001

9.2K 1K 389
                                    


CAPÍTULO PRIMERO
El chico de las gafas oscuras
━━━━━━━━━━━━━



—¿Qué acabas de decir?— preguntó mi madre mientras mi padre era palmeado en la espalda por mi hermana menor, Sophia, una chiquilla de la cual nunca me fiaré, ángel para unos y el mismísimo diablo para otros, incluyéndome—. Ellis, ¿es una broma verdad?— suspiró—. No puedes hacernos esto hijo, no en estos momentos, no en esta época.

Acababa de "arruinarles" la cena más aburrida de navidad, pero es que necesitaba decírselos o nunca más conseguiría dejar de soñar con lo mismo. Un altar, una novia, y debajo de ese velo, una pelirroja de dientes desagradables y ojos verdes, pero no lindos, ah no señor, eran como un pantano, no querías volver a verlos jamás y esa era la cuestión, no iba a aceptar eso ni aunque me pagarán.

—Ellis, romperás el corazón de la chica, se considerado.

—¿Me pides ser considerado con "eso"? Ah no, ni de chiste, no me imagino despertando junto a una mujer que me dará un paro cardiaco cada que la vea y no exactamente por su deslumbrante belleza, como tú la llamas.

Exasperado alcé ambas cejas, dejándole delante el disgusto que me provocaba tener que siquiera pensar en esa mujer como algo más allá de una vecina.

—Hijo— pronunció frotándose las sienes—. La chica es linda, a su manera, pero lo es.

—Mejor me caso con la iguana de Martín, es mil veces más linda y a su manera, papá.

Las armas de fuego en los ojos de mamá ardieron con mi comentario, enfureciéndola pasados menos de dos segundos.

—No metas a la iguana de Martín en esto, jovencito— sentenció limpiándose las lágrimas falsas—. Tu padre ha hecho un esfuerzo tremendo para hacer que esa chica se fijara en ti y tú simplemente la rechazas, eso no es lo que te hemos enseñado.

—Gracias al cielo— susurré rodando los ojos—. Mama, no voy a estar con Olivia— dije simplemente, doblando la servilleta encima de la mesa junto al resto de los cubiertos reflejando mi irritada expresión.

—Es una buena chica, Ellis.

—Para ti. Cuando nadie la ve se rasca la nariz como queriendo sacarse el cerebro, perdón pero yo no quiero eso.

Bien, pude haber cruzado la línea un momento, pero ¡vamos! No iba a casarme, ¿en que siglo estábamos? ¿Veintiuno o dieciocho? Ya era lo suficientemente mayor como para tomar mis propias decisiones, más aún tratándose de un compañero de por vida. ¿Qué tal si no quería uno?

—Discúlpate, ahora mismo— espetó mi padre levantándose de la silla, soportando su sobre peso por las "nutritivas" comidas de mi madre.

—Ni siquiera de broma— espeté, desvaneciendo ese ápice enérgico de mi rostro.

—A tu habitación, esta noche no habrá cena ni regalos para ti.

Vale, ya tuve suficiente de este espectáculo de bufones.

Me levanté de la mesa, así, sin más.

—Tengo 21, ¿para qué querría más carritos coleccionables? Además, mi repisa se me cayó en la cabeza hace dos semanas ¿recuerdan?— suspiré caminando hacia las escaleras, donde alcancé a ver a Sophia. Sonreía mientras contenía con todas sus fuerzas una carcajada que prometía ser escandalosa, como de bruja enferma de bronquitis.

Bufé sin remedio alguno para subir y terminar por encerrarme en mi habitación, donde el sufrimiento no se acababa. No había nada en él programación, solo películas navideñas—las cuales odiaba con toda el alma—. Termine por tumbarme en la cama, escuchándola rechinar como de costumbre.

Prácticamente estaba condenado a pasar horas ahí con la vista puesta en el mismo punto inconcluso titilando en el techo resquebrajado. La pintura ya estaba cayéndose y lucía asqueroso. Necesitaba dedicar más cuidado a mi habitación, pero claro, tampoco era como si planeara vivir ahí y ser senil por siempre.

No me quedaría en mi habitación, no en navidad.

Tomé una de las chaquetas del armario saliéndome por la ventana, sin percatarme de la oscuridad de ese entonces. Con un demonio. Aún afuera podía escucharse el llanto falso de mi madre y las palabras de mi padre, sabían bien que escucharía, no eran tontos, pero menos lo era yo, pues de cualquier manera siempre sabía cómo salir de un problema.

Caminé con las manos en los bolsillos de la chaqueta, mirando el vaho salir de mi boca como un niño pequeño, ¿qué podía decir?, nadie se convierte en un adulto completo ¿o si? Espero que no.

Las luces navideñas bañaban las calles, cubriéndolas de colores parpadeantes hasta el centro, donde el gran árbol navideño se levantaba, terminando en una luz dorada. Era hermoso. La mejor época del año sin duda. Esa en la que se suponía armonía y unión. Era más que obvio que mi familia jamás recibió ese memo.

Sin darme cuenta una figura más alta que yo se posó a mi lado, lo mire extrañado pues traía puestas una gafas negras y de noche. ¿Quién por el amor de Dios usa gafas oscuras de noche? Estaba perdiendo la fe en la humanidad, poco a poco. Lo miré de reojo notando su perfil cincelado con cuidado, desde su nariz hasta sus labios, espera ¿qué? ¿En serio estoy viendo sus labios? Basta, Ellis, regresa la vista al árbol, hazlo.

—¿Se te perdió algo?— sonrió enarcando una ceja.

—No ¿y a ti?— rebatí restándole importancia.

No existía alguien más estupido que yo, eso estaba probado científicamente.

—No, al menos no todavía— asentí completamente ignorante de lo que cuchicheaba—. ¿Eres de por aquí?

—¿Por qué? ¿Eres un oficial o algo parecido?

—No— rió alterándome los cabestrillos.

¿Qué diablos?

Finalmente se dio la vuelta, marchándose silbando una tonada alegre. Pude ver su cabellera rubia cabrillear bajo los faroles color blanco, agitándose con el viento mientras desaparecía entre las calles empedradas recubiertas únicamente por la sensación del gélido ambiente decembrino.

Aquel chico de gafas oscuras, muy raro a mi parecer.

Jamás lo había visto, pero eso no significaba que dejaría de verlo.

El chico de las gafas oscuras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora