Capítulo 6

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BETHANY

Cuando llegué a la Universidad, Eddie me esperaba en la entrada con un folleto en la mano.

—Ve esto —me lo extendió, yo amablemente lo tomé.

—¿Qué es esto? —le pregunté.

—El baile de bienvenida —comentó con entusiasmo.

—¿Baile de bienvenida?

—Si, eso significa fiesta —sonrió, pude ver un brillo de emoción en sus ojos—. Cada año hacen un baile para darles la bienvenida a los de nuevo ingreso.

Yo jamás había ido a una fiesta, ni siquiera sabía cómo eran.

—¿Y que se supone que se hace en esos eventos?

—¿Acaso nunca has ido a un baile o alguna fiesta? —negué con la cabeza—. Pues de dónde vienes, ¿De marte?

—Me has descubierto —dije, ambos soltamos una risa.

Después de ese día, me di cuenta que muchos chicos o chicas hacían tanto escándalo por invitar a alguien al baile. Algunos chicos hacían pancartas como si fueran a pedirles matrimonio a las chicas, me parecía tan rarísimo. A la hora del almuerzo no encontré a Eddie por ningún lado, así que me dirigí a la cafetería sola. Tomé una charola y me sirvieron la comida gratis en ella. Quería probarla a ver que tal.

Tomé asiento en una de las mesas y comencé a comer, realmente no estaba tan mala, pero no se comparaba con la pizza del primer día. De pronto escuché voces y murmullos de la gente, no le tomé importancia hasta que escuché a una chica decir:

—¿Es ese Taegan? ¿Qué hace aquí?

Alcé la vista y miré a aquel chico, ¿No se suponía que no venía a la cafetería?

Vi que estaba parado en la entrada como si buscara algo, o más bien, a alguien. Su mirada se detuvo en mí, en eso comenzó a caminar con paso firme hacia donde yo estaba, ¿En serio se estaba acercando? le eché un rápido vistazo a los lados y detrás de mí para verificar, y efectivamente no había nadie. Taegan se detuvo en cuanto llegó, noté que me miraba con esa cara irritada de siempre.

—Tráeme unas papas fritas con cátsup​ —soltó de repente.

Lo miré desconcertada.

—¿Qué? —emití como si no lo hubiera escuchado.

—Lo que oíste.

Taegan tomó la silla que estaba vacía frente a mí y se sentó sin dejar de observarme.

—No estoy en mi hora de trabajo —respondí aun confundida.

Cuando dije eso, Taegan se levantó y puso sus manos por encima de la mesa, se aproximó a mí que su rostro quedó a unos centímetros de mi cara, pude sentir su aliento a menta que hasta me ardieron los ojos. Parpadeé varias veces, me di cuenta que sus ojos eran de un azul oscuro, tenía largas pestañas y abundantes cejas.

—Haz lo que te estoy pidiendo que para eso eres la sirvienta —musitó con voz gruesa y firme—. ¿O quieres que la gente se entere que trabajas para mí?

—No trabajo para ti, trabajo para tus padres —me apresuré a decir.

—Es lo mismo —respondió—. Y no vuelvas a decir padres, ¿Entendiste?

La juventud perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora