a hacer tonterías con Queenie, me oyes T.P.. Como a la señorita Caroline no la guste como conduces
te las verás con Roskus. Porque de eso sí que podrá ocuparse».
«Sí, señora». dijo T.P.
«Sé que algo va a pasar». dijo Madre. «Ya está bien, Benjamin».
«Déle una flor». dijo Dilsey, «que eso es lo que quiere». Metió la mano.
«No, no». dijo Madre. «Que desharás el ramo».
«Sujételas». dijo Dilsey. «Que le voy a sacar una». Me dio una flor y su mano se fue.
«Vamos ya, antes de que Quentin los vea y también quiera ir». dijo Dilsey.
«Dónde está». dijo Madre.
«Está en la casa jugando con Luster». dijo Dilsey. «Vamos T.P. y lleva el coche como te ha
dicho Roskus».
«Sí, señora». dijo T.P. «Arre, Queenie». «Quentin». dijo Madre. «No la dejes». «Claro que
no». dijo Dilsey.
El birlocho saltaba y crujía por el sendero. «Me da miedo marcharme y dejar a Quentin». dijo
Madre. «Creo que es mejor que no vaya. T.P.» Salimos por la portilla, donde dejó de saltar. T.P.
pegó a Queenie con el látigo.
«Eh, T.P.». dijo Madre.
«Ya la tengo en marcha». dijo T.P. «No la dejaré dormirse hasta que volvamos al establo».
«Da la vuelta». dijo Madre. «Me da miedo irme dejando a Quentin».
«Aquí no puedo dar la vuelta». dijo T.P. Luego era más ancho.
«Puedes dar aquí la vuelta». dijo Madre. «Está bien», dijo T.P. Empezamos a dar la vuelta.
«Cuidado, T.P.». dijo Madre sujetándome. «De alguna forma tengo que dar la vuelta». dijo
T.P. «So, Queenie». Nos detuvimos.
«Nos vas a hacer volcar». dijo Madre. «Qué quiere que haga si no». dijo T.P.
«Me da miedo que intentes dar la vuelta». Dijo Madre.
«Andando Queenie», dijo T.P. Seguimos.
«Yo sé que acabará pasándole algo a Quentin por culpa de Dilsey mientras estemos fuera».
dijo Madre. «Tenemos que darnos prisa en volver».
«Arre, Queenie». dijo T.P. Pegó a Queenie con el látigo.
«Cuidado, T.P.». dijo Madre, sujetándome. Yo oía los cascos de Queenie y las figuras
brillantes pasaban suaves y constantes por los dos lados, y sus sombras resbalaban sobre el lomo de
Queenie. Pasaban como la parte de arriba de las ruedas, brillando. Entonces las de un lado se
detuvieron junto al poste blanco y alto donde estaba el soldado. Pero por el otro lado continuaron
suaves y constantes, pero un poco más lentas.
«Qué quieres». dijo Jason. Tenía las manos en los bolsillos y un lápiz detrás de la oreja.
«Vamos al cementerio». dijo Madre.
«Bueno», dijo Jason. «Yo no tengo intención de retrasaros, eh. Es eso todo lo que quieres de
mí, sólo decírmelo».
«Ya sé que no vas a venir», dijo Madre. «Me encontraría más segura si lo hicieras».
«Por qué». dijo Jason. «Ni Padre ni Quentin van a hacerte nada».
Madre se metió el pañuelo por debajo del velo. «Cállate, Madre». dijo Jason. «O es que
quieres que ese maldito idiota se ponga a berrear en mitad de la plaza. Adelante, T.P.».
«Arre, Queenie». dijo T.P.
«Es un castigo de Dios». dijo Madre. «Pero yo también me iré pronto».
«Vamos». dijo Jason.
«So». dijo T.P. Jason dijo,
«El tío Maury ha cargado cincuenta en tu cuenta. Qué quieres hacer al respecto».
«Para qué me preguntas a mí». dijo Madre. «Yo no importo. Intento no preocuparos ni a ti ni a
Dilsey. Pronto me habré ido, y entonces tú».
«Adelante, T.P.». dijo Jason.
«Arre, Queenie». dijo T.P. Las figuras volaban. Las del otro lado empezaron otra vez,
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