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Siete de abril de 1928
A través de la cerca, entre los huecos de las flores ensortijadas, yo los veía dar golpes. Venían
hacia donde estaba la bandera y yo los seguía desde la cerca. Luster estaba buscando entre la hierba
junto al árbol de las flores. Sacaban la bandera y daban golpes. Luego volvieron a meter la bandera
y se fueron al bancal y uno dio un golpe y otro dio un golpe. Después siguieron y yo fui por la cerca
y se pararon y nosotros nos paramos y yo miré a través de la cerca mientras Luster buscaba entre la
hierba.
«Eh, caddie». Dio un golpe. Atravesaron el prado. Yo me agarré a la cerca y los vi marcharse.
«Fíjese». dijo Luster. «Con treinta y tres años que tiene y mire cómo se pone. Después de
haberme ido hasta el pueblo a comprarle la tarta. Deje de gimplar. Es que no me va a ayudar a
buscar los veinticinco centavos para poder ir yo a la función de esta noche».
Daban pocos golpes al otro lado del prado. Yo volví por la cerca hasta donde estaba la
bandera. Ondeaba sobre la hierba resplandeciente y sobre los árboles.
«Vamos». dijo Luster. «Ya hemos mirado por ahí. Ya no van a volver. Vamos al arroyo a
buscar los veinticinco centavos antes de que los encuentren los negros».
Era roja, ondeaba sobre el prado. Entonces se puso encima un pájaro y se balanceó. Luster
tiró. La bandera ondeaba sobre la hierba resplandeciente y sobre los árboles. Me agarré a la cerca.
«Deje de gimplar». dijo Luster. «No puedo obligarlos a venir si no quieren, no. Como no se
calle, mi abuela no le va a hacer una fiesta de cumpleaños. Si no se calla, ya será lo que voy a hacer.
Me voy a comer la tarta. Y también me voy a comer las velas. Las treinta velas enteras. Vamos,
bajaremos al arroyo. Tengo que buscar los veinticinco centavos. A lo mejor nos encontramos una
pelota. Mire, ahí están. Allí abajo. Ve». Se acercó a la cerca y extendió el brazo. «Los ve. No van a
volver por aquí. Vámonos».
Fuimos por la cerca y llegamos a la verja del jardín, donde estaban nuestras sombras. Sobre la
verja mi sombra era más alta que la de Luster. Llegamos a la grieta y pasamos por allí.
«Espere un momento». dijo Luster. «Ya ha vuelto a engancharse en el clavo. Es que no sabe
pasar a gatas sin engancharse en el clavo ese».
Caddy me desenganchó y pasamos a gatas. El tío Maury dijo que no nos viera nadie, así que
mejor nos agachamos, dijo Caddy. Agáchate, Benjy. Así, ves. Nos agachamos y atravesamos el
jardín por donde las flores nos arañaban al rozarlas. El suelo estaba duro. Nos subirnos a la cerca
de donde gruñían y resoplaban los cerdos. Creo que están tristes porque hoy han matado a uno,
dijo Caddy. El suelo estaba duro, revuelto y enredado.
No te saques las manos de los bolsillos o se te congelarán, dijo Caddy. No querrás tener las
manos congeladas en Navidad verdad.
«Hace demasiado frío». dijo Versh. «No irá usted a salir».
«Qué sucede ahora». dijo Madre.
«Que quiere salir». dijo Versh.
«Que salga». dijo el tio Maury.
«Hace demasiado frío». dijo Madre. «Es mejor que se quede dentro. Benjamin. Vamos.
Cállate».
«No le sentará mal». dijo el tío Maury.
«Oye, Benjamin». dijo Madre. «Como no te portes bien, te vas a tener que ir a la cocina».
«Mi mamá dice que hoy no vaya a la cocina». dijo Versh. «Dice que tiene mucho que hacer».

El Ruido Y La Furia William FaulknerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora