Capítulo 3 : La sangre. †

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Manejé tan mal, que me sorprende no haber sido multada. Harry estaba teniendo un episodio. En la lucidez, a veces se ponía muy mal, gritaba y lloraba al darse cuenta de lo que había hecho, me llamaba a los gritos pidiendo perdón, y a pesar de todo lo que ha pasado, no podía dejar a mí hermano, seguía siendo familia. La única que me quedaba.
Entré con el auto al estacionamiento y el de seguridad (que ya me conocía), me dejó pasar. Me estacione apurada y tomé mis cosas rápido para poder bajar, pero por el retrovisor vi que salía el tal Fiers. Me quedé congelada al sentir como me miraba. Incluso aunque no fuera posible a la distancia, podía sentir su atención sobre mí.
Esperé a que se fuera sin bajar del auto, y en cuanto lo perdí de vista baje corriendo en dirección a la puerta, no sin antes ver sobre mí hombro a ese extraño sujeto observarme. Sonreía, con esa extraña mirada pícara que pondría de los pelos a cualquiera.
Entra de un vez, Hera.
Caminé por los pasillos del manicomio apurada, bajo la mirada de algunos médicos. Llegue a la zona de aislamiento con los pulmones en la boca y me abrieron, dando paso al pasillo donde contenían a mí hermano, el cual estaba acostado en su camilla, abrazando una frazada con algunas lágrimas en los ojos.
Aunque odie admitirlo, me rompía el corazón verlo así, odiaba el sufrimiento de cualquiera, incluso el de alguien como mí hermano, que para algunos no se merecía nada y que para mí, era algo sin definición.
-Hola, Harry - dije sentándome junto a su cama en suelo frío.- me dijeron que querías verme.
-Hace tres días que le pedí a nana que llame, ¿es que acaso ya no quieres verme? - preguntó el mirándome con tristeza. A veces era tan vulnerable en esos momentos, que quería abrazarlo con todas mis fuerzas.
-Estuve ocupada, solo es eso. Te recuerdo que ahora soy empresaria y doctora - dije yo, animando a mí mano a acariciar el cabello de mí hermano.
-Cierto, sí - dijo mirando a la nada. Yo solo deseaba que en ese momento no pierda la consciencia. - te extrañé.
-Lo sé, Harry, lo sé - dije lo más tranquila posible. Aún no sacaba de mí mente a ese tipo extraño, no me agradaba- Necesito hacerte una pregunta y debes responderme con total sinceridad.
Harry asintió preocupado.
-¿Alguien más te visita además de mí y Mafalda? - Pregunté mirando los claros ojos de mí hermano, llenos de terror y enojo.
-No debes meterte en esto... no ahora...- comenzó a balbucear él, la consciencia se iba, otra vez.
-Tienes que decirme quien es - dije autoritaria tomando su rostro entre mis manos- ¿quién es?
-NO - gritó el haciendo que me hiciera para atrás. El dirigió su mirada a mí ropa.- Parker.
Ahí fue cuando no vi nada en su mirada. Nada más que odio. Me quité el cabello del rostro y sentí mis mejillas húmedas. ¿Estaba llorando? Desee golpearme.
-¿Así que ahora es así? Yo estoy aquí encerrado por su culpa y tú vas por ahí, jugando a la familia feliz con ese idiot...
- BASTA - grité. Era la primera vez que hacía algo así, antes solo me limitaba a no decir nada, dejar que me gritara, como si lo mereciera. - ya no quiero escucharte...estás pudriéndote en esta celda por ti ¡POR TÚ CULPA! - Seguía en el suelo, tratando de mantener la calma.
- Eres una zorra - dijo el sin ningún remordimiento- igual que tu estúpida madre...
Yo lo miré con total confusión.
-Es tu madre también, idiota.
Harry rió tirándose en la cama como si le hubieran contado el mejor chiste.
-Señorita - el guardia de seguridad me miraba expectante y armado, desde la entrada de la celda- señorita, debe salir.
Me puse de pie como pude y vi como otros doctores sostenían a Harry y este gritaba que pararan, que lo dejaran en paz. Y yo sólo pude ver como mi hermano se resistía. Mafalda me miraba con desaprobación total, obviamente que la pasa de uva me creía la culpable de todas las miserias de mi familia, sabe solo Dios por qué.
Antes de irme, giré para ver el rostro de mi única familia en el mundo. Los ojos azules de Harry estaban fijos en mí, su sonrisa era apacible y tranquila, como si estuviera muy orgulloso de lo que dijo. Eso fue lo que más daño me hizo. Esperaba que quizás se arrepintiera, que mi hermano volviera. Pero ese ya no era Harry, ya no era el niño dulce con el que amaba jugar y leer durante horas. Ahora solo quedaba ese monstruo.
El guardia, Spencer, mi admirador no tan secreto, me acompañó hasta mí camioneta. No me fui sin agradecerle por su ayuda. Siempre trataba de mostrar como si la enfermedad de mi hermano no me hiciera el más mínimo daño, por lo que jamás había salido llorando de ese lugar, esa era la primera vez que me asustaba de Harry. La primera vez que le temía a mí propia sangre.
Conduje a la mansión con las lágrimas aun corriendo por mis mejillas; estaba cansada y decepcionada. Las risas de esa mañana se vieron totalmente arruinadas en cuestión de segundos, y es que esa era mi realidad: jamás podría ser feliz.
Me detuve, pero no me baje de la camioneta. Estaba mirando mis manos atentamente cuando alguien golpeo levemente la ventanilla del auto, me despabilé un poco y bajé.
-Un día duro, imagino - dijo Martínez, el amigable guardia latino de mi ''hogar''.
-No te equivocas - dije caminando con el hacia la puerta. - Esta vez fue peor que las otras, fue más corto, casi no pasó.
- Los lapsos del señorito Osborn varían siempre, sabemos eso hace mucho - el moreno siempre mantenía su semblante tranquilo, el mundo podría derrumbarse y el seguiría como el agua calma.
En vez de contestar algo, entré en silencio a la mansión dejando mi abrigo en el perchero y el bolso sobre la mesilla.
-Tiene un mensaje de Nick Fury - dijo Martínez parado en la puerta.- Dijo que necesitaba hablar con usted de inmediato.
-Y supongo que está esperando en la sala de entrenamiento - afirmé con un suspiro. Ese hombre no sabía nada sobre darle espacio a la gente, y aunque era obvio que me vigilaba constantemente, sus hombres no eran problema para mí. Él era mi problema. Con sus discursos de moral y explicaciones que no me interesaban, al menos no en ese momento.
Con mi humor aún más deteriorado, subí las escaleras hasta mi habitación para cambiarme la ropa por la de ejercicio. Escucharía lo que tenga que decir golpeando un saco de box, y quizá imaginaría que es la cabeza de Mafalda o algo así, eso me ayudaría a soportar lo que dijera el pelado malhumorado. Me miré al espejo de la habitación y no me reconocí en lo que vi. Frente a mi había una chica joven de diecinueve años, de cabello negro largo hasta la cintura, con grandes ojos verdes.
Odiaba ser tan sana, cualquiera querría verse "espléndida" todo el tiempo, pero yo deseaba ver algo más humano en mí reflejo. Acné, manchas, pecas, lo que sea; la piel reseca, algún moretón por ser torpe, mis ojos irritados. Lo que sea, pero solo estaba esa chica que parecía de mentira, tan inhumana.
Respiré hondo más veces de las que pude contar antes de encaminarme de una vez por todas hasta la sala donde entrenaba, todos los días, a la misma hora.
Rutina, rutina, rutina.
Rodé los ojos al escuchar a mi consciencia, sin dejar de caminar hacia donde se encontraba Fury. Entré sin pensarlo dos veces, dejando la botella y la toalla donde siempre, para luego acercarme al único armario que había para sacar mis vendas y así ponerlas en mis manos y muñecas.
-Por un momento creí que no vendrías - Parchis salió desde la oscuridad del lugar, con ropa de civil oscura.
-Me gustaría saber que te trajo a mi humilde morada - Dije agitada moviendo mis brazos rápidamente.
-Están buscándote - Soltó de repente y me detuve en seco para mirarlo con el ceño fruncido. - No sabemos quiénes son exactamente, pero en los últimos días mis hombres observaron actividad sospechosa cerca de la propiedad...
-Mis guardias pueden encargarse - aseguré restándole importancia.
-Hera, se trata de tu seguridad.
-Estoy bien, lo estaré - Mi mente me llevó hasta Gustav Fiers y las palabras de mi hermano horas antes.
- Déjame asignar más protección, te prometo que serán totalmente invisibles, ni siquiera lo notarás...
-Nick - Lo miré con seriedad- No. Ahora te pido por favor que te retires de mi casa.
-Debes prometer que me llamarás si me necesitas - pidió con preocupación y por un momento me dio miedo. - por favor.
- Prometo que lo haré, pero no será necesario.
Después de que Nick se retiró, me fui a dormir con dolor de cabeza. Físicamente podría haber corrido una maratón, pero mentalmente estaba exhausta. En eso pensaba cuando me desperté al día siguiente, cuando el sol me iluminó el rostro en un cálido abrazo. Suspiré algo cansada y decidí empezar mi día: bañarme, vestirme, desayunar, e ir a trabajar, como siempre, como cada día de mi vida. El tiempo no estaba de mi lado, así que decidí desayunar en la empresa. Tomé mi bolso y mi abrigo, subiendo a mi camioneta para encaminarme hasta mi trabajo luego de saludar a Martínez y a su compañero.
Las calles de la ciudad, estaban lo más tranquilas que se podía estando en Nueva York a las nueve de la mañana. Para cuando llegué a la torre Oscorp, el guardia que había pasado toda la noche vigilando era suplantado por el del día: un hombre de 35 años con demasiada masa muscular. Lo salude al entrar al estacionamiento y detuve el auto. Tomé mis cosas y subí por el elevador hasta mi piso, donde Felicia me recibió con un fuerte abrazo y mucho trabajo. Sería una tarde ocupada y entretenida, no eran ni las diez de la mañana y yo ya tenía gente esperando, así que, pinté mi mejor sonrisa y entré a la sala de conferencias.
Rutina, rutina, rutina.

La chica Osborn / Marvel  - Peter ParkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora