005 | boro

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× Horan.  





Resacas. También conocida como mi kriptonita.

Se siente como si hubiese un hacha plantado en mi cabeza -- el dolor en mi cráneo se desploma y fluye como una marea fría, hinchándose como un globo que se desinfle solamente un momento después. Entendí por qué la llaman resaca; se siente como si la más negra de las nubes estuviese encima de mi cabeza, sin intención de irse.

Tenía la esperanza de hacer un poco de turismo por el día, pero sabía que no podía. El dolor de cabeza no lo permitiría.

Empujando el brazo que pertenecía a William de mí, me levanté para abrir las cortinas. Si yo tenía dolor, entonces todos lo tendrían. Además, sé que si no me levanto entonces, no habría posibilidad de tener una ducha antes de salir. El entrenador nos hizo tener cuatro personas en una habitación de dos camas, por lo que nos vimos obligados a compartir cama con un compañero de equipo. No me importaría si no me hubiese tocado William, el cerdo en la cama.

— ¿Saben ustedes lo caro que son los hoteles de California? —El entrenador había dicho cuando nos asignaban nuestras habitaciones—. Malditamente demasiado, así que por eso compartirán cama.

Tan pronto como aparte las cortinas de la habitación de hotel y el cálido resplandor del sol de la mañana brilló, naturalmente, hubo quejidos y gemidos en objeción de los muchachos todavía en las camas. El lado positivo de estar en California es que había sol, algo que no estábamos acostumbrados en Londres. Al segundo de que el sol golpeo mis ojos, me arrepentí. Mi cabeza latía y latía con recuerdos de la noche pasada y cerré las cortinas rápidamente.

Suspiré y me di cuenta de que he estado haciendo mucho últimamente. Suspiro Cuando estoy frustrado con las estadísticas y no puedo darle sentido a los modelos químicos en el libro de texto, o cuando me siento en la clase dos horas y me hundo en una ilusión sobre todas las cosas productivas que podría estar haciendo en su lugar, o cuando estoy confundido con las investigaciones de literatura que tratan de vencerme en el escritorio frente a mí.

Pero, últimamente no sólo eran esas las causas de mis exhalaciones, también estaba Lynn Mercury. Yo sabía que, a pesar de que vinimos a verla jugar en California, esto no acabaría. Tenía la sensación de que no se iría de mi espacio, por desgracia.

El reloj digital de la mesita marcaba las mueve de la mañana. No tenía idea de lo que el entrenador había planeado para el día, pero lo que fuese sabía que iba a llamar la puerta en cualquier momento.

Una almohada fue lanzada hacía mí desde Dylan. La atrapé en el aire, y la lancé de vuelta con el doble de fuerza.

Caminé hacia mi bolsa de lona y agarré mi pequeña botella de Advil, dándole gracias a mi yo del pasado por empacarlas lancé dos a mi boca y tragué en seco. Entonces busqué mi ropa para poder entrar a la ducha.

Antes de poder llegar al baño, hubo un golpe en la puerta. Lo abrí para revelar al entrenador Mathews. Era un hombre alto, de pescuezo largo y con una gorra de béisbol que cubría su cabello oscuro.

—Bueno, estás despierto, —dijo de manera casual. Sonaba más como un detalle que como un saludo. —Todos ustedes, mejor que estén preparados a las diez y media en el vestíbulo. ¡Hay un gran día por delante!

Hubo más gemidos, que fueron bloqueados por la puerta del baño.



Game Theory × n.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora