Y el ver que no soy yo el que lo provoca me enfurece y enciende mi vena celosa.

¿Cómo es que con ese idiota sonríe tan abiertamente y a mí sólo, literalmente, me gruñe? Cuando miro a Sam me doy cuenta que él está del mismo modo, quizás y hasta peor. Supongo que es por el hecho de que ese chico esta con un brazo sobre los hombros de Angie. Pobre Sam, si en lugar de Angie estuviera Jade yo...

¡PORQUE DEMONIOS ESE IDIOTA ACABA DE BESAR A JADE EN LA MEJILLA!

Mejor respiro o terminaré perdiendo mis modales y comportándome como un cavernícola. Y eso no va a agradarle a Jade. Aunque en este momento, eso me importa un comino. Yo me he esforzado y arrastrado como un perro­—literalmente—para que Jade si quiera me mire y ella va y se deja besar por cualquiera.

Fría como el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora