012

4.2K 746 176
                                    

CAPÍTULO DUODÉCIMO
El chico de las gafas oscuras
━━━━━━━━━━━━━


—¿Perdón? Creo que no me he limpiado bien los oídos— dijo mi padre rompiendo el incómodo silencio que estaba por formarse.

No podía ser tan malo, ¿o si?

—Cariño, Ellis está de broma, ya sabes, es Año Nuevo, el siempre comienza siendo extraño— intentó arreglar mi madre recargándose en la pared, de seguro para no desmayarse como en esas novelas mal actuadas—. Ellis, por favor, que esto sea una broma.

Por más que quisiera salir del hoyo, ya no hay manera humana de hacerlo, ni siquiera Spiderman podría lograrlo, ni aunque existiera de verdad.

—Mama, papá, no es ninguna broma. Me pidieron que lo trajera y aquí está— murmuré asustado de mis propias palabras.

¿Cuando es que me imaginé que diría algo así? Ah, ya recuerdo. Jamás.

—Él no tiene nada de Eva, Ellis— reclamó mi padre sobándose las sienes, mientras Olivia se mordía el labio pasando los ojos por el cuerpo entero del rubio, a quien no negaría estaría deseando alejarse lo más que pudiese de aquel simio posesivo.

—Dicen que Eva era hermosa— añadió Olivia.

Y yo que pensé que tenía solución, está más loca que una cabra.

—Denle una oportunidad, él es diferente al resto, les agradará— inquirí rogándole a los dioses que dijeran que no, que no me aceptarían y tendría que irme, en verdad que no habría nada mejor que eso.

Papa suspiró asintiendo.

—Solo una— resolló, elevando el indice al aire apenas con los ojos abiertos.

¿Qué?

—Si esto no va por buen lado entonces terminará mal, hijo.

El punto era que eso pasara. Maldita psicología barata que usas, Ellis.

—Entonces— dijo mama frotándose las manos una con la otra en seña de nerviosísimo—. Cenemos, ¿les parece?

—Edward, déjame tomar tu abrigo— rogó Olivia acercándose a él como un felino en celo, no, un segundo, es que eso era ella.

Fruncí el ceño al ver la expresión del mencionado, estaba sorprendido y al mismo tiempo aterrado. Ese, damas y caballeros era siempre el efecto que tenia esa mujer en el sexo opuesto.

—Olivia— pronunció—. Tienes labial en el diente.

No te rías, resiste, no lo hagas en su cara.

Edward me arrastró hasta la mesa obligándome a sentarme a su lado, lejos de la pelirroja, que ahora tenía el ceño bastante fruncido y los labios torcidos en una mueca aterradora, ¿lo peor? Iba a sentarse a mi lado. Dejé la botella de Edward sobre la mesa en silencio, esperando a que la cena estuviera frente a mí y así terminarla para poder salir corriendo por la puerta o saltar por una ventana, lo que me viniera en mente primero.

—Deja de temblar— susurró el rubio a mi oído, sujetando firmemente mi mano bajo la mesa. Rebotando una y otra vez sobre mis piernas—. Si sigues así, la hiena junto a ti se dará cuenta— asentí mirándole de reojo. Odiaba admitirlo pero tenía razón, por primera vez desde que lo conocí entraría en su patético juego, el de la improvisación.

—Ed, ¿tienes planes para mañana? Digo, es que comienza un nuevo año, deberías empezarlo bien, acompañado, ya sabes— insistió la voz chillona a mi lado, haciendo como si no existiera, como odiaba eso.

—No te entiendo— sonrió el rubio, negando ligeramente con la cabeza.

Desgraciado, ya sabia lo que estaba haciendo.

—Ya sabes, despertar con una mujer que te prepare lo que te gusta, ¿eso te gustaría?

Detente.

—Yo...

—No puede, tiene planes conmigo, nos quedaremos en un hotel fuera de la ciudad. De hecho hemos planeado pasar unos días fuera, y para tu mayor información Olivia, yo sé cocinar. No le veo la utilidad de invitar a alguien que está en una relación— espeté apenas dedicándole una mirada por el rabillo del ojo—. Así que mejor déjalo cómo está y no me arruines la cena, ¿quieres?

Ambos se quedaron completamente callados, no hubo más. Ni siquiera entendí porqué hice eso, solo lo dije sin pensar. Escucharlos hacía que me hirviera la sangre, y no pude contenerme más tiempo.

—No sé porque siento que eso no fue improvisar— volvió a susurrar.

No iba a contestarle, no después de que intentaba encelarme.

—Ellis— insistió y aún así no hubo respuesta de mi parte—. No seas berrinchudo o tendré que obligarte a abrir la boca y hablar, y sabes muy bien que método usaré.

Mis mejillas cobraron un color carmín muy particular, quemaban, pero aún así me negué, no iba a hacer lo que él quisiera.

—No quiero quejas después— farfulló mordiéndose el labio.

Él quería el control y yo no iba a cedérselo, aunque muy dentro sabía bien que terminaría por perderlo.

El chico de las gafas oscuras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora