Capítulo 20

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Vladimir

¿Cuánto más dormirá el señor Aidan, debería preocuparme ya o esperar un poco más? Sólo espero que esta vez se recupere pronto de lo que le hizo el señor padre.

Sigo viendo por la ventana de la cabina a los hombres en como trabajan duro, pero aun así al señor padre no le basta. Ya que quiere que en esta ocasión si se consiga el objetivo.

—Jakov— escucho la voz ronca y adormilada de Aidan. Así que rápidamente dirijo mi mirada a él y me encamino rápido hasta el diván donde se encuentra postrado.

—Señor— lo detengo de los hombros, trato de evitar que se levante, pues aún está débil. —¿Cómo se siente?— le pregunto, y él traga saliva, hace un gesto de asco y suspira profundo.

—Siento náuseas— se da por vencido y se recuesta nuevamente, toca su frente con su mano izquierda y cierra los ojos. —¿Mi padre ya inició el ataque al Alfa?— pregunta y yo enseguida veo a los integrantes del grupo que están trabajando. Después vuelvo a mirar a Aidan y suspiro.

—Me parece que esta vez se ha retrasado más de lo debido, incluso tú despertaste antes de lo planeado— sonrío y palmeo su hombro, para después estrujarlo levemente. —Pero me alegra que ya estés de vuelta— le dirijo una sonrisa aunque él no pueda verme, pues aún mantiene sus ojos cerrados. Y es que además de ser mi líder y jefe, también es mi amigo, hasta podría decir que es como un hermano mayor. Lo admiro y respeto mucho, hay tantas cosas que me ha enseñado, al igual que me a protegido también de muchas otras.

A Aidan lo conozco desde que tengo memoria, recuerdo que yo era uno de los miles de niños que estaban al cuidado del señor padre, que es el padre biológico de él.

Llegué a aquella estructura antigua y abandonada por sus verdaderos dueños, era un convento. Me han contando que mi madre me llevaba en brazos, yo sólo era un bebé y ella una chiquilla de apenas escasos quince años. Tuvo que tomar decisiones esa pequeña mujer, así que optó por dejarme a cargo del cuidado del señor padre. El tiempo era duro, aún la sociedad no estaba estabilizada; Aidan era una de las piezas claves para arrancar en tecnología, pero él mismo no lo sabía, nadie lo sabía.

Un día nos mandaron a llamar a todos los niños al salón del comedor, había gente extraña vistiendo batas blancas, nos encontrábamos sentados en la hilera de bancas de madera que contenía cada también larga mesa. El señor padre empezó a explicar que las personas de batas blancas venían de un laboratorio que nos ayudaría para restaurar la humanidad, así que necesitaban de nuestra ayuda para lograrlo. Yo no entendía cómo podíamos ayudar a esas personas que parecían ser científicos, pero ellos si lo sabían. Nos aplicaron diferentes tipos de exámenes a cada uno de los niños, todo fue individual. Recuerdo que Aidan y yo fuimos de los tres finalistas; dijeron que habíamos resuelto y modificado la ecuación de Einstein que trataba sobre la creación de bombas atómicas, haciéndola parecer un juego de niños. Pero en realidad nosotros éramos solo unos niños; Aidan tenía la edad de trece años y yo sólo tenía cinco.

Después nos llevaron a la última prueba, esta consistía en abrir nuestros cuerpos quirúrgicamente, metían extraños objetos en puntos específicos y después pasaban una ligera descarga eléctrica, como si quisieran verificar que funcionaban a la perfección. El reposo después de una semana completa de procedimientos, fue malo, muy malo. Ya que no nos administraban suficientes analgésicos. Incluso Aidan pasó un peor momentos que Louis, el tercer finalista, y yo, pues a él le restringieron cualquier medicamentos contra dolor. Yo no entendí porque el señor padre permitía eso, pero si me pude dar cuenta que todo lo malo que yo creía que me estaba pasando con la última prueba, era lo peor que pudiera ocurrirme; no fue así. Aidan en verdad se llevaba la peor parte, incluso sus gritos podía escucharlos por las noches, las súplicas a su padre pidiéndole que ya no quería seguir, pero nadie le hizo caso, fue ignorado simplemente.

Dandrois HumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora