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CAPÍTULO DECIMOQUINTO
El chico de las gafas oscuras
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—¿Qué pasa si salto del taxi para acabar con mi sufrimiento?— pregunté al aire porque el rubio venía a mi lado leyendo algún libro, seguramente de tortura.

Ni siquiera me miró de reojo. Parecía infatuado con lo que leía. Mi presencia no le causaba ninguna reacción.

—Hazlo, no te detengo— sonrió de manera burlesca acomodándose las gafas. Un momento, ¿podía leer con esas cosas en los ojos?

Ese hombre era todo un enigma. ¿En qué momento tendría el honor de poder mirarlo a los ojos?

—Señor taxista, ¿puedo saltar de su taxi? No tiene idea de lo agradecido que estaría— el hombre me miró por el retrovisor tragándose una carcajada de las buenas.

No solo llevaba a un rubio amargado, sino también a un bufón queriendo huir de sus propias idioteces.

—No se puede joven, me penalizarían y me quitarían el taxi— habló girando el volante en una de las calles centrales.

—Ellis, siéntate bien y calla, intento leer— masculló Edward, causando que lo mirara como si se tratase de la persona más aborrecida del planeta.

En un momento tan crítico se le ocurría decir que era yo quién estaba siendo escandaloso. ¡Yo! Cuando el loco era otro, uno que había hecho que un reencuentro se convirtiera en un recuerdo que quise desechar como la arena apestosa de un gato.

—No me callo ni me siento, no tienes derecho a tratarme como a un niño. Soy un adulto— presumí sonriente—. Así que el que se calla y se sienta bien eres tú.

—¿Y qué crees que hago, zopenco?— levantó las cejas al mismo tiempo que su rostro para dedicarme una mirada de misterio, porque no veía nada que no fueran cristales negros.

Chasquee la lengua.

—Qué antigüito me saliste— bufé—. Ya nadie usa esa palabra.

—El que tú no la uses no significa que nadie más lo haga.

Estaba de mal humor, se le notaba a kilómetros. ¿Cuán lejos llegaría su limite?

—Perdone usted señor conocedor— elevé las manos en señal de rendición —. No sabía que podías ser tan irritante.

Puse los ojos en blanco, queriendo ignorar el mal genio que se estaba conglomerando en la cabina.

—Y yo no sabía que podías ser tan escandaloso— bufó cerrando su libro con rabia—. ¿Ahora que más quieres arruinar, Ellis?

Ah no, eso no. ¿En qué momento se supone que yo había arruinado algo? Dar mi opinión no era arruinar nada.

—¿Arruinar? Mira quién lo ha dicho, llegaste en el peor momento. Estaba con mi mejor amigo, Edward, y por si no lo notaste, intentábamos hablar de asuntos importantes, pero eso no le importa al señor egocentrista, porque llegaste y me besaste como si fuera un maldito muñeco con los labios hinchados como los de Kim Kardashian. Solo querías llamar la atención.

Hola, vómito verbal.

—¿Ya terminaste?— preguntó serio, encarnando una ceja.

—Dame un segundo— suspiré sujetándome del asiento del copiloto, mala idea venir sentado atrás con él—. Ya, terminé.

—Gracias, casi me explotaba un tímpano— habló inexpresivo—. Ahora sí, deberías saltar del taxi, regresa a los brazos de tu amiguito de la universidad.

—Por dios— farfullé—. No digas eso como si no te importara.

—Si te digo que salgas de un auto en movimiento, ¿crees que me importaría?

—A como suenas, si— giré la mirada, examinándolo atentamente—. ¿Te molestó conocer a James? Es más, ¿por qué me avergonzaste con él en mis narices?

Se encogió de hombros, dejando el libro boca abajo sobre su regazo.

—No se, ni me importa ahora, ¿vale?— espetó mirando por la ventana.

No éramos ninguna pareja pero ya habíamos tenido una discusión, por asuntos tontos y sin sentido con un taxista callado, aguardando el momento en el que ambos nos quedáramos quietos y nos atacáramos como animales.

Suspiré mirándolo de reojo, en verdad estaba molesto, tal vez por mi comportamiento, tal vez por una chica, no, esa hasta yo la dudo, pero fuera lo que fuera estaba haciendo que su ceño se frunciera y diera miedo.

—Edward— pronuncie—. Lo lamento— susurré con una sombra roja en las mejillas, odiaba mi cuerpo y mis absurdas reacciones.

No contestó.

—Oye idiota, te estoy diciendo que lo lamento— insistí.

—¿Y que quieres? ¿Una fiesta?— preguntó expectante y evidentemente a la defensiva.

—Ya, lo intenté— musité, dándome por vencido.

Pero por supuesto que él no me dejaría ir así de fácil.

—Ah no, nada de "lo intente" voy a hacer que te arrepientas, Ellis, así tenga que dolerte.

¿Que fue lo que dijo?

—¿Disculpa?

—Escuchaste bien, no hace falta que te lo repita— espetó enfadado.

Eso si que no. No iba a hacerme nada, ¿o si?

—Tú no vas a tocarme. Estas loco. Ahora mismo estás enfadado y dices cosas sin sentido, hablémoslo cuando estemos en el hotel, ¿si?

Trate de arreglarlo como una persona civilizada, pero hablar con la pared resultaba más fácil que hablar con él.

—Créeme cuando te digo que estoy más cuerdo que nunca, así que no intentes jugar porque no saldrás vivito de esta.

¿Qué tenía en mente? ¿Qué es lo que me haría?

¡Gracias por los 9k! Son maravillosos.

El chico de las gafas oscuras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora