Capítulo 3. Razones por las que me abandonaste.

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Alec.

-          Sí, mamá. –digo mientras mi madre me habla por el auricular del móvil –No, no sé si… puede que… mamá no me estás dejando hablar… no… he hablado con Nerea hace exactamente diez minutos… vale. –pongo los ojos en blanco, me desespera –Adiós mamá, yo también te quiero.

Por fin puedo colgar después de diez espantosos minutos de charla, o más bien sermón, de mi madre.

Llevo cinco días en el hospital y ya estoy hasta los mismísimos. Es como una cárcel en la que las enfermeras son todas unas amargadas y los doctores necesitan una buena ración de sexo para animar esos semblantes duros y serios. Sí, exactamente, estoy molido por el accidente pero eso no me impide pensar en estupideces, muy útil que soy yo.

Pues sí, yo tuve un absurdo accidente y ahora eso me va a pesar el resto de mi vida, pero me da igual si con eso consigo volver a ver a Mia.

Mi accidente se desarrolló de la siguiente manera: Yo más coche igual a destrozar un poste eléctrico. Estúpido, lo sé, pero muy doloroso.

Mi madre querida me acaba de decir que Mia va a venir a verme por el accidente, la verdad no me lo esperaba ya que si fue capaz de destrozar mi corazón hace siete años no entiendo por qué le preocupa lo que me pase, pero al parecer lo hace.

Me estiro en mi incómoda cama notando un dolor en la parte izquierda del costado, por culpa de las malditas costillas que intentan repararse, aunque eso no es todo, también me duele la cabeza por el estúpido cráneo que intenta… bueno, el traumatismo no fue para tanto al final, solo me di un golpe con el volante y eso me hizo desmayarme durante cinco horas, pero al parecer no tengo nada de lo que poder preocuparme, lo cual está bien.

Dan un suave golpe a la puerta y mi corazón se detiene. ¿Mia?

-          ¿Si? –digo con el corazón en la garganta.

La cabeza de mi enfermera, que creo que se llama Lucy o Lola… ¡Linda! así se llama. Que nombre más irónico para una enfermera de metro noventa, con músculos más fuertes que los del mismísimo Hulk y con un humor de perros el noventa por ciento del tiempo. Hoy no es la excepción.

-          Dentro de diez minutos te serviremos la comida. –gruñe con el ceño fruncido. Yo uso mi arma secreta: mi sonrisa.

-          Como quieras Linda. –le sonrío y ella entrecierra los ojos y sale con paso enérgico de mi habitación.

Odio este lugar. Sin duda ninguna.

Alargo la mano para coger el mando de la televisión que descansa sobre la mesita de noche, cuando otro golpecito, está vez más débil, me hace fruncir el ceño. Como sea otra vez Linda y su simpatía, voy a mandarla a la mier…

-          Adelante. –murmuro.

La puerta se abre y Mia está allí, mirándome sorprendida.

¿Mia? ¿Esa es Mia? Ella me mira con la misma sorpresa que seguro también se refleja en mis propios ojos, y es que no es para menos, se ha tintado de rubio y ahora lleva el pelo corto, a la altura de los hombros y bastante maquillaje. La miro de arriba abajo, notando su tan diferente ropa y la vuelvo a mirar a los ojos.

Se nota que ha cambiado bastante desde que no la veo, pero no me extraña ya que han pasado siete años en los que no he sabido una sola palabra de ella. Por más que preguntaba a Sophie por ella, solo me decía que estaba bien y que dentro de poco volvería, pero jamás quiso decirme donde se encontraba ni me quiso dar su número de teléfono. Lo que me hizo pensar, ¿huía de mí? No lo creo. La misma noche que se fue no la note extraña, estaba normal pero de un momento para otro fue a su casa, cogió sus maletas y no he vuelto a verla desde ese momento.

A Finales de Verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora